Tres y un cuarto

Capítulo 33

Mi vida se había tornado complicada e impredecible de un día para el otro. Y ese día en particular no había sido la excepción. Creo que a todo adolescente pasa por una etapa en su corta vida en la que se replantea cada una de sus conversaciones y piensa en mejores respuestas a pesar de que ya es demasiado tarde, que no puede cambiar el pasado y que a las palabras se las lleva el viento. Yo estaba viviendo una recapitulación incesante de momentos buscando mejores palabras.

     Taylor se había mantenido distante, había faltado a cada reunión en casa y enviaba una excusa con Theo, por lo general decía que debía ensayar con la banda o estaba atrasado con tareas a pesar de que estábamos en vacaciones y no teníamos que entregar informes o estudiar. Había desactivado el visto en WhatsApp por lo que no podía saber si ignoraba mis mensajes o si bien los leía y creía que era mejor no contestar. ¿Tienen idea de lo que duele que el chico que te gusta con locura te ignore luego de haber tenido un mes maravilloso? Imagino que sí, no debía ser la primera persona en la humanidad a la que le hacían eso. Incluso tiene un nombre que busqué en Google una vez: ghostear. Y no me gustaba sentirme así, no me gustaba ser ignorada.

     Por eso, la tarde del 31 de diciembre de 2019 a escasas horas del comienzo del nuevo año me dirigí con el corazón afligido a la casa de la familia O’Malley. Golpeé la puerta con los nudillos envueltos en guantes tres veces y di un paso hacia atrás bajo el porche esperando que alguien abriera.

     Esperé unos segundos y me debatí si debía tocar nuevamente. Habría creído que no había nadie si no fuera porque las luces estaban encendidas en el interior y podía escuchar el rumor lejano de la televisión.

     La cortina de la ventana junto a la puerta se corrió y por un segundo observé el rostro de Taylor tras el cristal. Creí que abriría la puerta, pero eso no ocurrió. Golpeé nuevamente y una tercera vez, nadie respondió.

     —Al demonio —susurré para mí misma.

     Me acomodé el gorro de lana en la cabeza como si me ajustara el traje de superhéroe antes de combatir a los villanos y rodeé la parte delantera de la casa. Encontré la verja de madera que separaba los jardines y sin pensarlo dos veces descorrí el seguro para adentrarme al patio de la vivienda. Agradecí mentalmente que Taylor no tuviera un perro o me habría convertido en alimento canino en dos segundos. Hallé la puerta de cristal que daba a la cocina sin mayores dificultades y con un poco de vergüenza la abrí.

     —¿Genesis?

     Giré la mirada y parte de mi cuerpo hacia la derecha para encontrarme con una expresión de sorpresa en el rostro de Vivian, la madre de Taylor. Tragué con fuerza y terminé de ingresar a la habitación. La casa estaba cálida y olía a cacao, imaginé que estaban preparándose para la cena de Nochevieja.

     —Buenas tardes, Vivian —saludé fingiendo tranquilidad, aunque por dentro temblaba sin cesar—. Taylor me dijo que tenía problemas para abrir la puerta del frente, que estaba estancada o algo así y me pidió que pasara por aquí. Espero que no le moleste.

     —Claro que no, pasa. Creo que Taylor está en su habitación.

     Frunció el entrecejo mientras pensaba, pero no me quedé a esperar a que descubriera mi mentira.

     —Buenas tardes, Roger.

     —Buenas tardes, Genesis.

     Asentí a modo de saludo y caminé con pasos rápidos hacia la habitación de Taylor. Había estado en dos oportunidades allí, una la noche del concierto y luego en Acción de Gracias y conocía a la perfección el camino. Debería haber tocado la puerta, haber llamado o gritado su nombre del otro lado; sin embargo, no lo hice porque temí que no quisiera atenderme. Simplemente abrí de un solo movimiento la puerta, empujando el picaporte hacia abajo y luego la madera hacia atrás.

     Taylor se encontraba sentado en el borde de su cama, con la guitarra en las piernas y los dedos en las cuerdas. Llevaba auriculares grandes sobre su cabeza, pero en tanto sintió la puerta abrirse, elevó la cabeza y frunció el entrecejo. Lucía confundido y no lo culpaba, me había metido a su casa y luego a su habitación.

     —¿Genesis?

     En persona como si hubiese salido del averno. No podría seguir evitándome.

     —Hola Taylor.

     Cerré la puerta a mis espaldas y me recosté sobre la misma. Lo había encerrado y acorralado, no podría escapar de mí o fingir que no me había visto.

     —¿Qué haces aquí?

     —No tengo noticias tuyas hace cuatro días, estaba preocupada.

     Dejó la guitarra azul noche sobre la cama, la misma que le había regalado para Navidad, y se puso de pie. Incluso a la distancia era más alto que yo y debía elevar un poco el mentón para observarle el rostro.

     —Estoy bien, como puedes ver. ¿Quién te dejó entrar?

     No pensaba decirle que me había colado a su casa, aunque eventualmente lo descubriría, por lo que mentí:

     —Tus padres me dejaron pasar.

     —Genial.

     Me pareció que apretaba los dientes y mis manos comenzaron a sudar bajo los guantes a causa del nerviosismo que sentía. ¿Por qué se comportaba tan distante conmigo? Nadie merecía devanarse los sesos pensando en qué había hecho mal, repasando las palabras del otro para buscar una pista y luego haciendo lo mismo con las propias. Yo no creía merecer ese trato.




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