El hombre sonrió y miró a su sobrino fijamente que se escondió detrás de las piernas delgadas de Nala. Ella levantó las cejas y se preguntó en silencio qué demonios le miraba su sobrino.
—¿Tiene usted hijos? —le preguntó entonces para sacar un poco de conversación mientras pasaba el peso de su cuerpo de un pie a otro, aguardando pues el hombre estaba más que callado. —Si quiere le invito el café y así lo compenso por esa mano que le amanecerá hinchada mañana.
Él sonrió y metió las manos en los bolsillos de su pantalón.
—Un café estaría bien, gracias por ofrecerlo. Acabo de llegar de bastante lejos y aún no he tomado una buena taza de café. —él volvió a sonreírle y Nala por un momento se quedó sin respiración, su corazón dejó de latir, sus ojos se dilataron, su boca se resecó y pasó suavemente la lengua por sus labios intentando que ésta no se partiera en pedazos y cayera al piso delante del hombre.
—Sí, creo que hay un café cerca de aquí. — ella volteó y miró a la redonda —sí, justo allí.
A tan sólo tres locales había un local que vendían excelentes cafés de máquina, así que Nala agarró a su sobrino y comenzó a caminar lentamente sin mirar hacia atrás, esperando que el hombre la estuviera siguiendo. Miró sobre su hombro sutilmente y se dio cuenta que, efectivamente, el hombre la seguía.
Agradeció a los cielos el no pasar la vergüenza de invitar a un hombre extraño a un café y que éste se negara en rotundo.
Llegaron al local después de dar unos veinte pasos y consiguieron una mesa apartada de los demás clientes, de inmediato Peter se sentó a su lado y ella le pidió una chocolicious cookies, una maravillosa galleta con chispas de chocolate, esa que a su sobrino le encantaba desde hacía años. La camarera se la trajo de inmediato y Peter se entretuvo comiéndola.
—Su hijo es hermoso. —le dijo. Ella sonrió, se sonrojó de pies a cabeza.
No iba a contarle la historia, no le diría que no era su hijo, porque ella lo sentía como suyo aunque fuese de su hermana.
—Gracias.. —murmuró sin saber qué más responder. Peter miró al hombre enarcando una ceja y le inquirió:
—¿Quién eres tú?
—Estoy ayudando a tu madre con su ofrecimiento de una taza de café. —en ese momento llegó una camarera y le pidieron dos café: 1 sin azúcar para el desconocido y otro largo, con leche aparte y 4 cucharadas de azúcar. El hombre levantó las cejas sorprendido por la cantidad de azúcar y ella se sonrojó aún más.
—¿Tiene usted hijos?— preguntó nuevamente, pues él no le había respondido.
—Sí, la verdad es que tengo uno tiene 5 años.
—¡Yo también! — Chilló Peter haciendo que ambos se rieran.
—Vaya, ¡qué coincidencia! Peter también tiene 5 años.
—¿Peter? ¿así se llama?
—Peter prescok.
—Vaya, un nombre hermoso. —dijo el hombre y Nala se quedó callada sin saber que decir.
—Gracias. — respondió por segunda vez. ¿Era que acaso no iba a parar de disculparse?
Sintió una breve pausa que le impactó, pero aún así, los ojos azules del hombre sonrieron, y no dejaron de ver a su hijo. Ella, por su parte, se entretuvo cuando los cafés llegaron.
—Aún no sé tu nombre. —le dijo después de tomarse unos sorbos de su café. — lo mínimo que puedo es saber cómo te llamas. —se atrevió ella a decir al ver que él no respondía y sólo observaba a su hijo.
El volvió a sonreír sin que el gesto le llegara a sus ojos, tenía el ceño fruncido y la mirada fija en los movimientos de Peter.
Seguramente extraña a su hijo. Pensó Nala intentando no sentirse incómoda por la mirada del hombre.
"Seguro ha de estar comparando como mi hijo se comporta y seguro el de él es un terremoto que no sabe ir a lugares públicos y deben de tenerlo encerrado. Típico de los niños ricos que se creían teniendo todo fácil."
Ella se había encargado de darle educación a su hijo y que éste no se pusiera de revoltoso en los lugares públicos, una cosa era ser pobre y no tener una buena situación económica que les permitirá darse lujos caros, y otra muy diferente era comportarse como si nadie le hubiera dado educación alguna en casa.
—Me llamo Grenor. —dijo el hombre extendiendo una mano y por primera vez dejando de fruncir el ceño, la miró a los ojos y esto hizo que la Nala sintiera un sobresalto en el pecho, intentó disimularlo con una sonrisa temblorosa, extendió su mano y le estrecho la mano a Grenor, volviendo a sentir la misma corriente eléctrica que había sentido antes al tocarlo.
—Soy Nala. Encantada de conocerte. —Murmuró y se quedaron agarrados por lo que duró una eternidad.
Hasta que el teléfono de Grenor sonó, en ese momento nada lo miró sabiendo que éste iba a retirarse y la dejaría.
Se notaba a leguas que era un hombre ocupado.
Miró a su hijo, miró su celular que estaba en la mesa, y pensó que jamás tendría la oportunidad de volver a conversar con ese hombre, que a pesar de no haber querido hablar en primera instancia terminó siendo una buena compañía y distrayendola, pues en todo el rato no había pensado en su situación financiera y el problema que le caía encima.
Así que decidió, actuando por impulso, tomar una servilleta y sacar de su cartera un lapicero de color negro que siempre llevaba junto a su agenda, anotó su número telefónico y su nombre, sabía que iba a arrepentirse nada más salir del lugar, y que probablemente querría meter la cabeza en una funda por ser tan lanzada, pero le venía bien conversar con alguien y distraerse un poco.
Su amiga Ghita siempre se lo había dicho: debía de salir más y no centrarse tanto en educar y criar a Peter, dándole todo de ella, porque a la larga, en algún momento su hijo se iría de casa y ella se quedaría sola sin haber hecho nada interesante en su vida.
Esto era lo más interesante que iba a pasarle, y lo que le había pasado en demasiados años, por no decir en toda su vida.
Conocer a un completo desconocido que como un superhéroe la había defendido de un ladrón.
#240 en Novela contemporánea
dolor traicion mentiras, romance drama comedia humor, dudas infidelidades
Editado: 09.01.2025