Nala se quedó petrificada mientras sintió los brazos del desconocido apuesto que había ocupado sus sueños ese día. Se sintió como una colegiala y no como una mujer de veinticinco años.
—Tu... —dijo ella mientras su cerebro hacía cortocircuito y buscaba todas las formas de concretar una oración con sentido.
—Qué casualidad.. —dijo él y ella pudo jurar que el hombre le sonrió.
El corazón de Nala comenzó a palpitar tan deprisa, pasando de un frío congelador a fuego ardiente que amenazó con consumirla y volverla una papilla.
Nala se alejó del hombre como si este tuviera la peste, o más bien como si su piel fuera a quemarse en cualquier momento bajo el tacto de Grenor.
Nala recogió la bandeja de metal que había hecho escándalo al caer pero ella sólo tuvo ojos y sentidos para el hombre de traje que evitó que cayera de espalda al suelo en frente de todos los invitados que estaban allí presentes para ese compromiso de uno de los hombres más ricos de Chicago.
Ella no era una tonta, sabía muy bien que estaba rodeada de personalidades de la más alta sociedad. Pero jamás creyó que se encontraría con el apuesto desconocido que la había defendido de un asaltador el día anterior.
—Señor, lo he confirmado. La mujer que tiene a su presunto hijo es Nala Prescok. Delgada, ojos verdes, mide 1,52…
—No me jodas la paciencia. Esa maldita desgraciada sabía quién era yo desde un principio. —Asumió Grenor sintiendo la ira correr por sus venas.
—Existe la posibilidad de que la mujer no sepa de…
—¿Quién demonios crees que soy? ¡Todos saben quien soy! — Gritó enfurecido. —Por supuesto que esa mujer sabe quien soy.
Lo que más le incomodaba a Grenor en aquel momento, era el hecho de sentirse un idiota por haberle dado un puñetazo al supuesto ladrón.
Supuesto ladrón, ahora todo debía ponerlo en duda.
Conociendo a Dara, era muy probable que todo fuera una farsa y que aquella mujer que se le mostró tan inocente, no fuera más que una treta, un medio para hacerlo caer en las redes.
Tan débil que era con las mujeres. Se daba cuenta que tenía muy mal ojo para juzgar cuando de féminas se trataba.
—Ella cuida a mi hijo..
Se encaminó a la oficina de la mujer y tocó la puerta.
—Adelante.
—¿Me mandó a llamar? — preguntó con voz temblorosa.
—¿Qué ha pasado ahí afuera? —inquirió la mujer.
—Yo...—Sintió el corazón dejar de latir y sus ojos se humedecieron.
—No puedo permitir que me dejes en ridículo. Se está pagando mil dólares por noche. En servicio simple. ¡Se lo dije una y mil veces a Ghita! —Vociferó la Nicola. —Ella dijo que podías... ¿Qué camarero deja caer una bandeja en pleno servicio?
Nala no supo qué responder. Era cierto. Al menos una parte lo era.
Ella no era camarera. No debía estar allí.
Pero sintió que debía defenderse.
—Me resbalé. Un error le pasa a cualquiera. — dijo mirando fijamente a Nicola.
—No en mi turno. —Nicola se levantó y extendió un papel rectangular hacia Nala.
—¿Qué... Qué es eso?
—Tu paga del día de hoy. No es necesario que vuelvas mañana. —sin sonreír, sin pestañear, sin temblar, la mujer la observó esperando que tomara el cheque.
—Yo...
—Tengo cosas que hacer. Ahora necesito una camarera. —Nala se acercó lentamente hasta que sus dedos finos y delicados tocaron el papel.
—Lo siento... Pero es que...
—Cierra la puerta cuando salgas.
Nala no se movió, no por varios segundos, mientras su mano temblaba sosteniendo el cheque y sus ojos miraban fijamente a la mujer sin alma ni corazón que la ignoró por completo.
—Buenas noches…— dijo después de salir del shock. Cerró la puerta en silencio, con decencia, sin tirarla.
No tenía ánimos de refutar, ni de rogar.
Su vida estaba jodida.
Nala salió del hotel por la puerta de atrás después de subir a la habitación asignada por los tres días que se suponía estaría allí, recogió sus cosas y su celular y se fue. Al llegar al callejón trasero comenzó a llorar como una magdalena. Dejó que las lágrimas por la impotencia y el miedo surcaran sus ojos y mojaran su garganta y cuello.
No dejó de llorar hasta que sintió que podía caminar y dirigirse a su casa.
Debía regresar.
Sacó el móvil para llamar a Ghita y decirle que se iría a casa esa noche. Pero se quedó con el sin marcar pues no sabía cómo explicar que la habían despedido por resbalarse y dejar caer una bandeja. Era algo absurdo. Como si el mundo se hubiera confabulado para que le fuera mal y perdiera la casa. Cosa que no podía darse el lujo de perder lo único que siempre había tenido como seguridad en su vida. Comenzó a caminar hacia la acera para tomar la calle más directa hacia su casa y así refugiarse y seguir llorando.
No pediría un taxi, eso le supondría un gasto de dinero innecesario.
Sintió frío mientras caminaba y los pies le dolían por estar de pie por más de cuatro horas sin descanso y sin haber podido ir al cuarto de baño.
—¿Necesitas un aventón? —preguntó una voz que hizo que su cuerpo se estremeciera.
Grenor.
Ese hombre era peligroso para ella.
—No. — le dijo sin mirarlo, pasando por su lado y oliendo el perfume a limpio que llevaba puesto Grenor. —Buenas noches. — murmuró sin darse la vuelta.
—¡Espera! — le llamó él y la agarró del brazo donde llevaba el bolso de mano con sus cosas. —No puedo dejar que una mujer se vaya a estas horas de la noche caminando sola. ¿No fue suficiente con el ladrón de hace dos días?
Nala miró entonces a Grenor y se quedó embobada por tanta belleza.
¿Cómo un hombre podía ser tan hermoso y rústico a la vez?
Grenor le sonrió y ella sintió que sus rodillas le fallaban.
—Deja que te lleve. No pongas tu vida en riesgo de manera innecesaria.
—No. — volvió ella a decir y tiró del brazo para alejarse de su agarre. Grenor la soltó de inmediato y movió la cabeza negativamente.
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Editado: 15.01.2025