Tres Zimmerman Para Una Grey (parte 3)

—2—

A la mañana siguiente, cuando el día apenas despunta, es el momento de abandonar la cama, pese a que quisiera quedarme en ella el día entero. Pero cuando no se puede, no se puede y ya. Paul ya se ha levantado, pero no se ve por ningún lado en la habitación, puede que esté en el estudio adelantando algún documento para hoy. Me voy derechito al baño para tomar una ducha, de las que no deben durar nada, porque la vida de padres es así... Un día puedes tardar lo que quieras en la ducha, y al siguiente, tienes tantas obligaciones por la mañana, que solo te remojas como pato. La alarma suena, y por ello he de salirme, disfrutando apenas del agua recorriendo mi piel, un minuto en falso y la mañana no va a alcanzarme. Apago el bullicio y cojo mi ropa, como madre responsable, dejo lo mío y me acerco a la cama, mi niña tiene posiciones raras al dormir.

—Rose, arriba, hay que ir a la escuela. —Le doy palmaditas en la pierna para despertarle, parece no tener intenciones de hacerlo. —Vamos, cariño, que luego llegamos tarde.

—No quiero, mami. —Se aferra a las sábanas que con los ojos cerrados. Se ve tan linda cuando duerme, se me estruje el corazón por tener que hacer esto, podría dejarle dormir, es solo un día, no pasa nada como que no vaya...

¡Alto ahí, Phoebe! No, no, no... soy una madre muy correcta.

—Rose, deja de echar flojera y levántate, faltan solo cuatro días, luego tendrás vacaciones. Además, hoy llevas frutas para la merienda.

Abre solamente un ojo. Genial, le he ofrecido fruta, malísima táctica. A regañadientes consigo que se siente, no puedo evitar sentir ternura al ver su cómico puchero. Mi niña preciosa, mi encantadora rubia con esos ojazos, su padre ha tendido razón y es una Grey más, con un gris profundo en su mirar. La cargo para llevarla al baño, porque de lo contrario, echamos raíces en la cama. Le pongo a llenar la tina con sus famosas espumas, donde tiene prohibido salpicar y dárselas de graciosita, pero yo soy la culpable, cada día es lo mismo, soy tan glamurosa que mi hija toma el baño conmigo de tacones. Le seco su abundante cabellera, ya merece un recorte para que no se le dañe, ella se divierte cuando lo hago, sufre de cosquillas. La llevo a su habitación para buscar su uniforme, que ha decir verdad, me encanta.

—Mami, yo puedo sola. —Me indigno. Los hijos crecen demasiado rápido, no quiere que la vista.

—Claro, mi vida. —Le dejó su ropa sobre la cama.

Hay que fomentar la independencia en los niños, que poco a poco aprenden a hacer las cosas por si solos. Mi madre y sus consejos, ella es muy sabia. Le ayudo a mi hija cuando tiene problemas con los botones, y es en lo único que lo hago, porque ella misma coloca la tirita del zapato con delicadeza. La siento en la cama para peinarla su cabello, es abundante y sedoso, y rubio, una digna hija de su padre. Le hago una media cola y al medio su lazo, dejando sus rizos luminosos sueltos. Nos encontramos a Danielle de camino a la cocina, ella ya está más que puesta para empezar su labor en la casa. Le pregunto por Paul, y me dice que recién le ha visto en el estudio cuando fue a limpiar, lo dicho.

—Mami, ¿Puedo prepararle el desayuno a papá? —Algo en mi cabeza grita que no, pero, ¿Quién soy yo para quitarle la voluntad a una pobre niña?

—Por supuesto cariño, ¿Qué vamos a necesitar?

—Helado... —esto no va a salir bien, desde ya, me divierto con el resultado.

—Danielle, ayuda a Rose por favor.

Mi hija, ha amanecido muy creativa. Preparo el desayuno de los niños, mientras escucho las tantas cosas que pide para ponerla en el bol. Danielle no puede contenerse la risa, más de alguna risita se le escapa, termino de cortar las frutas de ellos y de inmediato me pongo a alistar la lonchera de ella. Cuando termina su maravillosa receta, le pide por favorcito  a Danielle que lo guarde en el  frigorífico. Teniendo todo listo, me sirvo el muesli. Paul aparece a los minutos, ya trae a Manuel, que aún no termina de estar consciente.

— ¡Papi! Te he preparado el desayuno. —Le dice ella con la emoción escapando de sus poros.

— ¿Ah, sí? Muero por probar eso, mi vida.

—Claro, cariño. —Me acerco para tomar a mi niño, le hago una pedorreta que lo hace reír. Aprovecho que estoy cerca para susurrarle a mi amor: —De intoxicación o diabetes, guapo, pero de seguro mueres cuando lo veas.

Él enarca una ceja, no entiende nada. Tomo asiento con Manuel en la piernas y le doy un trozo de mango para que coma. Estoy preparada para ver lo que se viene.

—Dani, ¿Me pasas la comida de papi? —Con una sola mirada entiende lo que quiero decirle. —Por favor.

—Con gusto, risitas. —Es el sobrenombre que le tiene, puesto que Rose sonríe muy a menudo. La mujer saca el bol y lo deja sobre la isla. —Aquí, tienes.

No puedo aguantar la risa cuando Paul pone una cara de circunstancia, ¡Monumental! Mi hijo, sin saber de qué, pero también se ríe.

—Mira papi, y tiene un montón de colores. —Ella le sonríe, y él, haciendo honor a lo buen padre que es, le regresa una sonrisa un tanto fingida, ¡Tremendo impacto!.

—Gracias, estrellita de mi vida. —Le da un beso en la coronilla. Me lo como, es taaaaan mono.

Él se lleva la primera cucharada a la boca, ante la expectante mirada de nuestra hija. Eso es mucho dulce para una sola persona, yo no podría comerlo, pero le toca. Cómo a mí, la vez que tiró el fresco encima de mi sándwich y para no hacerle sentir mal, me lo comí. La receta mágica, contiene: Helado, papas, galletas en trozos, chispas de colores y chocolate, sirope de maracuyá, y panqueques.

Estoy enamorada de mi niño, es muuuy hermoso. Le dejo un beso en la mejilla antes de entregárselo a Danielle, odio tener que irme y dejarlo, pero mamá debe trabajar. Dejamos a Rose en el auto y le vemos ir, es acompañada por Ever, el guardaespalda que en alguna ocasión me prometió Sawyer, está encargado de llevarle y traerle de la escuela, además de quedarse por si algo se ofrece. La escuela queda del otro lado de la ciudad, en la dirección opuesta a la editorial o Müller. Cuando entramos a nuestro auto, mi guardaespaldas favorito es quien conduce.




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