Tres y un cuarto

Capítulo 32

Era cerca de la una de la mañana cuando entreabrí los ojos con confusión. Mi habitación permanecía en silencio y la oscuridad me engullía. Poco podía comprender de lo que sucedía, no encontraba la razón por la cual me había despertado a esa hora. Me dispuse a cerrar los ojos, quería dormir y poder olvidar los sucesos que habían marcado mi vida ese año. Quería que el 2019 finalmente llegara a su fin, tener una máquina del tiempo para apresurar la llegada del nuevo año o viajar hasta agosto para que nada sucediera, pero no tenía una máquina ni poderes por lo que solo me limité a intentar dormir.

     El timbre sonó. Una y otra vez con insistencia.

     Fruncí el entrecejo, de pronto había entendido que ese sonido molesto era lo que me había despertado y que si seguía sonando despertaría a mi abuela también a pesar de los somníferos. Descorrí las sábanas y mantas y con los pies busqué en el helado suelo mis pantuflas. Me envolví a mí misma con mis brazos y caminé rápidamente hacia la puerta. La noche era mi única compañía y al llegar a la sala de estar encendí la luz, eso detuvo el sonido intermitente del timbre. «¿Quién podría ser a esa hora?»

     No me quedé de pie mientras debatía si abrir o no, Rose Valley era un lugar tranquilo y estaba segura que no me encontraría con un asesino al otro lado. Quité la llave y la traba para luego abrir la puerta de un tirón. Mis ojos adormilados se encontraron con Tyler, iba abrigado como si acabara de volver del ártico y llevaba lo que parecían bolsos y maletas.

     —Buenas noches, G.

     —Tyler, ¿sabes qué hora es? —gruñí apretando mis brazos a mi alrededor para brindarme calor, el aire frío se colaba por la puerta y me helaba hasta los huesos. Mi pijama de seda no ayudaba a mejorar la situación—. ¿Qué demon…?

     Dejé la pregunta con grosería y todo a medio camino cuando elevé mi mirada hacia su rostro. Mi corazón se congeló y no producto de la ventisca que alborotaba las escasas hojas que habían quedado en los árboles sino por la expresión en sus ojos. Estaba llorando o al menos lo había estado haciendo hasta dos segundos antes de que abriera la puerta.

     —¿Está todo bien, Ty?

     Era una pregunta tonta, estúpida incluso, pero tenía que corroborar.

     —No —contestó con la voz entrecortada, confirmando mis sospechas.

     Me hice a un lado, dejándole espacio suficiente para ingresar. No dudó, traspasó el umbral de la puerta con algunos bolsos colgando de su cuerpo y me atreví a entrar los restantes, para luego cerrar la puerta. Había dado un rápido vistazo al exterior y no había encontrado nada extraño, nadie esperando por él o una razón que pudiera explicarme qué hacía allí a esa hora.

     Su casa y la mía estaban un poco alejadas, no lo suficiente para que llegar fuera una odisea, aunque sí unos buenos dos kilómetros de distancia. ¿Había caminado de noche, solo, cargando todos esos bolsos?

     —¿Ty?

     Me recosté sobre la puerta y lo observé. Se había quitado el abrigo y observé que bajo este también vestía una buena cantidad de ropa, el aspecto rojizo de sus mejillas podía deberse a que estaba calcinándose con tantas prendas, que se había agotado por el esfuerzo físico de caminar tanto tiempo con tanto peso, que el viento afuera realmente estaba frío o a una suma de las tres cosas.

     —¿Todavía tienes una habitación libre?

     Asentí con la cabeza.

     —¿Puedo usarla?

     —Claro —susurré.

     —Gracias, G.

     Tomó las correas de sus bolsos por segunda vez y comenzó a arrastrarlos hacia el pasillo. Sus hombros estaban caídos y su cabello era una maraña desordenada de color marrón claro. Su presencia me inquietaba; algo había sucedido, algo lo suficientemente grande como para que se hubiese marchado de su casa en medio de la noche para llegar a la mía. Porque eso era lo que había sucedido, eso era lo que sus bolsos representaban y las lágrimas en sus ojos secundaban: se había ido de casa para nunca más volver.

     —Sabes que tenemos que hablar de esto, ¿no? —Elevé el tono de voz para que pudiera oírme pero no lo suficiente como para alertar a mi abuela.

     —Sí, G. Lo sé. ¿Puede ser mañana? —Sus ojos buscaron los míos y la tristeza profunda en ellos me quitó la respiración—. Estoy agotado ahora.

     —Prométeme que mañana me dirás lo que sucedió. Te ayudaré, te dejaré vivir aquí si eso es lo que quieres, solo debes darme una buena razón para que te deje quedar.

     Asintió con la cabeza. Mis palabras habían sido duras pero habían tenido el efecto deseado. No podía soportar más tiempo de secretismo, no aguantaría otro episodio como el anterior a Navidad donde él fingía que todo estaba en orden y yo era lo suficientemente cobarde como para preguntar.

     —Lo prometo. Mañana.

     Se alejó por el pasillo y unos largos segundos después que se sintieron como una eternidad cerró la puerta de la habitación.

 

     Había enviado tantos mensajes de SOS que le había perdido el significado a las siglas. Esa mañana había despertado temprano para luego llenar de mensajes privados en WhatsApp a Taylor y Theo que parecían no tener intención de despertar temprano.




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