Mis labios rozan los suyos, mientras él mueve con delicadeza su mano por mi espalda. Me gusta su aroma, me encanta todo de él. Sus labios viajan por mi mejilla, hasta detenerse en mi cuello, alzo la barbilla para darle mayor accesibilidad, y él, entendiéndolo, juega con su lengua sobre la zona. Sus manos se desliza por debajo de mi camisa de pijama, y el contacto me causa una sensación de placer inmediata. Quiero todo de él, y aquí es justo donde me encanta estar.
—Como aparezca, Rose, hacemos la noche —se mofa. Han sido incontables las veces en que la pequeña ha entrado a la habitación, cortando cualquier tipo de rollito que podamos tener. Me río.
Le respondo con un beso, al cual, él corresponde. No es momento hablar, y no hay tiempo que perder. Besarle, es una de las cosas que verdaderamente amo hacer. Sus caricias, no hacen más que alimentar mis ganas de seguirle amando. Le miro a los ojos, debe saber que no tengo la mínima intención de parar, nuestro aliento se mezclan en cuanto nuestras narices se juntan. Me levanta lentamente hasta sentarme a horcajadas sobre él, les escucho reír, y es por mi atrevimiento, me apodero de sus labios, y vuelvo a besarle, con sus manos tomando posesión de mi cintura, perdemos el control. Me ayuda a sacar su camisa, y yo hago lo mismo con mi ropa, eso ya no hace más que estorbar. Tira de mi cuerpo para colocarse sobre mí en la cama, jadeantes y muy excitados, él recorre mi barbilla con sus labios, depositando un suave beso sobre la misma. Jadeo ante su acto, desliza sus labios hacia mi cuello. Se introduce lentamente en mi interior, muevo mi cadera, haciendo que gima. Busco sus labios para devorarlos, arqueo la espalda, aumenta el ritmo de las embestidas, jadeo sobre sus labios.
Me besa, lo beso, disfrutamos intensamente el uno del otro. Me aferro a su cuerpo, sus manos están sosteniendo mis manos, y hace un recorrido de besos por mis pechos. Me vuelven loca sus besos, sus movimientos, su roce, saber que es él, el amor de mi vida, a quien amo con todo mi ser. Somos caricias, besos y mucha pasión. Se sostiene con los codos para mirarme.
—Te amo —susurra para besarme. —Pasaría toda una vida contigo sin dudarlo.
—Eres mi complemento, cariño —murmuro entre besos. —Te amo, Paul.
Vuelve a entrar en mi delicadamente, gimo de placer. Se mueve, acarició su torso con mis manos, le escucho gemir cuando su rostro tiene una expresión de satisfacción, le pido que me deje subir en él, muy gozoso, se desliza a un lado. Estando sobre él, me mueve con suavidad, solamente para sentirle, sus dedos bailan al tomar mi cinturas, sus jadeos me hacen saber que le gusta, aumento el ritmo y gime. Sin palabras, no hay necesidad de decir nada, recorre mi espalda con sus manos, me inclino hacia él, le besó en los labios, sostengo su rostro entre mis manos para profundizarlo. Me encanta, la sensación de estar entregándonos, es avasalladora. Le miro, tiene los ojos cerrados, con la boca entreabierta. Beso sus ojos, me mira y sonríe cómplice, nuestra respiración está agitada. Aumenta el ritmo de sus embestidas, con mis labios sobre los suyos, le sonrío, sabe lo que me hace sentir. Jadeamos, gemimos... Entre suaves besos, llegamos al clímax. Entrelaza nuestros dedos, dejando nuestras manos unidas sobre su cabeza. Sosteniéndome, nos gira para quedar sobre mí y salir lentamente. Se recuesta a mi lado, acaricio su rostro, ¡Cómo me gusta este hombre!
—Parece que la señorita, ha decidido dormir profundamente —digo. Él sonríe, me gusta su sonrisa.
—Ella sabe que su padre también necesita un poquito de amor —mis labios se encurvan, cualquiera diría que no le doy amor.
—El que no recibe amor le dicen —ironizo.
—Tanto y más de lo que necesito —murmura. Deposita un suave beso en mis labios. —Tengo a la esposa más preciosa del mundo.
Me sostiene entre sus brazos, y yo acomodo mi cabeza en su pecho. Así nos quedamos, mientras conversamos sobre el viaje a Cancún de mañana. Le digo que Rose va a amar el agüita el coco, él asegura que no, realizamos una apuesta... Una que estoy segura de no perder.
***
Por la mañana, despierto a su lado. Extrañamente, no ha despertado. Me levanto despacio para no despertarle, busco mi ropa, para ir a ver a los niños. Algo está pasando con los Zimmerman, parece que han amanecido de perezosos, miro la hora en el reloj, y han pasado su hora. Me arregle un poco el cabello para no salir toda despeinada, claro, después de una buena noche. Salgo de la habitación, para cruzarme a la de mis hijos.
— ¡Jesús! —exclamo al entrar. No están, mis hijos... No están.
Camino a toda prisa con dirección a la sala, tampoco hay nada. En la cocina tampoco. Y en el jardín monjas señales de nadie ¡No puede ser! Todo listo ocurrido en el pasado, me lleva a estar medio loca, mi peor miedo se hace realidad, no encuentro a mis hijos.
—Buenos días, Phoebe —escucho tras de mí. Enseguida giro al escuchar su voz.
—Sawyer, mis hijos no están —le digo asustada. —No los encontré.
—Ellos se...
Dejo de escucharle hablar cuando la puerta se abre. El corazón me regresa al pecho, y vuelvo a respirar. Rose entra de primero, parece que ya se ha bañado. No puedo pensar en nada, solo en el susto que me he llevado y lo molesta que me ha hecho sentir no encontrarles. Decidida, camino hacia ellos.
— ¿Por qué demonios te llevas a mis hijos? —pregunto en un tono elevado. — ¿Qué carajos tienes en la cabeza? He estado a punto de volverme loca por no encontrarlos, ¿Qué te crees, Juan?
—Tranquila, Phoebe. Solamente hemos ido un momento por las compras. Los niños ya habían despertado, no podíamos dejarles solos y... —niego con la cabeza.
— ¿No pudieron habernos despertado? Llamar a la puerta no cuesta absolutamente nada. Además, ¿Mirad a este hombre? —señalo a Sawyer —Es su guardaespaldas, él los puede cuidar.
—Phoebe —me llama —, justo venimos regresando.
— ¡Inconscientes! Todos son inconscientes —le quito a Manuel y lo llevo a mis brazos. —Rose, vamos a la habitación.
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Editado: 27.11.2020