Tres y un cuarto

Capítulo 36

Me había hecho un tatuaje.

     De pronto tenía un tatuaje que compartía con Tyler y que me había hecho en un momento de ebriedad. Sí, sería una historia maravillosa para contarles a mis hijos y nietos. Claro, si algún día decidía tenerlos.

     Cuando descubrí la existencia de la rosa el primero de enero al mediodía, yo no lo tomé tan bien como podría esperarse. Lo primero que hice fue gritar de dolor al rascar sin querer la piel rojiza, luego miré con horror el dibujo en tinta negra intentando recordar cómo había llegado ahí y para finalizar todo el espectáculo corrí a gritarle a Tyler a su habitación. Él estaba igual de sorprendido que yo, aunque pronto recordó toda la situación y me ayudó a armar los sucesos en mi memoria nublada por el alcohol.

     Mi abuela lo tomó bien, se había acostumbrado a mis malas decisiones en momentos de embriaguez –a pesar de que solo habían sido dos desde que vivía con ella— y simplemente me pidió que lo cuidara para evitar una infección. Quienes no lo tomaron con tanta gracia fueron nuestros compañeros del instituto ya que al volver a clases una semana después –y tras el espectáculo de besos en la fogata— todos creían que éramos pareja. Las conquistas de Tyler se encargaron de mirarme con mala cara, por no mencionar la conversación que Theo me había obligado a tener con él sobre cuidar mi corazón.

     Finalmente había explotado en el medio del almuerzo cansada de tantas suposiciones sobre mi vida romántica que iba en picada y había gritado con fuerzas:

     —¡Tyler Murphy y yo no somos parejas! ¡Pueden meterse en sus aburridas vidas y dejar de fastidiar!

     Me había ganado un castigo, pero había valido la pena. Nadie se atrevió a hablar sobre el tema después cuando él o yo estábamos cerca. Para ser sincera no me molestaba que me relacionaran con Ty, cualquier chica sería afortunada de tener una relación con él, pero estaba en un momento de mi vida en el que me sentía estresada y en el cual las cosas no salían como esperaban. Por suerte mi amigo y compañero de vivienda entendía mi demencia y no lo tomó como una ofensa personal.

     En cuanto a Taylor, esa era una historia completamente diferente. Habíamos almorzado juntos en algunas ocasiones, pero nunca me miraba y mucho menos me hablaba. Comía rápido y luego se iba con una excusa tonta. No venía a casa y había diseñado nuevos horarios para verse con sus amigos que no incluían mi participación. Incluso había vuelto a caminar hasta el instituto para evitarme.

     Decir que estaba cansada de su actitud era poco. Me parecía infantil y sin sentido lo que estaba haciendo, había llegado a la conclusión de que era mejor no insistir. No obstante, esa tarde durante el horario de almuerzo con la excusa de ir al baño me había acercado a Taylor. No planeaba pedirle explicaciones, simplemente necesitaba hablar con él por temas que eran más grandes que nuestra pequeña relación y la horrible manera en la que terminó.

     Taylor se paseaba despreocupadamente por el pasillo con una caja de caramelos de mora en su mano y tarareando una canción que yo desconocía. Marcaba el ritmo con su mano libre y movía su cabeza como si estuviera estudiando la melodía que escuchaba en su cabeza. Como siempre vestía de negro y ese día en particular por las temperaturas más bajas de lo normal llevaba una chaqueta de jean oscuro que lo hacía lucir condenadamente bien. Sus ojos estaban posados en el suelo y esa fue la razón por la que no corrió cuando me acerqué.

     Me aclaré la garganta al detenerme a pocos pasos de él y ese sonido hizo que levantara su cabeza de golpe. Sus ojos de ese color verde que me encantaban se abrieron con sorpresa y me escanearon de pies a cabeza. Tragó con fuerza y dio un paso atrás como un animal que se encontraba herido y asustado. Menuda manera de decirme sin palabras que no deseaba verme ni en fotografía.

     —Genesis…

     —No necesito tus excusas —me adelanté, interrumpiendo su discurso preparado—. No estoy aquí porque desee verte ignorarme una vez más o fingir que no existo. Necesito hablar contigo de algo importante, podemos hacerlo de la manera sencilla y concisa o me veré obligada a seguirte hasta que te des por vencido.

     Me sentí orgullosa de mí misma, mi voz nunca flaqueó a pesar de que no quería sonar dura. Sí, sabía que el único culpable de lo que estaba sucediendo entre nosotros era él, aunque eso no significaba que lo odiara. Estaba enojada y desilusionada, y aun así el odio no cabía dentro del abanico de emociones que me había permitido sentir.

     —No es necesario que me sigas.

     —Entonces no intentes huir, la última vez que me fijé no era una asesina serial.

     —No es por desilusionarte, pero no te ves particularmente fuerte o peligrosa.

     Ese comentario en particular caló fuerte en mí porque era algo que sonaba exactamente como lo que él diría en otra situación. Tenía la dosis justa de sarcasmo y el tono de broma que anunciaba que no quería ofender con sus palabras. Era, en definitiva, el tipo de burla inofensiva que solía utilizar conmigo y nuestros amigos. Recordar el tiempo en que no se comportaba como un idiota dolía, dolía más de lo que me hubiese gustado admitir.

     —¿Hablarás conmigo o no?

     —Si quieres hablar sobre mi comportamiento y la manera estúpida en la que te alejé de mí, no. He escuchado todo tipo de discursos, desde Theo a Tyler pasando por mis padres y mis compañeros de la banda —explicó con vergüenza—. Y créeme que sé mejor que nadie lo que está mal, pero eso no cambia la manera que me siento cada vez que te veo.




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