Trilogia Una Noche En Grecia: 1

CAPITULO ONCE: UNA REALIDAD

Nala llegó esa noche a Grecia, su cuerpo le dolía demasiadas horas de vuelo. Jamás había viajado tanto, es más ni siquiera había salido del país a vacacionar. Como a muy temprana edad quedó huérfana y tuvo un padre ausente que ni siquiera conoció, Nala no tuvo la oportunidad de poder conocer el mundo como muchos jóvenes. No obstante, cuando tuvo la capacidad monetaria para hacerlo, en viajes universitarios con amigos de la carrera, su hermana desapareció dejándola sola con Peter.

No, definitivamente vacacionar no entraba en sus planes.

Llegaron directo del aeropuerto a una casa en la playa, una mansión de dos niveles de color blanco. La estructura se alzaba delante de ellos mientras el carro era estacionado en la entrada. Desde lejos la casa no se veía tan enorme, pero Nala, al estar enfrente, sintió que la suya en Chicago era minúscula comparada con esa.

Incluso ella misma se sintió minúscula.

—No sabía que vivías en la playa. —murmuró ella.

El viaje para Nala había sido de lo más incómodo. Grenor se había pasado toda la tarde en silencio. Sin decir ni media palabra, tan solo trabajando en su computador.

Nala descubrió que el avión en el que habían viajado, era un Jet privado. Cosa que le sorprendió enormemente pues no tenía idea de la cantidad de dinero que Grenor poseía.

Ella se preguntó minuto a minuto si había hecho o dicho algo para que él cambiara por completo con ella. Su actitud era arisca, a la defensiva.

No. No tenía una actitud así, se corrigió. El hombre tan solo la ignoraba. Como si ella no existiera. La indiferencia es peor.

Sin embargo, se dio cuenta que en realidad el hombre era bastante callado, de pocas palabras, la única vez que lo había visto sonreír era cuando había tomado la mano de su hijo.

En ese momento sintió que podía sonreír. Sus ojos azules siempre estaban intensos, como si esperase un ataque de cualquier persona.

Ella no sabía nada sobre él y estaba casi segura de que no le sería fácil averiguar sobre su vida personal.

Un mes, tan solo un mes y se regresaría a Chicago.

—Lamentablemente nadie puede saber de tu existencia ni de la de Peter. — comentó Grenor dejándola estupefacta.

—¿Cómo así? ¿Nadie sabe qué buscas niñera? —preguntó ella al entender sus palabras. —¿No me dijiste que tu hijo tiene cinco años?

—Los tiene.

—¿Entonces quién lo cuidaba antes?

¿por qué los padres de Grenor no podían saber que ella estaría en la casa? ¿Acaso no querían que él contratara una niñera?

Quizás por eso él le había ofrecido el trabajo, porque necesitaba alguien de confianza.

Ella era de confianza.

—No es tu problema. Ocúpate de tus asuntos. — Nala sintió como si el aire le faltase de repente.

Su corazón comenzó a latir acelerado mientras veía como Grenor salía del vehículo y tomaba la mano de Peter para que este bajara.

Ese hombre que le acababa de hablar así, no podía ser el mismo que se había preocupado por verla llorar.

Ella se bajó del carro y el chófer le ayudó a entrar a sus maletas a la mansión, de inmediato una señora de pelo blanco se acercó a ellos y los recibió. Grenor abrazo a la mujer y le sonrió tal y como le había sonreído a su hijo. Entonces Nala comprendió que las sonrisas no estaban destinadas para ella, ese hombre jamás la miraría con los ojos brillantes y con ese cariño que demostró en ese abrazo.

Ella era extranjera. La extraña.

La había contratado para ser su niñera y nada más.

—Γεια. Είμαι η Σάντα, οικονόμος και διευθυντής του αρχοντικού. —<<Hola, soy Sanda, soy el ama de llaves y gerente de la mansión >>la mujer habló pero Nala no comprendió ni una palabra de lo que dijo. Miró con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido a Grenor y este la miró en cambio sin decir una palabra.

Él se giró a la señora de pelo blanco y comenzó a decirle una serie de palabras en lo que Nala comprendió que era su idioma natal: Griego.

Después de varios murmullos como si ambos estuvieran discutiendo, Grenor se alejó del lugar sin siquiera despedirse, soltó la mano de Peter antes de irse y éste lo miró confundido.

—¿Grenor?

—Nos vemos en unos minutos. —murmuró Nala.

Se quedó entonces sola con su hijo y la señora vestida de negro, la cual se cruzó de brazos y la evalúo de arriba abajo. La mujer le sonrió a su hijo y éste le sonrió en cambio.

Nala se molestó con Grenor, ella no podía pasarse ese mes con sonrisitas allí y sonrisitas allá.

—¿Habla usted inglés?—inquirió.

—Sí, un poco. —dijo la mujer y esta vez una de las sonrisas fue dedicada a Nala.

Ella soltó un suspiro y se pasó la mano por la frente, sentía que iba a enfermarse en cualquier momento. No le gustaba para nada la actitud de Grenor, él había cambiado como si despertase de un sueño y de pronto en vez de ser un príncipe azul fuera un simple sapo.

—Estás cansada. —dijo la mujer. —¿te gustaría un té o un café? — preguntó colocando una mano en su hombro, reconfortándola.

Nala se sintió ligeramente mejor, le hacía falta el contacto con alguien mayor. Cada día ella extrañaba a su abuela. De su madre tenía pocos recuerdos, sabía que la había amado, tanto a ella como a Dara, pero la verdad era que Nala no recordaba mucho a su difunta madre.

Una pequeña niña de cinco años no podía hacerlo.

—La verdad es que sí. — respondió. —Me gustaría poder descansar si es posible. Han sido demasiadas horas de vuelo. Luego le acepto ese té.

—Imagino que sí. Jamás he estado en Chicago. La verdad nunca he viajado fuera de Grecia. — y por un instante, Nala se vio reflejada en la mujer y supo que haberse ido, tomado ese empleo temporal, podría ser su única oportunidad en la vida de conocer otro país.

—Entiendo ese sentimiento. — dijo melancólica. — ¿Dónde puedo darle un baño a Peter? — preguntó entonces girándose a su hijo y levantando los brazos para cargarlo.

Aunque Peter era bastante alto para su edad, a ella no le importaba llevarlo en brazos, y menos cuando el pobre niño llevaba tantas horas de vuelo. No le pesaba en absoluto y si lo hacía no se daba cuenta. Su abuela siempre le decía: a la gallina no le pesan las plumas, y después de tener a Peter se dio cuenta que su abuela tenía razón; su hijo jamás le pesaría.




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