Tres y un cuarto

Capítulo 37

Había llegado a la etapa de mi vida estudiantil en la que cada simple tarea me parecía una tortura. No quería estudiar ni preparar informes, simplemente quería vacaciones y graduarme, incluso si eso suponía no ver con regularidad a nana y a mis amigos. Esa noche no era la excepción, sentía que mi cabeza iba a explotar si me obligaba a leer una hoja más del aburrido libro.

     —Odio la macroeconomía —chillé con cansancio.

     Dejé caer el pesado libro sobre el suelo sin darle importancia al hecho de que podía romperse. Mis ojos escocían a causa del cansancio y la espalda me dolía por la posición en la que había doblado mi cuerpo.

     —Lo sé, lo has dicho unas setenta y nueve veces en la última hora —se quejó Tyler.

     Me levanté de golpe, había estado acostada en su cama con la cabeza colgando por el borde del colchón y el movimiento me produjo un mareo. Me aferré a su pierna para no caer de espaldas sobre el suelo y observé por unos momentos estrellitas frente a mis ojos.

     —Es que es una materia horrible —dije al recuperarme.

     —Es tu culpa por haber tomado la clase avanzada.

     Le arrebaté el libro que estaba leyendo de las manos y lo dejé sobre su mesa de luz para que me prestara atención. Me observó con mala cara y yo fingí una sonrisa de niña buena para que no se enfadara conmigo.

     —Quería reunir créditos extras para mi expediente académico, fue una muy mala idea. Además, no es justo que tú estés leyendo un libro de Stephen King para literatura y yo tenga que estar torturándome con teorías aburridas sobre la circulación del dinero.

     Tyler rió y se acomodó en la cama. Estábamos allí estudiando, teníamos exámenes la semana siguiente y era mejor estudiar en conjunto que a solas. El porche había quedado casi en desuso, solo cuando Theo iba a visitarnos se llenaba de vida –que eran pocas veces a la semana desde que había comenzado a salir con Sophie—, pero yo intentaba evitar esa habitación tanto como podía porque me llenaba de recuerdos que me entristecían. Extrañaba muchísimo a Taylor; sin embargo, no iba a presionarlo para que hablara conmigo. Además, me sentía ofendida con su actitud. La que debía alejarse y actuar raro era yo, pero él me había quitado el derecho a elegir comportarme como una inmadura ya que había decidido hacerlo por mí.

     —Tú también tienes que leer este libro.

     —Lo sé, y eso es lo peor. Voy atrasada.

     —Puedo hacerte un resumen —ofreció mientras se encogía de hombros—. Siempre lo hago para Theo y luego le va bastante bien en los exámenes.

     —No. Quiero leerlo.

     Dibujé un puchero con mis labios, estirando el labio inferior, y él giró los ojos con exasperación. Me había vuelto en un ser insoportable para él, lo molestaba todo el día ya que no tenía con quién más hablar y vivir en casa de mi abuela no le confería mucha privacidad.

     —Bien, te propongo un juego. —Hizo una pausa dramática—. Estudiemos en silencio, cada uno en su habitación.

     —¡Eres de lo peor, Ty! —bufé.

     —¿Cómo estudiabas cuando yo no estaba aquí? Hazlo de esa manera.

     —En Los Ángeles estudiaba con Sarah y al llegar al pueblo, con Taylor. ¿Tú ves a alguno de los dos aquí?

     Miré hacia todos lados para que entendiera mi punto y al volver la vista al frente hice una mueca de obviedad.

     —Bien, iré por comida a la cocina. Cuando vuelva te haré algunas preguntas, si respondes todo bien, te vas de mi cuarto. Si respondes todo mal, te vas de mi cuarto.

     Le mostré la lengua y él a mí el dedo medio. Se puso de pie, acomodándose la camiseta que se le había arrugado y luego se retiró de la habitación.

     Me acomodé en la cama, recostando la espalda contra la pared blanca mientras esperaba que volviera. Su dormitorio había sido originalmente un cuarto de huéspedes por lo que estaba desprovisto de muebles, tan solo la cama de tamaño twin, una mesita de luz con velador, un diminuto escritorio con silla y un armario empotrado. Tyler era de los que tenían muchas pertenencias por lo que había objetos por todos lados. Libros apilados en el suelo, sobre el escritorio e incluso a los pies de la cama; la máquina de escribir compartía espacio en la mesita de madera con su laptop y su ropa no entraba completamente en el armario por lo que había bolsos en el piso. Sin duda, necesitaba muebles para arreglar ese desastre.

     —Encontré galletas Oreo bañadas —comentó al abrir la puerta y me mostró el paquete.

     —Genial, muero de hambre.

     —Ah, no, no. —Estiró una mano hacia adelante para detenerme pues buscaba alcanzar las galletas—. Si respondes bien, recibirás una galleta.

     —No soy un perro, Tyler.

     —No, pero te portas igual de mal que un cachorro.

     Entrecerré los ojos en su dirección y él volvió a tomar asiento sobre el colchón mientras buscaba mi libro de economía. Lo abrió donde estaba señalado con post—it y comenzó a leerlo en silencio.

     —Dime qué es la teoría cuantitativa del dinero.




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