Era de noche y la casa parecía dormir, aunque en realidad ninguno de ellos podía hacerlo. Las paredes guardaban un silencio tenso, casi frágil, como si supieran que al amanecer todo cambiaría.
Luca estaba sentado en la cama, inclinado hacia adelante, con las manos entrelazadas y la mirada clavada en el suelo. En su mente repetía una y otra vez las palabras que tendría que decir al día siguiente, buscando la frase perfecta, la actitud perfecta… pero nada sonaba bien. Cuanto más lo intentaba, más sentía la presión apretarle el pecho. La ansiedad lo tenía atrapado.
En otra habitación, Aubrey caminaba sin rumbo, de un lado a otro, empujada por una sensación de soledad que le mordía los pensamientos. No era la misma preocupación de Luca; lo suyo era el miedo a no estar a la altura, a enfrentar un futuro que no comprendía completamente. Quería ir a buscarlo, apoyarse en él… pero temía molestar. Era una contradicción deliciosa y dolorosa.
Al mismo tiempo, Luca pensaba exactamente lo mismo: quería verla, quería abrazarla, pero temía ser una carga.
Hasta que al final, como si una fuerza invisible coordinara sus pasos, ambos abrieron la puerta de sus habitaciones al mismo tiempo.
Se encontraron en el pasillo iluminado únicamente por la luz plateada de la luna, que entraba por la ventana al final del corredor. Los dos se quedaron quietos, mirándose como si hubieran estado esperándose toda la vida.
—Pensé que estabas dormida… —susurró Luca, casi sin aire.
Aubrey abrió los ojos, sorprendida por el encuentro, y también contestó muy bajo:
—Yo también pensé que estabas dormido… no tienes idea de cuánto rogué que siguieras despierto. Luca… estoy nerviosa. No sé qué va a pasar mañana. No sé a qué me voy a enfrentar. Tengo miedo de verle la cara… de que sea de esos empresarios que miran con desprecio a todos.
Luca dio un par de pasos hacia ella, y su expresión se suavizó como si la luna misma lo estuviera guiando.
—No creo que sea así —le dijo con voz suave—. Por lo que he investigado, era una persona despreocupada. No era así.
—Eso dices tú… pero la gente cambia, Luca. ¿Y si cambió?
Fue ahí cuando él la abrazó. No dudó, no pensó. Simplemente la tomó entre sus brazos, y Aubrey encajó en él como si siempre hubiera sido su lugar.
—Nada de eso va a pasar —le murmura cerca del oído—. Eso espero… Yo también tengo miedo, Aubrey. Quiero pensar que no ha cambiado. Y sé que tú vas a ser fuerte. Vas a poder mirarlo a los ojos. Yo… yo no voy a poder hacerlo esta vez. Te voy a dejar sola. Sé que ella dijo que quería que ambos estuviéramos ahí, pero… no puedo. Y tú sabes cómo me pongo cuando algo no sale como quiero. Y ahora, no sé qué va a pasar.
Aubrey se separó lentamente del abrazo, con los ojos brillantes.
—¿Por qué me vas a dejar sola? Vine a buscarte para que me dieras ánimo, no para que me abandones. Pensé que estábamos en esto juntos, Luca. Yo sé que puedes con esto… podemos con esto.
—¿Recuerdas cómo me puse aquella vez en la universidad? —le dijo él, sin poder sostenerle la mirada.
—Lo recuerdo perfectamente —respondió ella con tristeza—. Pero esta vez es diferente. Esta vez tenemos que enfrentarnos a nuestras consecuencias, no a unas notas. Ambos tenemos nervios, Luca… pero por favor, no me dejes sola.
Él bajó la cabeza.
—Lo siento, Aubrey.
—Tienes que intentarlo —susurró ella, con un hilo de voz que temblaba.
—Que tengas mucha suerte —fue todo lo que Luca pudo decir antes de entrar de nuevo a su habitación, dejándola en el pasillo con el corazón apretado.
Mientras tanto, en su oficina, Eve revisaba documentos en la pantalla, ajena a lo que ocurría en las habitaciones. También estaba nerviosa, también sentía que al día siguiente el mundo podía torcerse de formas impredecibles. Habían descubierto quién había sacado a Bill de la cárcel, pero nada lograba encajar. Cada pista parecía un nudo más.
La puerta se abrió sin previo aviso, y Eve dio un pequeño salto del susto. Era Ares.
—Debería enseñarte muchas cosas sobre no entrar así —dijo ella, usando el sarcasmo para ocultar sus nervios.
—Todo a su tiempo —respondió él con calma, observándola—. ¿Qué haces despierta a estas horas? Se supone que deberías descansar.
Eve lo miró como si él fuera el último que pudiera darle lecciones.
—Eso mismo digo yo. ¿No se supone que tú deberías dormir también? Incluso los humanos descansan, ¿sabes?
—Lo sé —respondió él, acercándose a la pantalla—. Pero seguir buscando respuestas aquí es inútil.
—Entonces… ¿qué propones? —preguntó ella.
Ares ladeó la cabeza.
—¿Qué has encontrado hasta ahora?
—Que quien lo sacó fue Ed Dillinger —respondió ella, mirando la pantalla—. No sé por qué. Tal vez quiera sacar a su sobrino de la Red, o ayudar a su hijo a borrarla. Sabes el resentimiento que tienen… pero si la borra con Julian dentro… sería un problema para ellos, y para—
Ares puso su mano suavemente sobre la de ella, deteniendo sus palabras.