Tres y un cuarto

Capítulo 39

Al comienzo de esta extensa narración di cuatro advertencias, una por cada uno de nosotros.

     Uno esconde un secreto que lo atormenta por las noches. Theo. Su secreto era su orientación sexual y había tenido tanto miedo al rechazo que había callado por muchos años.

     Uno busca cobrarse una venganza. Tyler. Su desprecio por su hermano mayor lo había llevado a irse de casa y cortar la comunicación con sus padres; no obstante, cada tanto hablaba con él solo para hacerle saber que estaba esperando el momento oportuno para hacerlo caer. Su obsesión se había tornado enfermiza.

     Uno es familiar de un asesino. Taylor. El esposo de su tía había causado el accidente de mis padres, les había provocado la muerte y por ello iba a ser juzgado como homicida culposo.

     Y el último es un cabrón de primera. Debería haber dicho cabrona porque esa era yo. Genesis Allen, hija de Savannah y Richard William Jr. Me había enamorado de uno de los miembros del trío de oro y había jugado con el corazón de otro para olvidarme del primero. Era la definición de una mala persona y había tenido mi merecido.

     Tyler había dejado de hablarme, ni siquiera me miraba y convivir con él era una tortura, pero no iba a echarlo de casa, no iba a abandonarlo porque no tenía otro lugar hacia dónde ir y continuaba considerándolo mi amigo a pesar de no estar segura si seguía siendo una persona grata para él. La vivienda de mi abuela se había convertido en su refugio y mi nana en su salvadora. No podía decir que me estuviera aplicando la ley del hielo porque él actuaba como si yo no existiera, como si nunca me hubiese conocido. Y dolía, por supuesto que dolía porque Tyler se había vuelto una persona esencial para mí, pero había lastimado sus sentimientos. Merecía su odio y su desprecio. De haber estado en su lugar, habría tornado la situación en un drama, en cambio, él simplemente había decidido que el silencio era suficiente para castigarme y había dado en el clavo.

     El tatuaje que compartíamos se había vuelto en el recordatorio perfecto de una noche desastrosa y cada vez que mi mirada se posaba en el dibujo sentía la necesidad de arrancármelo junto a lo que quedaba de mi corazón.

 

     —Iré al partido en el instituto, nana —informé colocándome la chaqueta.

     —¿Tyler volverá contigo, niña?

     Elevé mi mirada y la observé. Estaba en el sofá frente al televisor viendo las noticias locales, afuera llovía a cántaros y cada tanto el cielo se iluminaba con luces claras indicando que la tormenta recién comenzaba.

     —No, sabes que no habla conmigo.

     —¿Has pensado en pedirle perdón?

     Rodé los ojos con hastío. No quería hablar del tema y mucho menos con mi abuela que se había convertido en su mejor amiga, remplazándome.

     —Lo hice, le pedí perdón un montón de veces ese día.

     —Pero no lo has vuelto a hacer.

     Negué con la cabeza y tomé las llaves de mi vehículo, así como las de la casa. No quería prolongar esa conversación, no deseaba que ella me observara con lástima y vergüenza a la vez.

     —No, nana. No he vuelto a pedirle perdón porque huye de mí.

     —¿Y puedes culparlo?

     Bufé. Lo único que me faltaba era que mi abuela se pusiera de su lado y decidiera odiarme también. Suficiente tenía con Tyler y Taylor, no quería añadir a nadie más a la lista.

     —Claro que no, pero si él no quiere hablar conmigo, no lo presionaré.

     —El perdón merece ser ganado y muchas veces las palabras no son suficientes. Rompiste su corazón —añadió con voz suave—. Rompiste el corazón del muchacho que juraba no tener uno. Deberás hacer mucho más que llorar frente a su puerta para que decida perdonarte.

     —¿Ya me puedo ir? —Señalé la puerta—. El juego comenzará en unos minutos.

     Ella asintió con una clara expresión de decepción en el rostro.

     —¿Tyler ya se fue? —pregunté con curiosidad.

     —Sí, antes de que comenzara la lluvia.

     —Llama si necesitas algo, nana. Vendré de inmediato.

     Giré el pomo de la puerta y di un tirón para abrirla. El viento impactó contra mi rostro y me apresuré en salir y cerrar tras de mí antes de que la lluvia entrara a la casa. Me coloqué el gorro de la chaqueta y me subí el cierre para evitar que la camiseta amarilla del equipo del instituto se mojara. Corrí hacia el vehículo maldiciendo el clima californiano y saqué el seguro con el botón de la llave para entrar a las corridas.

     El camino hacia el instituto se volvió largo y silencioso, la lluvia y el vaivén de los limpiaparabrisas eran mi única compañía en esa solitaria noche. Estacioné cerca del restaurante de los padres de Tyler ya que era el único espacio vacío y corrí hacia el edificio de hormigón y decoraciones amarillas para refugiarme del agua que caía en cascada sobre mí. El diluvio no había persuadido de ver el primer partido de la nueva temporada a los fanáticos y los pasillos estaban repletos de adolescentes con colores amarillos y verdes –del equipo contrario— que se encaminaban hacia el gimnasio. Sacudí la lluvia de mi cuerpo y de mi cabello y seguí al gentío hacia mi destino.




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