Tres y un cuarto

Capítulo 50

Podría mirarlo a los ojos por el resto de mi vida y sentiría que no era suficiente. Los ojos verdes de Taylor eran una maravilla, me envolvían en una esfera que me arrebataba de la realidad y volvía mis pensamientos cenizas.

     Debía parecer una loca, con la cabeza apoyada sobre las manos y recargada sobre el pupitre mientras lo observaba dar una presentación sobre la Revolución Francesa. Sus palabras escapaban con precisión, volviendo la lección algo interesante y nada aburrido. Sus manos se movían mientras hablaba y hacía algunas muecas cuando contaba algo desagradable que había sucedido en la época. Pero mis ojos estaban fijos en los suyos que me encontraban cada pocos segundos y provocaban que una sonrisa se le plantara en el rostro.

     En ese momento agradecí que ninguno de los otros miembros del trío de oro cursara esa asignatura con nosotros o sería motivo de burlas por el resto de la eternidad. Y no podría culparlos, miraba embobada al muchacho apuesto que estaba en el frente del salón y probablemente mis hormonas podían olerse a un kilómetro de distancia.

     Pero todo lo bueno tenía un final y, antes de lo que hubiese deseado, dijo la última oración de su relato. Los aplausos de nuestros compañeros me sacaron de la ensoñación y me obligué a aplaudir a la par mientras Taylor caminaba hacia el pupitre a mi lado. Me sonrió al pasar y, tras tomar asiento, se inclinó hacia mí.

     —¿Debo pedir custodia policial, MIT? —susurró con tono burlón—. Me sentí bastante acosado allí.

     Me encogí de hombros, aunque sentí mis mejillas arder con fuerza.

     —¿Puedes culparme?

     —¿Por devorarme con los ojos?

     Asentí.

     —Bueno, a decir verdad, se me ocurre una manera mejor en la que podríamos devorarnos, pero si quieres quedarte en lo seguro por mí no hay problema.

     Por supuesto, a esa altura estaba tan roja como un tomate maduro y sentía el rostro y el cuello acalorado. ¿Me acababa de hacer una propuesta indecente en el medio del salón de clases?

     —Di la hora y el lugar —me animé a decir, elevando la frente como si no estuviera muriendo de nervios por dentro.

     Soltó una carcajada ligera que le iluminó el rostro y se recostó sobre el respaldo de su silla.

     —Me volverás loco, MIT. Y entonces quien necesitará custodia policial serás tú.

     —Veo que no eres más que palabras bonitas, O’Malley.

     Intenté sonar como una perra empoderada; sin embargo, como era de esperar, el tiro me salió por la culata. Tenía la teoría de que el universo conspiraba en mi contra porque no había manera humana de que la profesora estuviera a mi lado en ese momento mirándome con asombro si dos segundos antes estaba junto a su escritorio. Pero allí estaba, con los ojos abiertos de par en par y los labios un poco separados pensando si debía regañarme o no.

     —Lo lamento —murmuré mientras bajaba la mirada.

     —Intente no discutir mucho con el señor O’Malley durante mis clases, señorita Allen.

     —Claro.

     Al elevar la vista encontré a Taylor conteniendo una sonrisa y cuando la docente me dejó de observar, le dediqué un gesto grosero con mi mano que consistía en elevar el dedo medio.

     Por los próximos minutos me dediqué a prestar atención en clases, no queriendo ser regañada por segunda vez y así evitar que me enviaran a detención. Para ese momento había transcurrido un mes desde que el juicio de mis padres había tenido lugar y el fin del ciclo lectivo estaba a la vuelta de la esquina: cuarenta y cinco días nos separaban de la graduación. El clima había comenzado a calentarse, las lluvias eran casi inexistentes y los ánimos habían comenzado a cambiar en el instituto. Todos estábamos ansiosos por acabar, sobre todo los profesores, y no deseaba terminar castigada cuando quedaba tan poco. Detención era sinónimo de perder horas de charlas interminables con el trío de oro en el porche de casa y no podía permitirme eso. A medidos de julio Taylor y yo nos iríamos a la universidad para un curso de verano y sería el fin. No podía perder segundos valiosos.

     Una bola de papel pequeña impactó contra mi mejilla y cayó sobre la madera del escritorio. Volteé mi rostro hacia Taylor y le dediqué una mirada de pocos amigos. Él aprovechó el momento para indicarme que viera el papel y eso fue lo que hice. Desdoblé la pelota irregular y leí las palabras que estaban en su interior.

     Pide permiso para ir al baño, saldré detrás de ti.

     Lo observé sin comprender y él me hizo un gesto con la cabeza que significaba que hiciera lo que me había dicho. No lo pensé dos veces, estaba cansada de escuchar relatos de tiempos pasados donde la gente se bañaba poco y el agua potable era un bien escaso, y por ello elevé mi mano.

     —¿Sí, señorita Allen?

     —¿Puedo ir al baño?

     La mujer asintió sin ánimos, igual de cansada que el resto, y extendió en mi dirección un pase. No dudé en ponerme de pie y caminar hacia su mesa. Lo tomé con decisión y antes de salir del salón le dediqué una mirada a Taylor para que se apurara. No sabía qué quería de mí, pero poco me importaba, me anotaba para lo que fuera. Menos sexo en el baño, ese era mi límite.




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