Tres Zimmerman Para Una Grey (parte 3)

—5—

—He resuelto lo del viaje —me dice Paul aún en la cama. Hemos pasado un rato muy entretenido juntos. —Si sigue en pie, claro.

—Iremos. Ya sabes que la única condición es que no me toques la otra semana.

—El avión sale el domingo, yo también tengo unas cuantas cosas que resolver en Müller. Por fortuna, Sandra regresa la otra semana de sus vacaciones por maternidad, dejaré a alguien de mi entera confianza a cargo.

—Cariño, he pensado que podríamos pasar unos días en casa de tus tíos, digo, si ellos así lo permiten. Son a los que menos tenemos la oportunidad de ver, y bueno, quiero que mis hijos convivan con todos como se debe.

—Es una excelente idea, mi amor. Les llamaré mañana para consultarles.

El sonido proveniente de la puerta nos interrumpe, ese toque particular, solo puede pertenecer a una persona.

—Mami, papi —nos llama desde el otro lado. Se nos ha olvidado quitar el pestillo. La manigueta gira sin tener éxito. —Estoy aquí.

Camino hasta la puerta para abrirle. Mi despeinada y recién despertada hija está allí.

— ¿Qué necesitas, mi vida?

—Tengo hambre —enuncia acariciando su barriguita. Mi preciosa, por más que coma, nunca tiene llenadera.

—Ven, vamos a la cocina, Rose —tomo su mano para llevármela. —De seguro Danielle nos ha preparado algo delicioso para cenar.

— ¿Y papi?

—En seguida voy, estrellita mía. —Le grita desde la cama. —Solo voy a lavarme las manos.

Reprimo mi risa. Lavarse las manos, sí claro, le he dicho que se vistiese y no quiso, ahora está con el culo al aire en la cama. Cierro la puerta y cargo a mi hija, ella se abraza a mi cuello descansando la cabeza ahí mismo, le escucho bostezar.

— ¿Tienes sueño, Rose?

—Muchísimo, pero también tengo hambre.  —Olisqueo si cabello, sonrío.

— ¿Te darás un baño antes de dormir?

—Si, porque la abuelita Ana me dijo que olía a cachorrito —río. Mi madre es tan linda. Esta niña ha dudado muchísimo hoy. —Mami, ¿Cuándo vuelve Picky?

—Uhm —murmuro haciendo mis cuentas en el aire. —No lo sé con exactitud, cariño, pero creo que tendremos que esperar un poquitín de tiempo. Pronto nos iremos de vacaciones a la playa.

— ¿La playa? —pregunta con su mirada atenta en mí, sus ojitos brillan. A mi sirena le encanta el agua.

—Si, mi vida. Iremos: papá, Manuel, tú y yo. ¿Te gusta la idea?

—Bastante, ¿Puedo enseñarle a Manuel a recolectar arena?

—Por supuesto que sí, señorita.

Entro a la cocina con ella en mis brazos y rápidamente le sirvo su plato para dejarla sobre la banca y que pueda comer.

—Phoebe —me llama Danielle, que se está secando las manos.

—Ya he terminado todo aquí. Y mis compañeros de curso quieren celebrar el final del mismo, ¿Será que pueda salir hoy?

—Danielle, hoy es viernes, básicamente ya ha empezado tu fin de semana. Claro que puedes irte, Paul y yo nos encargamos de los niños.

—Es cierto, está semana he perdido la noción de todo. Nos vemos el lunes entonces.

La veo irse, que celebre sus logros. Busco los platos de Paul y mío para servirnos, mientras Rose devora todo lo que tiene. Los dejo sobre la encimera y espero a que mi amor llegue. Mis dos rubios preciosos aparecen, el más pequeño parece haber llorado. Paul me dice que estaba totalmente a oscuras en su habitación, olvidaron encender la bujía de acompañamiento. No tiene hambre, puede que haya tenido un mal sueño y eso le haya despertado. Se mantiene sereno sobre mi pecho, con el dedo pulgar en la boca. Al terminar de cenar, todo queda a oscuras en la parte baja de la casa, Paul se queda con el niño, y yo voy a darle un baño a mi hija. La meto en la tina llena de burbujas, le dejo jugar un rato con ellas mientras le lavo el cabello. Cuando acabo, la llevo a su cama para colocarle la pijama y peinarla, seco su cabello con la toalla, y procedo a hacerle unas trenzas sueltas para atarlo. No espera un centro, ni canción, nada, en cuanto su cabeza toca la almohada, sus ojos se cierran. Apago la luz de su habitación para marcharme.

Al llegar a mis aposentos, me encuentro con una imagen digna de fotografía. Paul está dormida en la cama, con Manuel recostado en su abdomen haciendo lo mismo. Uno es la imagen del otro, totalmente iguales, de imaginar a mi hijo crecidito... Será un dolor de cabeza. Me subo a la cama para reiterar a mi niño, una vez que le tengo en mi pecho, abre los ojitos, me mira y vuelve a cerrarlos, aferrándose a mí. Se ha dormido sin probar alimento, por lo cual, se despertará pronto para reclamarlo, y yo estoy tan cansada que ir hasta su cuarto va a matarme. Libero una de las almohadas y la coloco a mi lado, para acomodarlo. Me acuesto a su lado, apago la lámpara para dormir al final.

***

Dos de la mañana, si, dos de la mañana. Manuel se remueve incómodo, se ha mojado el pañal, al tenerlo en mis brazos llora. Paul no está en la cama. Voy hasta su habitación para cambiarlo, antes de que se ponga loco, le doy de comer, y cuando se duerme, le dejo dormido en su cuna.

¿Dónde se metió Paul?
Bajo a la sala, no está. En la cocina, no está. Abro la puerta del despacho, y ahí lo encuentro, recostado en el sofá, con los ojos cerrados y únicamente iluminado por la luz que entra del jardín, la que permanece encendida toda la noche por seguridad. Me acerco a su lado, en la pequeña mesa tiene un frasco de pastillas y agua.

— ¿Te duele la cabeza otra vez? —le pregunto pasando mi mano por su cabello.

—No podía dormir y me vine aquí, no quería despertarlos.

— ¿Y esto? —Levanto el frasco, abre los ojos lentamente.

—No me ha caído bien la cena, son digestivos.

—Ah —susurro dejándolo en su lugar. —¿Ya te sientes mejor?

—Un poco, si. ¿Y el pequeño?

—Se despertó porque estaba mojado, aproveché para darle el pecho y dejarlo en su cuna. —Le tiendo mi mano. —Volvamos a la cama.




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