Estaba nerviosa. No, estaba que me moría de los nervios y sabía que mi reacción era estúpida porque nada malo podía suceder. Era una pregunta, una pregunta sencilla que yo era capaz de hacer.
El problema era que si la respuesta a la pregunta era un rotundo “no”, yo no sabría qué hacer. ¿Cómo seguiríamos después de eso? La incomodidad no haría más que ir en aumento y eso terminaría por desgastar nuestra amistad. Luego nos veríamos en el MIT y yo podría decirle al mundo que ahí estaba el chico que me había rechazado.
No, no podía auto sabotearme. Estaba preocupada por la respuesta de Taylor, el mismo muchacho que me había dicho que no se rendiría hasta que yo fuera su novia y, a pesar de que no había hecho la pregunta, sabía de primera mano que él continuaba con su plan de enamoramiento. Taylor no me rechazaría, no después de saludarme esa misma mañana con un beso en el medio del pasillo más concurrido del instituto y regalarme una sonrisa devastadora para luego entregarme un paquete de M&M’s y desearme un buen día.
—¿Estás bien, G?
Elevé la cabeza de golpe y sonreí con la mayor naturalidad posible.
—Claro, ¿por qué preguntas?
—El video que estabas viendo terminó hace minutos y tú sigues mirando la pantalla en pausa.
—Lo lamento. Solo estaba pensando.
Mi amigo sonrió y se sentó a mi lado en el sillón para atraerme en un abrazo que buscaba brindarme cariño y apoyo. Aspiré profundo mientras correspondía su gesto de cariño y cerré los ojos con fuerza dejando que su perfume masculino sirviera como tranquilizante.
—Theo me contó tus planes —susurró y sobó mi espalda—. Todo estará bien, Taylor dirá que sí o me encargaré de asesinarlo. Sabes que tengo amigos en Rosewood, puedo enterrarlo ahí y nadie lo sabrá por años.
—Error, sería el primer lugar en el que buscarían. ¿Realmente escribes libros de misterios y policiales?
—Oye. —Rió con ganas y se separó gentilmente de mí—. No me hagas enfadar.
—Lo lamento. —Sonreí.
—Pero hablando en serio, G. Taylor dirá que sí y tú no tienes que estar tan nerviosa.
—Nunca he hecho algo así —confesé.
No pude evitar llevar mi mano hacia mis dientes para morder mis uñas con la finalidad de calmar el revoltijo que sentía en el estómago; no obstante, Tyler me detuvo antes de que pudiera masacrar mi manicura y tomó mi mano entre las suyas.
—Este año has hecho muchas cosas que no imaginaste que harías y aquí estás, sana y sin ningún rasguño. Puedes con esto.
Mis labios se curvaron en un puchero al escuchar sus palabras y él blanqueó los ojos para luego dejar ir mi mano.
—Eres irritante —comentó.
—No me decías algo tierno hace mucho tiempo.
—Me rechazaste, ¿recuerdas?
—Sigo siendo tu amiga, ¿recuerdas?
—Mejor amiga —me corrigió.
—Eso solo confirma que debes ser tierno conmigo.
—Lo pensaré.
Se puso de pie y se inclinó hacia mí para depositar un beso en mi frente. Allí estaba la ternura que fingía no tener.
—Theo debe estar en camino, iré a lavarme los dientes.
—¿Planeas besar a alguien? —bromeé.
—No, pero tú sí. ¿Lavaste tus dientes?
Mi sonrisa se borró rápidamente y seguí su ejemplo al ponerme de pie. Sus ojos se abrieron de par en par al notar que planeaba robarle el baño y antes de que yo pudiera dar un paso, comenzó a correr hacia su dormitorio. Lo seguí sin dudar sabiendo que no había manera de alcanzarlo y lo escuché gritar victorioso al llegar antes que yo.
—¡Madura! —exclamé.
—¡Aprende a perder!
Sabiendo que iba a demorar unos minutos ya que Tyler disfrutaba mirarse al espejo y peinarse, me encaminé hacia la sala y sonreí al notar que mi abuela estaba viendo una de sus tantas novelas.
—¿No crees que es hora de respirar aire fresco?
Sus ojos se separaron dos segundos de la pantalla para mirarme.
—¿Tú me llevarás, niña?
—Puedes acompañar a Tyler. Theo estará encantado de que tomes su brazo durante todo el camino.
Pareció pensárselo unos segundos en silencio. Sabía que no estaba ignorándome porque había dejado de prestarle atención a lo que sucedía en la historia.
—¿Taylor vendrá? —quiso saber con sospecha.
Asentí como respuesta.
—Y quieres privacidad.
Esa no había sido una pregunta.
—Claro que no, nana. Estoy pensando en tu salud.
—¿Qué tanta privacidad necesitan? Puedo ponerme audífonos y fingir que no los escucho.