Triumvirātus

Triumvirātus

Aire y tierra trófica

De vuelta están los pájaros. Vienen en bandadas de algún lugar retirado con sus característicos graznidos de vigilia. Los árboles ajados, pretéritos y exánimes frisan los trescientos años. Tres siglos dándoles cobijo entre sus ramas alineadas cara al sol.

 Decenas de aves hacen parada en el camino. Corretean a saltitos entre ellas con sus diminutas patas amarillas. Exangües y ruidosos marcan territorio sobre aquella arboleda abatida que se muere lánguidamente.

 Son como una única entidad orgánica agitando las plumas y acicalándose con esmero mientras más graznidos anuncian más llegadas. Canturrean vocingleros porque ellos conforman aire y tierra trófica.

 Entretanto a ras del suelo perros grandes y canes pequeños se deshacen a ladridos. Si pudiesen desplegar un par de alas podrían atraparlos o al menos capturar a uno.

 Ojos inyectados en sangre a modo de rabia desbocada. Saltan, giran, balbucean, gruñen, agitan el rabo y muestran sus colmillos afilados como dagas.

 Se va desprendiendo olor a perro mojado. Sus dueños tiran de las correas para regresar a casa empero los cánidos se niegan a irse. Ofrecen resistencia numantina. Tercos como mulas se revuelven contra los elementos. Y es que desde las ramas los pájaros parecen reírse de la nada estilosa condición de los peludos cuadrúpedos.

 Se van echando la vista atrás porque tal vez allá arriba se esté mejor que abajo. La lluvia continúa cayendo suave y dispersa. Los perros emiten ladridos agudos que se pierden en el trecho que los lleva de vuelta al hogar…

 Los alados ajenos a estas faenas menores prosiguen su actividad social juntándose en números cada vez más numerosos. Aumenta el ruido tanto como los excrementos. Repentinamente un gran número sale volando de sus posaderos; los rezagados intentan darles alcance al tiempo que otros se esconden entre las hojas….

 Aletean porque la vida les va en ello. Sus patitas tiemblan, sus pequeños ojos otean en derredor y es que en el cielo una eficaz pareja de halcones peregrinos se han lanzado en picado sobre un objetivo separado del resto. ¡Comienza la cacería!

 

Tierra y mar de herejes

Con imponente viento de poniente aparecieron. Seres no de este plano nuestro salidos de la imaginación del más afamado narrador gótico. Llevan inmóviles horas bajo la copiosa lluvia de enero. A sus espaldas el insondable mar rompiendo una y otra vez contra las rocas del acantilado.

 Filas delante y filas detrás, silencio sepulcral fuertemente coartado por una persistente penumbra. Se masca la ausencia de luz así como la pérdida de cordura. Ellos lo saben porque son tierra y mar de herejes. Atienden al viento y al cielo que ha dejado de hacer frontera con la mar soliviantada.

 Al no ser pocos son muchos. Formación de no juiciosos en desfile inmóvil de penados dispensando algo más que condenas. Recios gentilhombres de latón por fuera y carnada sanguinolenta por dentro. Cada uno igual al primero y este primero clavado al último.

 Son portadores de fábulas vacíos de esencia humana y de una existencia al uso pero ¿qué puede importar el futuro si se ha deshilado su ovillo?

 A veces se agitan por un inesperado golpe de aire dejando escapar un leve quejido. Flanqueados por invisibles lanzas álgidas otean hacia un punto infinito canteado en la lejanía. Puede ser importante o puede no ser nada. ¡Tierra y mar de herejes!

 Los contrahechos comienzan a moverse lenta pero inexorablemente. Balbucean y se convulsionan como poseídos por un demonio. Llegaron sin hacer demasiado ruido entrando a este mundo con total libertad en el proceder. Ni los cuatro jinetes del Apocalipsis causarían tal pavor. Van livianos de carga, sin equipaje pues son parte de repartición para con la tierra y para con el mar de herejes…

 ¿Qué son? ¿De dónde vienen? ¿Qué quieren en verdad? Hombres y mujeres, en su mayoría pescadores y mariscadoras, dudamos de que tal cosa hubiese acontecido. Hablamos entre nosotros y entre nosotros decidimos correr un tupido velo sobre este asunto. ¡Dios nos proteja!…

 

Patrañas y marchares impenitentes

Son historias imperativas a pasos condicionados. Con carácter urgente se cuentan mentiras que no lo son y verdades que distan de serlo. Sí, patrañas y marchares impenitentes…

 Arde el fuego con tiempo de invierno agonizante. Se cuecen en la olla habas, patatas y un buen trozo de tocino. La cocinera aprovecha la espera tejiendo un jersey de lana. Entonces grita horrorizada al ver a través de la ventana un halcón llevando en sus garras un ave a la que ha dado caza.

 ¡Por Dios bendito! Y el perro ingresa a la casa con el otro halcón peregrino en sus fauces. Su boca y hocico ensangrentados indican que la lucha debió ser a cara de perro… ¿Cómo habrá hecho para aprisionarlo? ¡Aire y tierra trófica!

 Justo después la lumbre se apaga de forma incomprensible. Un espantajo que podría ser confundido con un hombre resbala en la calle, golpeándose la cabeza. Borracho como una cuba ni siente dolor ni posee más virtud que hacer reír a los demás.

 Pero entonces algo extraordinario comienza a sucederle. La ropa le asfixia, los huesos le duelen, las palabras le hieren y la carne se le abre. Al rato echa a caminar hacia el acantilado para reunirse con los suyos…

 ¿Quién es ese hombre? Un momento ¿No habíamos quedado en olvidarlo? ¡Tierra y mar de herejes! Todo comienza, nada termina, todo se renueva.




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