Tres y un cuarto

Capítulo 45

La primera vez que vi la muerte a los ojos le dediqué una sonrisa y con un comentario burlón me alejé de ella. Había creado unos ovarios de titanio y en ese momento me sentí orgullosa de mi existencia.

     Quizás la muerte que yo había conocido no era un esqueleto con túnica negra y una afilada hoz que resplandecía en la oscuridad. No, la muerte con la que me había cruzado y a quien había visto directamente a los ojos tenía nombre y apellido, y era el tío de Taylor.

     —Espero que te pudras en el infierno —escupí las palabras en su dirección mientras caminaba hacia la sala donde tendría lugar el juicio—. Lleva protector solar, dicen que es un lugar muy cálido todo el año.

     Los labios del hombre se entreabrieron con sorpresa y sus ojos viajaron de mí hacia su sobrino quien me daba la mano y lo observaba con furia. Tyler tomó mis hombros desde atrás brindándome su apoyo mientras que Theo y Sophie me dedicaron una sonrisa. Acababa de enviar al infierno al culpable de la muerte de mis padres y me sentía como una maldita diosa, pero todo ese sentimiento superador se terminó cuando entré a la amplia sala donde se desarrollaría un largo interrogatorio exponiendo hechos y datos sobre el accidente.

     —Puedes hacer esto, MIT. —Me sonrió Taylor mientras acariciaba con su pulgar la piel de mi mano—. Es el último paso.

     Asentí con la cabeza y mordí mi labio con nerviosismo.

     —Perdón por decirle eso a tu tío.

     Chasqueó la lengua con diversión.

     —No es mi tío, es el esposo de mi tía. No hay sangre que nos una.

     Matthew nos llamó desde los primeros asientos y hacia allí fuimos. Sarah y Exequiel esperaban por nosotros en los lugares que nos habían guardado, vistiendo elegantes y de negro como si estuvieran a punto de ir a un funeral. Y en cierta manera lo era, ese momento era el cierre, el final que necesitaba para poder seguir adelante.

     El fiscal no tardó en llegar y con una sonrisa amable me dedicó algunas palabras de ánimo, tras él llegó el acusado con su esposa e hijos que me observaron como si quien hubiese abandonado a dos personas moribundas en la carretera hubiese sido yo. No me dejé intimidar, aunque el corazón me latía con frenesí, le sostuve la mirada y mantuve la frente en alto.

     «Esto es por mis padres», me repetí unas doce veces hasta que sus ojos se apartaron de los míos y volví a la realidad. Una realidad en la que Taylor sostenía una de mis manos, Tyler la otra y Theo llegaba hasta mi hombro desde el asiento de atrás. No estaba sola y eso me tranquilizaba.

     El juez llegó puntual y a las diez comenzó el juicio como se había previsto. La defensa comenzó con un largo cuento sobre la dura infancia de Robert Collins y como eso había impactado en su vida adulta, llevándolo a beber alcohol y a tener relaciones difíciles. Habían utilizado su tiempo para hablar con supuestos vecinos que afirmaban la milagrosa recuperación que había tenido luego de su recaída y que era una persona que merecía una segunda oportunidad. Claro, se olvidaron de mencionar que esa sería su quinta oportunidad. No obstante, su felicidad duró poco ya que cuando el fiscal tomó el control de las preguntas destruyó en segundos su relato.

     Tras un receso corto, el proceso judicial continuó con los testigos del accidente que relataron con lujo de detalle lo que habían visto. A ellos les siguió el médico forense que llevó fotografías que me negué a observar y los policías y bomberos encargados de limpiar el desastre que había quedado en la carretera, así como sacar el cuerpo de mi padre del destruido vehículo.

     Finalmente, llegó mi turno, con un nudo en la boca del estómago y un suspiro, me puse de pie dejando atrás los apretones de mano y las palabras alentadoras. Sentí las miradas fijas sobre mí mientras caminaba al estrado y por un segundo me pregunté si había sido una buena idea elegir un vestido violeta oscuro en lugar de uno negro.

     —¿Jura decir la verdad y nada más que la verdad? —preguntó un oficial de policía.

     —Lo juro —contesté con la mano sobre una Biblia.

     Tomé asiento en la incómoda silla negra y tragué saliva con fuerza. Mis dedos se entrelazaron y comenzaron un juego nervioso mientras el fiscal caminaba hacia mí para comenzar con sus preguntas.

     —Buenos días, Genesis —saludó.

     —Buenos días.

     —¿Cómo te sientes hoy?

     —Asustada —confesé.

     —¿Puedes decirnos por qué?

     Me tomé un segundo antes de contestar, debía encontrar las palabras que definieran mis sentimientos.

     —Tengo miedo de que mis padres no reciban justicia.

     —¿Te molestaría contarnos a todos qué sucedió esa mañana?

     Las frases que había armado con Matthew habían quedado de pronto olvidadas y mi mente quedó en blanco. Abrí los labios para hablar y nada salió de allí. Con una mirada de pánico observé a mis amigos intentando encontrar la fuerza que no tenía. Observé la sala, los ojos se me habían comenzado a aguar y el nudo había subido hasta mi garganta.

     No sé si fue mi mente cansada o si realmente había sucedido, pero junto a la puerta observé dos figuras que conocía. Dos figuras que habían sido el inicio de mi vida y que se encontraban rodeadas de un halo de luz. Mi madre y mi padre me observaban con ternura, uno junto al otro, y no pude contener más las lágrimas. No era posible que estuvieran allí, yo sabía eso; sin embargo, sus rostros eran los mismos que había conocido y sus sonrisas de ánimo eran las mismas que había recibido en cada momento difícil de mi vida.




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