Trilogia Una Noche En Grecia: 1

Capitulo dieciocho: Un golpe

Sanda llegó de inmediato, seguido del chofer. Los gritos aterrorizados de Nala se escucharon por toda la casa. Ella se lanzó al suelo para intentar hacer presión en la herida, pero Grenor.

—Aléjate. — gruñó. —No te atrevas a tocarme.

—Lo siento, ha sido un accidente. — se excusó ella.

—No me digas ni una mierda. — Grenor se sentó en el suelo y Sanda se arrodilló a su lado.

—Pero, ¿qué ha pasado? — preguntó. — Dame un poco de papel o una toalla. — le ordenó a Nala y esta rápidamente busco algo semejante. Encontró un paño de cocina y se lo entregó a Sanda. —¡Ustedes dos están locos! ¡Van a matarse el uno al otro!

—¡Ha sido su culpa! — chilló Nala con las manos temblando.

—¡El que está sangrando soy yo! — dijo Grenor mirándola con rabia.

—Vamos a llevarte al hospital. Necesitarás puntos. — dijo Sanda sin mirar a Nala. —Frank, ayúdame a levantarlo.

—Yo puedo solo. — Refunfuñó Grenor.

—Deja que te ayuden. — dijo Nala abrazándose a sí misma. —No seas terco.

—Nala, será mejor que busques a Peter y te quedes con él. — dijo Sanda.

—No, yo iré con Grenor. — Sus palabras sorprendieron a todos y Sanda la observó con los ojos entrecerrados. —Quiero hacerlo. Es lo mínimo que puedo hacer después de pegarle con una botella.

—¡Dios santo! — exclamó Sanda fijándose entonces en la media botella que quedaba y los trozos de cristal esparcidos en el suelo.

—Tenga cuidado si se corta. — dijo Nala señalando lo obvio.

—No vas a conducir mi carro.

—Frank puede llevarnos.

—No. — dijo Sanda. Mejor que Frank me ayude con los cristales y yo cuido de Peter. Vayan ustedes al hospital. — Sanda miró a Nala y le guiñó un ojo.

Grenor se apretaba la toalla blanca que, entre vino tinto y sangre, no se sabía cuál la había puesto más roja.

Nala estaba a punto de desmayarse. Si él la odiaba antes de ella pegarle, ahora su desprecio iría en aumento.

—Vamos. — dijo ella intentando agarrarle por el brazo, pero él se alejó.

—No vas a ponerme un dedo encima. — murmuró el deshaciéndose del agarre de Frank y Sanda y caminando hacia la salida. — Vamos antes de que me arrepienta y vaya solo.

Nala no esperó un segundo más y fue detrás de él.

—Espero que sepas conducir. Un golpe que le des a mi carro y te lo sacaré de donde sea necesario. — Nala se subió en el asiento del conductor y vio sus manos temblorosas. Se colocó el cinturón de seguridad y aguardo por Grenor.

—Las llaves. — le pidió extendiendo las manos. Él se la pasó a regañadientes y ella encendió el motor. —Indícame cómo llegar al hospital más cercano. — le pidió. —Recuerda que no soy de aquí.

—Conduce. — dijo él en cambio.

Nala sabía conducir porque Ghita le había enseñado, de no haber sido por ello, en aquel momento, hubiera tenido que quedarse en casa y esperar por la ira en ebullición de Grenor.

Prefería mil veces hablar en el vehículo, donde el viento se llevaría los gritos y las maldiciones.

A los minutos en carretera, Grenor comenzó a indicarle la dirección.

—Gracias. — decía ella a cada indicación.

No sabía por qué se sentía tan mal.

—Grenor, necesito hablarte de…

—Ya te dije que no quiero escucharte. No sé porque quisiste traerme, pero no voy a discutir absolutamente nada contigo, Nala. — Nala sintió que una burbuja estalló dentro de ella.

—Perdóname por estrellar esa botella en tu cabeza. Ha sido una estupidez. En verdad lo lamento.

—Me vale mierda que lo sientas. No quiero nada de ti, mucho menos tus lamentos.

—¿Por qué eres tan terco y arrogante? Yo no te he hecho nada. Mi hermana si, si deseas odiarla a ella, hazlo. Esto ha sido solo tu culpa por decir que te quedarías con mi hijo.

—No voy a discutir esto contigo otra vez. Te irás a Chicago sola, vas a dejarme a Peter y harás tu vida sin él, es lo que mereces por robarme cinco años con mi hijo.

—No te los robe. Yo ni sabía que existías. — refutó ella siguiendo la orden de Grenor de doblar a la izquierda.

—¿Y qué creíste? ¿Qué la cigüeña llevó a Peter hasta tu puerta? ¿Me dirás que tampoco sabes cómo se hacen los niños?

—Hazle presión a la herida y deja de ser tan sarcástico.

—Tú querías hablar. ¿Ya no quieres?

—Déjame en paz. — Nala estaba abochornada. Por supuesto que sabía como se hacían los bebes, lo malo de aquel comentario era que ella aún no había tenido sexo. A sus veinticinco años seguía siendo virgen, pues deseaba esperar al matrimonio para entregarse a alguien que la amara con todo su corazón.

Parecía que aquello no era más que un mito, un verdadero cuento de hadas.

La ciudad era hermosa, la costa estaba soleada y llena de oleajes azules. Nunca había estado tan cerca de la playa, y estando en la mansión de Grenor, sin documentos, ni celular, su deseo de explorar se había reducido a partículas subatómicas.

—Parquéate en emergencias.

—Bien. — dijo ella.

A los pocos minutos de entrar, un equipo de enfermeras y doctores estaban encima de Grenor como si él fuese una celebridad. Nala se sintió extraña, relegada a un tercer plano.

Todos le hablan en griego, Grenor respondió algunas preguntas y Nala tan solo observaba como si ella fuera transparente, un fantasma.

—Acompañame. —le dijo una enfermera.

—No, debo quedarme con Grenor. — le respondió ella haciéndose a un lado. —No voy a ir a ningún lado.

Nala se quedó allí, a pesar de que dos enfermeras más fueron hasta ella. A cada persona que se acercaba, Nala iba sintiéndose más incómoda. Realmente ella no pertenecía a ese lugar. Nunca había ido a un hospital tan lujoso y con tanta gente dispuesta a ayudar.

—Déjela. — Grenor, sorprendiendo a todos, habló fuerte. — Está conmigo.

Nala soltó un suspiro cuando la mujer se alejó y le lanzó una última mirada Grenor de lo más sugerente.

—Las traes locas. — dijo ella y se arrepintió por la mirada que Grenor le lanzó. Ella se acercó a él y vio la herida, estaba abierta y aun sangraba, aunque la acababan de desinfectar.




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