Trilogia Una Noche En Grecia: 1

Capitulo diecisiete: Una madre

Capítulo diecisiete

Una vez que Peter se durmió, Nala salió de su habitación y encontró a Sanda con una taza de té en las manos. Ella le ofreció una y Nala no pudo negarse. Habiendo tenido el peor día de su vida hasta el momento, después de escuchar los constantes reproches de Grenor, sus acusaciones sin sentido y su forma maquiavélica de tratarla, hizo que, llegada la noche, Nala no sintiera ni pizca de miedo. Estaba más que espabilada, a la espera de que algo aún peor sucediera. Algo más grave que estar en la cuerda floja.

Grenor se lo había prometido, le había dicho que buscaría la manera de que ella no perdiera a Peter, pero del dicho al hecho, había un larguísimo trecho.

Nala y Sanda se sentaron en el pórtico, desde allí se podía escuchar el oleaje intenso de la media noche. Eran ya pasadas las diez de la noche y ni señas de Grenor.

¿A dónde habrá ido?

Nala se descubrió pensando en qué estaría haciendo él, sí estaría en compañía de alguna mujer, una mucho más hermosa que ella y que en verdad tuviera la condición económica para ser buena pareja para él.

Aunque Nala sospechaba que para un hombre como Grenor ninguna pareja sería suficiente.

—¿Por qué el me odia tanto? — preguntó en voz alta y se dio cuenta tarde, que Sanda la había escuchado.

—No pienses que te odia.

—Lo hace. Realmente me odia.

—No es así. —Corrigió ella. —Tu representas todo lo que una vez tuvo con tu hermana. Eres muy similar a ella.

—Yo me parezco a Dara, ella es mayor.

—Se nota. La bondad la sacaste tu. — dijo Sanda dejando la taza sobre la mesa que había en medio de ellas dos. — No seas dura con él, cuando Dara llegó a su vida, él se cautivó por su belleza. Es una mujer hermosa, hasta yo que soy mujer debo reconocerlo.

—Lo es. — dijo Nala pensando en cómo había sido una vez su hermana.

Cinco años sin verla era demasiado tiempo.

—Dara era sensual, atractiva, de esas mujeres que pueden tener a cualquier hombre.

—Mi hermana puede tener lo que ella se proponga. — era la pura verdad. Nadie se había negado a Dara, al menos no alguien que ella conociera.

Las dos no circundaban los mismos círculos, francamente, Nala no tenía un círculo. Dara le llevaba cuatro años de diferencia, por ende, sus amigos no eran los mismos. Y no tanto por eso, más bien porque Dara buscaba siempre que la complacieran, que le dieran todo en bandeja de plata y que nadie le pidiera nada a cambio.

Nala recordó la primera vez que su hermana tuvo un carro deportivo.

Su abuela casi muere de un infarto, al ver a Dara bajarse del vehículo.

¿Te gusta? — dijo ella.

¿De quién es? — preguntó su abuela.

Ahora es mío.

—¿Qué has hecho? —Su abuela no veía a Dara como un ángel inocente como las demás personas, ella sabía que había un grado de maldad y terquedad muy elevado, así como de egoísmo y obstinación.

Vendi mi virginidad. — dijo ella como si nada, pasando por el lado de su abuela y ella, dejando a ambas con la boca abierta. Nala apenas tenía trece años, se quedó petrificada.

Su abuela siempre les había dicho a ambas que la virginidad debía de ser conservada hasta el matrimonio.

¡Y dará la había vendido a cambio de un carro!

Esa noche Dara no durmió en la casa, su abuela le dijo que no iba a permitirlo.

A partir de allí comenzaron los problemas entre ellas.

—Mi hermana tiene la tendencia a conseguir lo que quiere. Es muy obstinada. Peter salió igual.

—Grenor también lo es. Mira que combinación. — Sanda sonrió y la observo curiosa. —¿Dónde está ella ahora?

Nala pensó un momento antes de darle la respuesta.

—¿Me lo pregunta para luego decirle a Grenor? ¿o lo hace por cuenta suya?

—Nada de lo que me digas se lo diré a Grenor. No voy a dejar que él te haga daño con lo que tú me confieses. —Ella sacudió la cabeza y entonces añadió. —Si no deseas contarme no lo hagas. Se que Grenor no te lo ha puesto fácil. La confianza se gana y yo aun no me he ganado la tuya.

—No sé dónde está ella. —Nala se levantó de la silla y dejó la taza en la mesita junto a la de Sanda. — Hace años que no sé de ella. Se fue un día sin más, y nunca más llamó, ni preguntó por su hijo. Tan solo…desapareció. —dijo estremeciéndose.

Nala dirigió su mirada al cielo estrellado, un mundo sobre su cabeza. Se sintió diminuta.

—¿No sabes si ella..? —La pregunta quedó implícita.

—No. No lo sé. — se atrevió a admitir.

Durante años se había dicho que ella volvería, que reclamaría a su hijo, y Nala sabía que terminaría cediendo, pues, a fin de cuentas, ella era la madre biológica de Peter. Pero con el pasar del tiempo, comprendió que jamás podría separarse de él.

Dara era inestable, una mujer egoísta que jamás le habían gustado los niños y que no tenía madera de madre.

Ella no sería capaz de cuidar de Peter, no tan bien como Nala lo hacía.

Ella tuvo que ser madre a muy temprana edad.

Con dieciocho años perdió a su abuela, Dara iba y venía a la casa. Duraba semanas sin dormir con ella en la casa y la que debía encargarse de las deudas que dejó la enfermedad catastrófica de la abuela, había sido ella.

—¿La has llamado tú?

Nala sonrió y casi quiso soltar una carcajada.

—¿Qué si la he llamado? ¡No he parado de hacerlo durante años! — exclamó. — Me he quedado pendiente de que la puerta suene algún día y que sea ella. ¿Ha perdido a alguien alguna vez? ¡Yo estoy sola! ¡Sola!

—No digas eso, niña. — Sanda se acercó a ella y le pasó un brazo por los hombros. Nala comenzó a llorar silenciosamente y Sanda se quedó allí, solo acompañándola.

—Estoy sola. — susurro. —Mi madre murió cuando yo apenas tenía cinco años, a duras penas recuerdo su voz cantándome en las noches, y no es más que un susurro ininteligible. Mi abuela murió hace siete años y no sé dónde está mi hermana.

—Lo siento tanto dulce, niña.




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