Tres y un cuarto

Capítulo 51

Desperté en una ambulancia en movimiento con un fuerte dolor de cabeza y una mano cálida sobre la mía. Un rostro desconocido apareció en mi campo de visión y me explicó lo que había sucedido con pocos detalles, probablemente para no abrumarme. Colocó una luz brillante sobre mis ojos y cuando estuvo satisfecho con mi reacción, se echó para atrás. Vi entonces el bello rostro de Taylor y la expresión de terror en sus ojos.

     —¿Cómo te sientes? —preguntó.

     —¿Recuerdas hace unas semanas que me caí en clase de educación física y me salió un feo chichón en la frente que me duró un rato largo?

     Asintió con la cabeza en respuesta.

     —Peor y el sonido infernal de la sirena no ayuda mucho.

     —Llegaremos pronto —me hizo saber el paramédico—. Dejarás de escucharla en pocos minutos.

     Tay me sonrió con ternura y acarició mi mejilla con sus dedos de manera suave y tranquila. Me permití cerrar los ojos unos segundos mientras sentía su contacto que, de alguna manera, conseguía tranquilizarme.

     —¿Te duele la cabeza? —Sus dedos rozaron la zona de mi frente que escocía.

     —Como los mil demonios —admití.

     —¿Algo más?

     Me tomé unos segundos para pensarlo, para estudiar mi cuerpo tensionado y así ser capaz de darle una buena respuesta, una sincera. No me servía de nada hacerme la valiente, el médico a mi lado necesitaba toda la información posible para tratarme adecuadamente.

    —La muñeca izquierda me está matando.

    —Un posible esguince —me informó el hombre.

     Intenté levantar mi brazo para observarme y así tener una idea de su aspecto ya que no podía mover la cabeza al estar inmovilizada; no obstante, Taylor me detuvo antes de poder moverla más de unos centímetros.

    —No te esfuerces —me pidió.

    Suspiré.

    —Genial —ironicé—. ¿Crees que me quedará el brazo como a Harry Potter?

    —¿Te refieres a cuando Gilderoy Lockhart intentó reparar su brazo?

    —Así es.

    —Lo dudo mucho, MIT.

    —¿Suele hacer esas preguntas?

    —Sí, descuide —contestó mi novio—. No es producto del golpe.

    —Intentaré no sentirme insultada.

    Mi chico de ojos verdes volvió a dedicarme una sonrisa y me acarició el cabello. Todo su rostro evidenciaba su preocupación y me sentí mal al saber que yo era la causante de parte de su malestar, aun cuando lo sucedido no había sido mi culpa ni la de nadie. Quizás del animal que decidió salir a la carretera.

    —¿Dónde están Theo y Tyler? ¿Ellos están bien? —investigué—. ¿El Toyota está bien?

    —Están en la otra ambulancia, parece que Theo se quebró la nariz.

    —Pobre grandote.

    —Sí, había mucha sangre y gritos de dolor.

    —Eso significa que manchó el Toyota, ¿verdad?

    Él rió y presionó un beso fugaz sobre mis labios.

    —Es probable que tu lindo auto pase una temporada en el taller.

    —Oh, tendremos que caminar al instituto. —Esbocé una mueca para acompañar mis palabras.

    —Son quinientos metros, MIT.

    —Es muchísimo.

    Volvió a reír y me hizo bien notar que el ceño fruncido iba desapareciendo poco a poco con el correr de los minutos.

    —¿Han llamado a nuestras familias?

    —No, somos mayores de edad. Me encargaré de eso cuando lleguemos al hospital.

    —Intenta que la noticia sea leve para nana, ¿sí? —supliqué.

    —Te lo prometo.

    Arribamos poco después al hospital y tuve que despedirme de mi novio cuando los médicos y residentes me llevaron a distintos sectores para hacerme estudios y así poder evaluar mi situación. Alcancé a ver a Theo ir con rumbo al quirófano y Tyler me saludó con la mano al pasar, su ropa estaba manchada con sangre y eso me inquietó.

    Los cuatro éramos conscientes de que nos esperaba una buena reprimenda y un castigo, podía decir que nos lo merecíamos. No deberíamos habernos fugado del instituto e intentar ir a la ciudad más cercana, tampoco no haber avisado; sin embargo, el pasado no se podía cambiar y teníamos que aceptar las consecuencias.

    Los residentes me pasearon de arriba abajo del hospital y comencé a creer que estaba en una especie de laberinto sin fin. Ser capaz tan solo de ver el techo blanco con sus múltiples luces brillantes no ayudaba en mucho, quería pararme y caminar o al menos que me permitieran sentarme. Cuando creí que el doctor en jefe de mi caso me enviaría por más análisis, finalmente la tortura llegó a su fin y me llevaron a una habitación privada con espacio para otra cama, esperaba que fuera la de Theo.

   Mi ropa había sido reemplazada por una fea bata que dejaba mi trasero al descubierto y sentía mi cabello hecho un desastre, así como un poco pegoteado por la sangre que había salido de mi frente. Para el momento en que el médico fue a hablar conmigo, ya tenía la lastimadura suturada y una venda cubriendo la zona para evitar una infección.




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