Tres y un cuarto

Capítulo 52

Había aprendido por las malas que un esguince de muñeca era algo muy incómodo y que los yesos hacían picar la piel de una manera inexplicable. Quería arrancarme el cabestrillo con los dientes, pero sabía que de hacerlo mi mano quedaría resentida y no alcanzarían las sesiones de fisioterapia para arreglar mi tendón. Dios, odiaba que mi mano izquierda estuviera inmovilizada. Y sí, había aprendido la lección: no era correcto escaparse del instituto.

     —¿Cómo te sientes hoy, G? —preguntó Tyler metiendo su cabeza por la puerta que separaba mi habitación del baño—. ¿Necesitas algo?

     —Estoy bien, Ty. Ya pasó un mes, debes dejar de preocuparte.

     Pero no me prestó atención. Diez minutos después de eso, llegó a mi cuarto con una bandeja con un desayuno que me obligó a comer en cama como si estuviera en mi lecho de muerte. No me quejé, por supuesto, porque si había algo que Tyler sabía hacer –además de escribir, besar y lo que le sigue a eso— era cocinar.

     —Deja de sentirte culpable —le dije antes de darle un mordisco a una tostada que llenó de migas mi pijama— y come un poco de todo esto o no entraré en mi vestido de graduación.

     Se dejó caer a mi lado en la cama y robó de la bandeja un trozo de budín inglés marmolado. Su cabeza se apoyó en mi almohada y observó al techo con una mueca curvando sus lindos labios.

     Luego del accidente, mi amigo de ex cabello castaño se había sentido terriblemente culpable. Nos había pedido perdón a Theo y a mí unas cien veces y se había asegurado de que yo no tuviera que hacer ningún esfuerzo. Se encargaba de las tareas de la casa él solo y me ayudaba con los deberes de la escuela siendo que podía escribir perfectamente porque mi mano lesionada era la izquierda y yo era diestra. De todas maneras, no había dejado de repetir cuanto lo sentía.

     No estaba enfadada con él, tampoco nuestro rubio amigo. Le podría haber pasado a cualquiera y, por fortuna, había sido capaz de esquivar al animalito o probablemente sí hubiésemos muerto en ese lugar.

     —¿Cuándo te sacan esa cosa de la mano?

     —Mañana.

     Miré mi horrible yeso y sonreí un poco al notarlo repleto de dibujos y mensajitos que el trío de oro se había encargado de plasmar con tinta. Algunos eran agradables mientras que otros rozaban lo pervertido. Mis favoritos eran “trasero gigante” que se lo debía a Tyler y “chica de ojos café” que era obra de Taylor, acompañado de un lindo dibujo de mis ojos.

     —¿Necesitas que te lleve al hospital?

     —Me llevará Taylor, pero puedes venir con nosotros.

     —Taylor no conduce —señaló con confusión—. Ni siquiera tiene licencia. ¿Te llevará en su bicicleta?

     Casi había revelado el secreto de Taylor y eso me habría costado pagar la cena. Él conducía, bastante bien a decir verdad, pero no quería que lo tomaran de chofer por lo que mantenía en silencio ese detalle. Y había estado a nada de mandar todo su esfuerzo por la borda.

     —Iremos en taxi —mentí.

     —Tonterías, los llevaré yo. ¿Puedo usar el Toyota?

     Asentí energéticamente y le tendí mi taza con café para que pudiera tragar ya que estaba un poco atorado con la comida.

     Ese era otro tema con el que debía tranquilizarlo a diario. El vehículo había quedado un poco maltrecho tras impactar contra el árbol; sin embargo, el seguro había cubierto todas las reparaciones y pronto había quedado bastante bien. Aun así, Ty se comportaba como si fuera un pecado utilizarlo sin que yo le diera un permiso escrito y oficializado por un escribano público, lo cual era bastante cansador porque era el nuevo encargado de llevarnos a diario al instituto.

     —¿De qué color será tu vestido? Quiero comprar una corbata que combine.

     Sonreí ampliamente al escucharlo y me atreví a apretarle la mejilla. Se deshizo de mi agarre, pero mantuvo mi mano en la suya y la acarició despreocupadamente, jugando un poco con mis dedos.

     —No te preocupes, ya te compré una. Le compré una a Tay también.

     Eso lo hizo reír por lo bajo.

     —Luciremos graciosos como un trío, pero, ¿qué más da? Nunca hemos sido muy normales para este pueblo. —Sonrió—. Además, luciré condenadamente apuesto en traje.

     —Seré la chica más afortunada del instituto —admití—. Claro, después de Sophie. Ella se quedó con el buen Theo.

     —¿Prefieres a Theo antes que a nosotros? —chilló—. Se lo haré saber a tu novio.

     Me encogí de hombros, restándole importancia.

     —Ya lo sabe.

     Separó los labios con fingida indignación y dejó ir mi mano. Formó una “o” con la boca que lo hizo lucir verdaderamente gracioso.

     —Me siento tan traicionado. Y yo aquí trayéndote el desayuno cada día.

     —Sigues siendo mi mejor amigo, Ty. Pero Theo es como un ser superior.

     En lugar de continuar con su actuación, muy mala actuación, de muchacho ofendido, decidió hacerme cosquillas en la cintura. Por supuesto, le di un par de manotones con mi mano buena, aunque eso no lo detuvo e inició una guerra de cosquillas que continuó con los dos carcajeándonos con fuerza. Terminó mal, terriblemente mal como cada guerra de cosquillas, no debido a un golpe sino porque la bandeja con alimentos que tenía en mis piernas terminó en el suelo.




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