Tres y un cuarto

Capítulo 47

Sentía que me había desprendido de un peso enorme, como si hubiese dejado una mochila gigante repleta de rocas que me estaba tirando hacia el fondo del mar. Esa es la mejor manera de explicar cómo me sentía cuando volví a casa de mi abuela, a Rose Valley, ese viernes por la tarde.

     Mi viaje a Los Ángeles había sido más liberador de lo imaginado, no solo había asistido al juicio que suponía darle un cierre al caso de mis padres, sino que también había aclarado mis sentimientos con Tyler. Además, con ayuda de profesionales, había vendido mi antigua casa –con muebles incluidos— y gran parte de los vehículos de mi padre. El resto había ido a parar al garaje de su socio que los cuidaría hasta que encontrara un comprador o hasta que decidiera comprármelos él. Y las pertenencias de mis padres habían sido separadas para llevar a caridad y otras para quedar guardadas en un depósito.

     —Mi niña, te he extrañado tanto —exclamó mi abuela con una sonrisa en los labios—. Te preparé galletas para celebrar tu regreso.

     No pude evitar abrir los ojos de par en par, asustada al recordar el primer intento de mi nana con las galletas. No me juzguen, sabía que lo había hecho con bondad, pero mi estómago seguía enfermándose con el recuerdo.

     —¿Galletas?

     —La madre de Theo me ayudó, descuida. Son comestibles.

     Entonces le dediqué una amplia sonrisa y la abracé con fuerza, había extrañado su cercanía y sus abrazos reparadores. Ella era la mejor abuela del mundo y yo había tenido la dicha de ser su familia.

     —Las comeremos ahora entonces.

     —¿Dónde está Tyler? —preguntó entonces al notar que nuestro huésped faltaba.

     —Ha ido a saludar a sus padres al restaurante.

     Me observó con sorpresa como si le hubiese dicho que Santa Claus era real y la habían estafado por años al tener comprar los regalos para sus familiares.

     —Eso es un paso importante.

     Asentí de acuerdo.

     —Pienso igual.

     No tardé en llevar mis pertenencias a mi habitación para luego preparar una jarra de café para las dos. Nos sentamos frente al televisor que se encontraba apagado y disfrutamos las galletas mientras conversábamos sobre los días pasados. Mi abuela se veía mejor que nunca, más saludable y feliz como si ella también hubiese abandonado su propia mochila pesada.

     La puerta se abrió de pronto y Tyler ingresó luciendo el cabello mojado a causa de la lluvia. Le sonrió a nana al entrar y dejó la puerta abierta tras de sí mientras caminaba hacia nosotras. No necesité preguntar por qué no había cerrado ya que dos segundos después ingresaron Taylor y Theo, sonriendo también.

     —¡Nana! —exclamó Theo al cerrar la puerta—. ¿Se ha hecho algo en el cabello? Se ve estupenda.

     Mi abuela hizo un gesto restándole importancia con la mano, aunque sonrió a causa del cumplido. Se había recogido el cabello de manera distinta y le quedaba muy bien, la rejuvenecía de alguna manera.

    —Los había extrañado, muchachos. La casa se había vuelto muy silenciosa sin ustedes.

     Los tres tomaron asiento a nuestro alrededor luego de saludar a nana. Theo también me saludó a mí también ya que a diferencia de los otros dos miembros del trío de oro no me veía hace algunos días, esa tarde no había podido escapar de la práctica para ir por nosotros por lo que Sophie había viajado sola hasta el aeropuerto.

     El trío de oro no tardó en extender sus manos en busca de galletas y asintieron con sorpresa al sentir el gusto agradable. No estaban envenenadas, eso seguro.

     —Están muy buenas, señora Allen —soltó Taylor mostrándole la galleta—. Me gusta la nueva receta.

     —Gracias, Taylor. Puedo hacerte cuando gustes.

     Los ojos verdes del muchacho se encendieron con dicha y le dio un apretón en la mano. Seguía siendo el favorito a pesar de que Tyler vivía con nosotros y no podía culpar a mi nana, ambas teníamos debilidad por el mismo muchacho.

     —Mi cumpleaños es pronto, ¿cree que pueda regalarme unas?

     —Por supuesto, niño.

     La habitación volvió a llenarse con energía y conversaciones animadas. Theo y Tyler reclamaron a su vez por galletas y mi pobre nana no tuvo más opción que acceder a sus pedidos. Había caído en una trampa y no iba a poder escapar en el corto plazo, me sentía un poco mal por ella.

     Mientras la charla fluía, centrándose en las maravillas de Los Ángeles, recorrí la habitación con la mirada. ¿Han tenido ese momento en que se vuelven espectadores y observan todo de otra manera? Esa sensación de cariño, de comprender todo y añorarlo mientras sucede como si temieras que llegara a su fin. Me sentía un poco así y cuando mis ojos recayeron sobre la chimenea de la sala de estar una idea se posó sobre en mi mente. Mis padres, o mejor dicho sus restos calcinados, descansaban solitarios y casi olvidados en sus respectivas urnas como objetos de decoración que habían sido depositados sin propósito y que se desempolvaban cada tanto. A mí me parecía que ellos no merecían quedarse así por siempre.

     —¿Nana? —solté interrumpiendo una conversación que me era ajena.




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