Tres y un cuarto

Capítulo 42

El porche se había llenado de actividad nuevamente y sentía que la vida me había vuelto a sonreír al permitirme estar en esa habitación con cuatro personas a las que apreciaba. Theo, Taylor y Tyler se encontraban sentados en el suelo mientras Sophie y yo compartíamos el sofá. Estábamos jugando al UNO y gritando como chiquillos cuando alguien lanzaba una carta +2 o +4 con un audible coro de “uhhh” que volvía la partida más entretenida y competitiva. Theo tenía más cartas en la mano de las que había en el mazo y no dejaba de esbozar un puchero con los labios como un niño que estaba a punto de largarse a llorar.

     —Son malos, muy malos —se quejó—. La cuenta oficial de Twitter del juego dice claramente que no se pueden sumar estas cartas.

     —La cuenta oficial no sabe nada —contraatacó Taylor y luego llevó un puñado de caramelos azules hacia su boca—. Si el pueblo dictamina que se pueden sumar, se suman y ya. Se llama costumbre y es una fuente de construcción del derecho.

     Evité carcajearme para no hacer sentir peor al rubio que, pese a ser deportista desde niño, era un pésimo perdedor. Había amenazado con irse en cada juego que no había alcanzado a acabar en primer lugar y debido a su cantidad de derrotas le tocaba pagar la cena.

     Mi teléfono celular comenzó a sonar en el interior de mi bolsillo y dejé las cartas boca abajo sobre la mesa. Tyler intentó darles un vistazo y le di un leve golpe en los dedos antes de sacar mi móvil. Miré la pantalla y fruncí el ceño al ver el nombre de quien me llamaba. No dudé en ponerme de pie y con pasos largos que parecían zancadas salí al jardín trasero para atender.

     —¿Matthew? —pregunté con duda en la voz.

     —Buenas noches, Genesis —saludó del otro lado de la línea con evidentes ánimos—. Disculpa la hora, pero quería hablar contigo de manera urgente. Espero que no te moleste.

     —Claro que no, buenas noches. ¿Ha sucedido algo?

     Mordí mi labio inferior mientras esperaba su respuesta, la sangre se me había helado porque presentía que esa llamada podría cambiarme la vida.

     —Sí, tengo una buena noticia para ti. ¿Puedes hablar en este momento?

     —Sí.

     Tanto secretismo estaba poniéndome nerviosa y como consecuencia de ello comencé a caminar de lado a lado con el teléfono pegado a la oreja. No fue hasta que volteé hacia el porche que me percaté que los cuatro habían interrumpido el juego y me observaban con el rostro casi pegado al cristal. Por poco reí, pero mantuve la compostura esperando a que Matthew decidiera hablar conmigo.

     —Acabo de salir de la audiencia con el fiscal. Recién me lo ha confirmado, el juicio se programó para la próxima semana.

     Detuve mi andar de golpe y me llevé la mano libre a los labios. Habían pasado casi dos meses completos del inicio del año y había perdido la esperanza de que el juicio se llevara a cabo; sin embargo, finalmente iba a suceder. Mis padres tendrían justicia.

     —¿Qué día será?

     —El primer lunes de marzo. El fiscal quiere que declares, le dije que lo consultaría antes de brindarle una confirmación.

     —¿Quiere mi declaración? No estaba en el accidente —solté con confusión.

     —No, pero cree que usar tu relato sobre el momento en que identificaste los cuerpos de tus padres puede llevar al jurado a votar contra el culpable. ¿Te sientes preparada?

     —Sí, cuenta conmigo.

     —¿Crees que exista la posibilidad de reunirnos el domingo anterior para preparar tu declaración?

     —Claro, iré a tu casa antes de la cena. Gracias, Matthew.

     —Mantente fuerte, Genesis. Estamos en la recta final.

     Agradecí por sus palabras de apoyo y luego corté la llamada. Observé al cielo con los ojos picándome por las lágrimas y me obligué a no soltar ninguna, tendría tiempo suficiente para llorar cuando tuviera que relatar lo que había sucedido ante una habitación llena de personas desconocidas. Las estrellas brillaban en el firmamento y tragando con fuerza calmé mis nervios. Si el paraíso existía, mis padres estarían observándome desde allí y esperaba que estuvieran orgullosos de mí.

     Volví sobre mis pasos y entré al porche. Cuatro pares de ojos se posaron sobre mí, la expectativa a flor de piel esperando a que soltara el cuento, que les contara lo que había sucedido. Tenía unos amigos chismosos que no se esforzaban por ocultarlo.

     —¿Alguien quiere ir a Los Ángeles? —pregunté con el teléfono aún en la mano.

     El trío de oro se apresuró a elevar la mano con una sonrisa adornando sus rostros y luego, con un poco de timidez, Sophie también lo hizo.

 

     El viernes luego de clases la casa de mi abuela se había llenado de bolsos de mano para un viaje de pocos días a la ciudad que me vio nacer. Mi nana no iría, era un viaje largo y traía consigo fuertes emociones con el juicio por lo que quedó al cuidado de su enfermera y de la madre de Theo.

     Convencer a los padres de Sophie había sido difícil ya que suponía viajar a un lugar desconocido para ellos y perderse días de clases; no obstante, tras usar la carta de “mis padres fallecieron en un accidente y necesito el apoyo de su hija para el juicio” la habían dejado ir. No era mentira, realmente necesitaba todo el soporte emocional posible para ese momento.




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