Había una vez…
No, esta historia no comenzará con esa entrada.
Aquel era otro día más en la vida de Izel, quien miraba su taza de café con desdén. No le gustaba amargo y siempre le pedía café amargo. — Necesitas más odio en tu vida, deja de endulzar el café y agregarle leche. Bébelo ahora.
Luego de un largo día de compras ambas habían ido a parar a una de las cafeterías favoritas de ambas, con una bonita vista de los alrededores y tonos rosados y pasteles por todos lados. — ¿Crees que me hace falta odio bebiendo un café amargo dentro de una cafetería que parece sacada de un libro para colorear?
Así es. — Minerva dejó su móvil de lado por un momento — Necesitamos armar un plan de ataque para hacer que te quedes a solas con George durante la fiesta en el bosque.
Las mejillas de Izel se ruborizaron, siempre pasaba cada que alguien mencionaba a su amor platónico. Pero se resignó a suspirar. — ¿Cómo podría fijarse en mí? Ya tiene a Lorraine, fueron rey y reina del baile de primavera. A mí me tocó ser el árbol número tres en la obra de teatro.
— Pero fuiste el mejor árbol que jamás haya visto. — Eso no la animaba demasiado. — Además, escuché que se pelearon ¿Y quién mejor que la dulce Izel para consolarlo y estrecharlo en tus brazos mientras se confiesan amor eterno?
— Deberías dejar de leer cuentos fantasiosos. — Se rió por lo bajo. — Solo te están dañando las neuronas.
— ¿Siempre tienes que ser tan negativa? ¿Qué tiene de malo querer casarse con un príncipe para convertirse en princesa o encontrar el amor de tu vida?
Sí, Minerva tiene una gran imaginación. Era la fanática número uno de los cuentos de hadas. — Tienes que ser realista, en la vida real un príncipe solo se casa por compromiso con alguien de la realeza, el amor de tu vida probablemente está halando una puerta que dice empuje y la posibilidad de que se conozcan es casi igual a cero, así que te casarás con quien CREES que es el amor de tu vida para vivir un matrimonio infeliz por el resto de tus días.
— Cielos, ya cállate. Me deprimes. — Le metió un malvavisco en la boca para callarla. — El punto es que esta noche te escapas de tu casa, yo me las arreglaré para que tú y George se conviertan en la pareja del siglo y luego, cuando se casen me vas a dar las gracias y admitirás lo equivocada que estabas.
Sí, iba a dejarla soñando.
— No necesito escaparme, mis padres no van a estar y convencí a mi hermano de cubrirme las espaldas. — Dio otro sorbo a la taza, arrugó el ceño.
— Con lo amarga que eres ¿Cómo es posible que no te guste nada que no sea dulce?
Eso ni siquiera ella misma lo sabía.
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Editado: 07.10.2025