Trilogia Una Noche En Grecia: 1

CAPITULO TRES: UN CAFÉ

—Señor, lo he confirmado. La mujer que tiene a su presunto hijo es Nala Prescok. Delgada, ojos verdes, mide 1,52…

—No me jodas la paciencia. Esa maldita desgraciada sabía quién era yo desde un principio. —Asumió Grenor sintiendo la ira correr por sus venas.

—Existe la posibilidad de que la mujer no sepa de…

—¿Quién demonios crees que soy? ¡Todos saben quien soy! — Gritó enfurecido. —Por supuesto que esa mujer sabe quien soy.

Lo que más le incomodaba a Grenor en aquel momento, era el hecho de sentirse un idiota por haberle dado un puñetazo al supuesto ladrón.

Supuesto ladrón, ahora todo debía ponerlo en duda.

Conociendo a Dara, era muy probable que todo fuera una farsa y que aquella mujer que se le mostró tan inocente, no fuera más que una treta, un medio para hacerlo caer en las redes.

Tan débil que era con las mujeres. Se daba cuenta que tenía muy mal ojo para juzgar cuando de féminas se trataba.

—Ella cuida a mi hijo..

Eso era algo que su hermana jamás se había detenido a pensar.

Egoísta por todos los poros de su piel.

Nala subió los ojos girándolos de forma extravagante.

Las idioteces que debía de soportar.

La puerta de la casa de al lado se abrió de repente y salió la señora Lorena Show, la cual era quién cuidaba de Peter cuando ella debía de ir a trabajar, cosa que normalmente se llevaba a su sobrino con ella a menos que tuviera muy congestionada con papeleo y cuidados de infantes, pues en la ONG le aceptaron su presencia. Nala estaba involucrada de lleno con niños huérfanos que no tenían quien velara por su bienestar. Ella desde los 18 había estado en ese lugar, y antes de eso, era voluntaria en hogares de acogida.

–Buenos días, señora Lorena. — Saludó efusivamente con la mano y Peter hizo lo mismo.

—¡Hola, Lore! —gritó su sobrino.

—¡Hola, Peter! ¡qué bueno que estás bien hoy! — gritó la mujer con el mismo ánimo. —¿no has tenido ningún ataque últimamente?

aba pues Peter era bastante alto para su edad, tenía el peso y el tamaño de un niño de siete años.

Su hermana no era tan corpulenta ni tampoco tan alta, eran prácticamente del mismo tamaño, pero Dara tenía ese típico cuerpo de modelo y rostro angelical que lograba hacer que las personas hicieran lo que ella quisiese.

—¡Por favor! ¡Ayúdenme! ¡Es un asaltante! ¡me ha atracado! ¡Es un ladrón! —gritó con más fuerza, hasta que sintió como su garganta se cortó por el llanto y el grito de dolor. Le ardía un poco donde la navaja o el cuchillo, — ¡A saber qué era pues no lo había visto! — le había cortado.

Se quedó a mitad de la acera viendo como los carros cruzaban, cada uno más rápido que el anterior, y esperó hasta que el semáforo cambiara pero el hombre ya había cruzado la avenida y se giró a verla.

—Por favor... —dijo con la voz queda y sin aliento. Su corazón martillandole en el pecho con fuerza.

Un hombre la observó desde la otra acera, tenía el celular en la mano y vio como el ladrón cruzó la calle.

Ella sin poder hablar, pues se ha quedado sin aliento, levantó la mano intentando que el hombre entendiera, pero solamente siendo obra de los mismos ángeles el desconocido comprendería la situación.

¡Sorpresa!

El hombre lo entendió a la perfección y de un solo golpe derribó al ladrón con un puñetazo en la cara, haciendo que éste cayera de trasero en la acera y soltó la navaja que aún llevaba en su mano.

El semáforo cambió en ese momento y Nala logró cruzar, se acercó con Peter en brazos y murmuró:

—Me acaba de asaltar... —con voz entrecortada.

El seguridad del edificio salió en ese momento y colocó una pistola en el rostro del ladrón:

— Ni se te ocurra moverte. —le dijo y el hombre observó a la mujer fijamente a los ojos.

Nala se sintió analizada por completo como si fuese un escáner viviente la estuviera revisando de pies a cabeza.

—¿Está usted bien? —le preguntó el hombre con un acento bastante marcado.

—Lo estoy... —respondió ella bajando a su sobrino y dando varios pasos lejos del ladrón. Su sobrino estaba con la frente sudada y ella sacó un pañito de la cartera que tenía colgada, le secó el sudor a Peter y tiró en una papelera la servilleta desechable.

—¿Estás bien, cariño? —le preguntó al niño y éste sonrío.

—No me dijiste que era un ladrón. — se quejó.

—Perdóname, amor. No he tenido tiempo de reaccionar. Gracias a este señor... —Nala señaló al desconocido y le sonrió tímidamente—... él lo ha detenido. ¿Podría quitarle mi teléfono móvil? No puedo perderlo.

Era lo único que le faltaba, perder la comunicación con las personas de su trabajo, con su amiga y quizás el posible contacto de su hermana después de tantos años sin saber nada de ella.

—¿Segura que está bien? Está temblando. ¿Quiere sentarse? —le preguntó el hombre.

—Estoy bien, gracias a usted... Gracias por detenerlo, en verdad no puedo darme el lujo de perder mi móvil.

—No se disculpe, a las plagas hay que eliminarlas. —él sonrió aunque la sonrisa no le llegó a los ojos. Nala se sintió de inmediato atraída por el desconocido, sus ojos eran de un azul como las aguas del mar, su cabello negro estaba peinado hacia atrás y una nariz Aguilera le daba un toque estilizado y masculino, sus labios eran gruesos y fuertes y su barbilla ligeramente cuadrada, con un hoyuelo de los más atractivo en el centro de esta.

Lleevaba una camisa de color blanco y una gabardina por encima de un color marrón oscuro, sus pantalones eran del mismo tono de la gabardina y sus zapatos estaban lustrados. Se notaba a kilómetros de distancia que el hombre estaba forrado en dinero.

Lana vio entonces la mano del hombre que éste la aflojaba y apretaba en un movimiento constante, ella se acercó a él y actuando por impulso, la agarró.

Sintió de inmediato una corriente eléctrica que la dejó súbitamente inquieta, soltó la mano del hombre como si se quemaste.

—Yo... Disculpe... ¿Está usted bien? ¿necesita un poco de hielo? —miró al seguridad y le dijo—: ¿puede conseguirle un poco de hielo?




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