Tres y un cuarto

Capítulo 48

El final del curso estaba tan cerca que me resultaba extraño pasearme por los pasillos del instituto como si nada estuviera pasando. Podía ver en el rostro de mis compañeros que no era la única que se sentía rara, el sentimiento de añoranza comenzaba a invadirnos a todos. Tan solo había pasado unos meses en Rose Valley High School y aun así me había sentido más cómoda que en mi colegio en Los Ángeles.

     Esa tarde en particular estaba ayudando a Sophie con el anuario, evaluando los detalles y determinando si había que cambiar algo antes de enviarlo para la impresión. No era mi primera vez en ese trabajo y no me sorprendió cuando mi amiga me pidió ayuda. Lo que sí me sorprendió, en cambio, fue notar que aparecía más en el anuario de lo que había imaginado. Había fotos mías en partidos, en la cafetería y en eventos escolares, siempre acompañada del trío de oro, por supuesto.

     —¿Estás bien? —preguntó Sophie con curiosidad, sus ojos posados sobre mí.

     —Sí. —Sonreí y agité mi cabeza para desprenderme de la sensación de tristeza—. Es extraño ver todo lo que ha sucedido este año.

     —Lo sé, extrañaré el instituto. ¿Quién lo hubiese dicho?

     Reí por lo bajo y miré la hora para asegurarme que no se había hecho muy tarde. La enfermera siempre esperaba hasta que yo llegara para irse o hasta que le avisara que estaba en camino y no quería abusar de su amabilidad y su tiempo, a pesar de que estaba pagándole las horas extras.

     —Theo debe haber terminado su entrenamiento —me hizo saber—. Puedes irte si quieres, ya está todo cubierto. Me aseguraré de revisar los últimos detalles del diseño.

     —¿Segura?

     Ella asintió y me dedicó una sonrisa tranquilizadora. Eso fue suficiente para mí, necesitaba dejar de ver fotografías y recordar todo lo que había sucedido ese año, incluso lo bueno. Me despedí del resto de los alumnos que estaban ayudando con la tarea y recorrí los pasillos buscando la cancha de básquet.

     Observé a los compañeros de Theo salir, compartí algunos saludos de cortesía con ellos y esperé a mi rubio y alto amigo. Era difícil que pasara desapercibido; sin embargo, cuando el grupo terminó de pasar y el pasillo quedó en soledad, él no había hecho acto de presencia.

     Sin dudarlo entré a la cancha y estudié el lugar en penumbras, una única luz estaba encendida en el centro de la habitación y una única persona continuaba en su interior. Mi amigo continuaba en el uniforme del equipo, picando el balón y haciendo juegos entre sus piernas que nunca sería capaz de conseguir. Esperé y esperé intentando descifrar por qué continuaba allí si el entrenamiento se había acabado y si siempre busca la manera de salir corriendo para juntarse con nosotros.

     La curiosidad y la creciente preocupación pudieron conmigo y me acerqué a él.

     —¡Grandote!

     Theo lanzó el balón y giró automáticamente hacia mí. Sonreí al notar que había encestado, siempre lo hacía y de todas maneras continuaba asombrándome.

     —Pequeñita, ¿por qué estás aquí? —soltó con evidente confusión—. Las clases terminaron hace dos horas.

     —Estaba ayudando a Sophie con el anuario y noté que seguías aquí.

     —¿Cómo lo notaste?

       —Bueno… —Sonreí para tranquilizarlo y terminé de acercarme a él—. Todos tus compañeros salieron y tú no, ¿por qué sigues aquí?

     Su respuesta fue impropia en él: se encogió de hombros restándole importancia al asunto y caminó hacia atrás para recoger la pelota que continuaba rebotando alejándose de nosotros.

     —Estaba practicando —dijo finalmente.

     Alerta roja, sirena sonando y anunciando un gran desastre. Algo estaba sucediendo allí.

     —Tú no necesitas practicar, grandote. Eres estupendo.

     —Me ayuda a distraerme.

     ¿Distraerse de qué precisamente? Diablos, estaba comenzando a preocuparme mucho por él.

     —¿Puedo ayudar? —Sonreí.

     —¿A qué?

     —A distraerte, por supuesto. Podemos tirar al arco.

     Sabía que no se llamaba arco, pero a él le hacía gracia cuando me equivocaba con los términos y necesitaba que sonriera. ¿Por qué no sonreía en ese momento si sus labios siempre, siempre estaban curvados en una sonrisa?

     —Canasta —me corrigió con diversión—. Se llama canasta.

     —Como sea.

     Giré sobre mi propio eje varias veces mientras estudiaba la cancha solitaria y oscura. Era un lugar digno para una escena de terror, de hecho, había cientos de películas, series y libros donde actos horrendos eran cometidos en lugares como ese. No obstante, no me asustaba ya que estaba con Theo y sabía que él se dañaría a sí mismo antes de lastimarme.

     Le tomó un rato contestarme y yo aproveché para seguir dando vueltas, mareándome, con la finalidad de que no se sintiera presionado. Si me decía que no, simplemente aceptaría su decisión y me marcharía. Podía entender que las personas necesitaban tiempo a solas, era parte de la vida.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.