Tres y un cuarto

Capítulo 43

—Pequeñita, pss. Despierta.

     Gruñí por lo bajo adormilada con los ojos cerrados y el lado derecho de la cara contra la almohada para luego extender la mano para darle un golpe. Escuché un sonoro “auch” seguido de varias carcajadas lo que me hizo darme cuenta que no había acallado la alarma sino a una persona. Abrí los ojos con pereza y giré mi rostro hacia la puerta para observar al ser horrible que había osado despertarme. El trío de oro me observaba a pocos pasos de distancia, Theo estaba acuclillado delante de la cama, justo frente a mi rostro mientras que Taylor y Tyler descansaban cerca de la puerta.

     —¿Qué hay, MIT? —Sonrió Taylor cuando mi mirada recayó sobre su apuesto rostro.

     —¿Qué hacen en mi habitación? —me quejé mientras cerraba los ojos nuevamente—. Déjenme dormir.

     —Vamos, pequeñita. Me golpeaste y ahora debes levantarte, el desayuno está listo.

     Gruñí nuevamente. Por las mañanas era como un perro rabioso.

     —No los traje a Los Ángeles de vacaciones, déjenme dormir.

     —Anda, G. Mueve tu culo gigante y sal de la cama, iremos a la playa y tú nos llevarás.

     —Tu madre tiene un culo gigante, Tyler.

     Me incorporé sobre la cama a sabiendas que no me dejarían dormir y con cara de pocos amigos acomodé mi desordenado cabello matutino. No necesitaba tener un espejo frente a mí para saber que las hebras rubias se encontraban en todas las posiciones posibles y que mis mejillas llevaban las marcas de la almohada. La risa entre dientes de Tyler me lo confirmó y le enseñé el dedo medio en consecuencia.

     —Te esperamos en la cocina, MIT. No tardes mucho.

     —Los odio —exclamé con fuerza mientras se retiraban de la habitación.

     —En serio, no tardes —me repitió Theo.

     Sin tener otra opción más que ponerme en movimiento, me erguí mientras estiraba mis agarrotados músculos y caminé hacia el cuarto de baño tomando las toallas que el ama de llaves había dejado para mí en la habitación. Tomé la ducha más veloz de la historia de la humanidad y me vestí siguiendo mi estilo usual: pantalones de jeans, camiseta y zapatillas. A veces me preguntaba cómo había logrado mi madre convencerme de vestir otra cosa que no fueran esas prendas en mis dieciocho años de vida. Me encantaba la moda, pero no si requería esfuerzo de mi parte.

     Al salir de la habitación y dar unos pocos pasos por el pasillo con balcón que daba hacia la sala de estar a modo de galería, encontré a Tyler de pie frente a mi viejo cuarto con una clara expresión de espanto en el rostro. Contuve una carcajada y me acerqué a él dejando descansar mi codo sobre su hombro, aunque me resultaba un poco incómodo debido a su altura.

     —¿Qué tal está tu trasero de elefante, Ty?

     —¿Sabes que los elefantes son los únicos animales con cuatro rodillas?

     Abrí mis ojos fingiendo sorpresa y él se alejó al darse cuenta de ello. Mi codo cayó de su hombro y me tambaleé un poco debido a su brusco movimiento.

     —Estupendo, cuando haga mi especialización en biología de mamíferos africanos me servirá mucho.

     —Eres un dolor de cabeza, ¿lo sabías?

     Reí.

     —Me lo repites a diario, Ty.

     Rodó los ojos con diversión.

     —¿Por qué tienes un santuario junto a tu habitación? Es horrible, siento que estoy viendo un museo sobre la infancia de Genesis Allen. Un museo maldito —agregó con la vista fija en el interior de la habitación.

     —Lo sé, es espeluznante —admití—. Por eso mantengo la puerta cerrada.

     Fingí que un escalofrío me recorrió el cuerpo y eso hizo que apartara la mirada de mi antiguo dormitorio. Mi madre había insistido en que no lo reformara al crecer, sino que dejara la casa de muñecas, las paredes rosas y todo en el exacto mismo estado para tener un recuerdo amigable de mi infancia y que tomara la habitación contigua para mi adolescencia. El resultado había sido un cuarto colorido y olvidado que parecía cobrar vida por las noches.

     —Tu madre estaba loca.

     —Primero hablas mal de mi trasero y luego de mi madre, ¿quieres morir, Ty?

     —Sabes que bromeo. —Se encogió de hombros restándole importancia—. Estás buenísima y tu trasero es perfecto.

     Sentí las mejillas arder y me aclaré la garganta para pasar el momento incómodo.

     —Gracias, vamos a desayunar antes de que Theo venga a buscarnos.

     Asintió y me siguió por el pasillo. Mordí mi labio inferior a sabiendas de lo que estaba sucediendo y con la voz cargada de diversión solté las siguientes palabras:

     —Deja de mirarme la retaguardia, Tyler Murphy.

     Su carcajada fue lo único que necesité como confirmación de que mis sospechas eran ciertas y me apresuré a bajar las escaleras para alejarme de su mirada. Claro que yo también lo había observado de pies a cabezas cada vez que tenía la oportunidad y por esa razón no me molestaba su mirada indiscreta, pero nuestra amistad acababa de sanar y no quería que se arruinara por coqueteos innecesarios.




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