Hacía ya treinta minutos me encontraba con mi hoja en blanco. No había estudiado para el examen de Historia, pues había estado ocupada salvando al idiota de Jeffer. Comencé a ponerme muy nerviosa, realmente no recordaba ni un poco de las clases, y todos los períodos históricos entre 1820 y 1900 se mezclaban en mi cabeza. No quería sacar una mala nota, pero tampoco me gustaba escribir cosas sin sentido para adornar las respuestas, y no era una materia en la que pudiera hacerlo logrando que pasara desapercibido.
—Se te está yendo el color— dijo Timmy, mi mejor amigo, en un susurro.
Maldita sea, tenía que tranquilizarme. Que se me estuviera yendo el color implicaba que, poco a poco , mi cuerpo comenzaba a volverse invisible. Era un código que teníamos mi amigo y yo, quién se tomaba la molestia de estar atento a mis piernas durante los exámenes por si mis emociones se salían de control y comenzaban a tornarse transparentes. Tomé mi pelota de goma de la mochila y comencé a apretarla, para calmar un poco mis nervios. Solo mis mejores amigos sabían acerca de mis poderes, además de mis padres, claro. Ellos me habían enseñado a controlarlos desde niña como podían, porque realmente no tenían poderes ni sabían muy bien cómo manejarlos, además de que siempre se había negado a que tomara clases de héroes. Hacían lo que podían con lo que tenían de información, la cual para ser sinceros era poca y de muy malas fuentes. Me enseñaron más bien técnicas de autocontrol para poder poner mis emociones en su lugar. Y a medida que crecí fui aprendiendo también algunas por mi cuenta.
Los primeros años mis poderes se salían de control cada vez que sentía emociones muy fuertes, pero con el paso del tiempo aprendí a controlarlas. No me juntaba demasiado con mis compañeros y si iba a cumpleaños era con mis padres acompañándome. No se avergonzaban de mis poderes, pero creían que podía ser contraproducente que todo el mundo se enterara de aquello. Los superhéroes existían, claro está, pero mantenían su identidad oculta bajo máscaras y trajes. Mis amigos Timmy y Eve habían estado conmigo el día que lo descubrí, y fue por eso también que me hice tan amiga de ellos. De pequeña, mis padres solo me dejaban juntarme con ellos a jugar, porque habían estado el primer día y sus familias habían jurado mantener aquel secreto en silencio. Lo que mis padres no sabían y mis amigos sí, era que hacía poco había comenzado a frecuentar a una heroína profesional y me estaba enseñando a manejarme en el mundo de los superhéroes. Mis padres me hubiesen prohibido hacerlo, para ellos el hecho de que tuviera poderes era más una preocupación que otra cosa, sabían que algo podría salir mal. Sin embargo, yo tenía la inminente necesidad de que alguien que realmente me comprendiera me ayudara a manejar todo aquello. Fue por ello que me las rebusqué para poder frecuentar a Telequi.
—Pásame tu hoja — susurró Timmy tendiendo su mano con discreción hacia mi pupitre.
—Gracias, te adoro — le contesté en un susurro.
Luego de 10 minutos mi prueba estaba hecha, por así decirlo. Le agradecí a mi amigo con un gesto de cabeza y comencé a pasar en limpio los apuntes e información en lápiz. Para no quedar en descubierto cada vez que hacíamos eso, anotábamos los hechos importantes y los relacionábamos con flechas, para que el otro pudiera pasarlo en tinta con su letra y sus propias palabras. No lo habíamos hecho demasiadas veces, y casi siempre era él quien en realidad me salvaba en las pruebas de historia o geografía. Era realmente pésima recordando datos y fechas, así como los nombres de los ambientes o las ciudades y sus capitales.
Lo pasé todo, borré los márgenes y fui a entregarle el examen a mi profesor con una sonrisa en el rostro. Me sentía un poco mal al respecto, no me gustaba timar así al sistema, pero no podía desaprobar ninguna prueba más.
—¿Puedo leer? — pregunté una vez que había dejado mi prueba.
—Sí, claro — respondió el profesor.
—Gracias.
Volví hacia mi lugar al fondo del salón y tomé mi libro, no sin antes chocar los cinco con Timmy, me había salvado, otra vez. No podía negar que mi amigo me gustaba mucho, pero ya había pasado a ser algo platónico. Me encantaba la relación que llevábamos y realmente no quería arruinar lo nuestro. Además de que lo había intentado en reiteradas ocasiones de forma indirecta y jamás había mostrado una mirada más allá de la que puede darte un amigo.
Luego de un rato el timbre sonó y salí junto con Timmy y Eve hacia el recreo. Como era costumbre, había un grupo rodeando al algo amoratado Jeff, quien había salvado con mis propias manos la tarde anterior. Era conocido por vivir metido en problemas y por ser un rompecorazones. Y yo estaba muy cansada de que siempre sea el matón de turno al que debía salvar.
—Me las arregle muy fácilmente para librarme de esos mancos. Eran corpulentos, pero no tenían precisión — alardeo él con su voz de chico rudo.
Suspiré y rodé los ojos. Idiota. El día que aceptara que había sido salvado en reiteradas ocasiones, por una muchacha, lloverían ovejas. Era un completo patán, pero siempre lo andaba salvando. No me pregunten por qué, porque yo tampoco lo sabía. En todos mis entrenamientos con Lexa acabamos pasando por donde Jeff se encontraba pasándola mal. Y allí iba yo, a rescatarlo y practicar para el futuro.
En la intimidad, luego de que lo salvase, siempre me agradecía y preguntaba por mi nombre, yo jamás se lo daba. Pero luego andaba alardeando por la escuela cosas que no eran, y eso me molestaba mucho. Probablemente dolería a su ego decir que "Una chica ha aparecido de la nada, disfrazada de una manera muy rara, y me ha salvado la vida. Luego ha salido volando sin dejar rastros" Pero podría simplemente no hablar del tema. Si no fuera porque era parte de mi entrenamiento, hubiese dejado que le quiebren las costillas o algo por el estilo para que aprendiera.
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Editado: 17.07.2025