Trono de odio,corona de engaño

Capitulo 1

La princesa de hielo

El salón del trono de Astereth parecía cincelado por el mismo invierno. El mármol era pálido como hueso, y el silencio tan afilado que cualquier palabra parecía una ofensa. A lo lejos, el eco de las antorchas crepitando apenas alcanzaba a calentar la atmósfera.

En el centro del salón, sobre una tarima elevada, la princesa Lira se sentaba erguida, con una quietud que no era humana, sino casi mítica. Su cuerpo cubierto con capas de terciopelo oscuro, sus manos enfundadas en guantes de encaje negro, y sobre su rostro, como una sentencia de acero, una máscara de plata cubría desde la frente hasta la mandíbula, dejando solo sus labios a la vista.

Eran labios pálidos. Fríos. Silenciosos.

Todos en la corte conocían las leyendas: que Lira no mostraba su rostro desde el incendio que devoró los pasillos del Ala Norte cuando era niña. Que su carne había sido marcada por una maldición. Que quien veía lo que ocultaba, perdía la razón.

Pero la verdad, como siempre en Astereth, estaba enterrada más profundamente que cualquier tumba real.

Esa mañana, el consejo real se encontraba reunido para recibir a un visitante insólito. Un noble exiliado que había cruzado las fronteras enemigas bajo el pretexto de buscar asilo.

Vestía de forma impecable, aunque sencilla. Su cabello oscuro caía en ondas ordenadas, y sus ojos—grises como tormenta de guerra—no pestañeaban mientras caminaba con paso seguro hacia el trono.

—Presenta tu nombre y linaje —ordenó Lira sin moverse. Su voz era suave, pero cada palabra pesaba como plomo caliente.

El joven inclinó la cabeza con respeto, y cuando alzó la vista, sus labios trazaron una sonrisa que no tocó sus ojos.

—Darian Valenor, alteza. Último de mi casa, destruida por la rebelión en los valles de Erahil. No busco poder, solo refugio... y quizás una causa que valga mi lealtad.

Un silencio cayó sobre el salón como una niebla densa. Lira lo escudriñó desde detrás de su máscara, buscando fracturas en esa historia pulida. No las encontró... aún.

Darian Valenor era, en realidad, Kael de Velmor, el enemigo que había jurado destruir Astereth desde dentro. Su plan era claro: infiltrarse en la corte, acercarse a la princesa, desestabilizar el linaje real... y cuando el reino estuviera vulnerable, aplastarlo sin piedad.

Pero lo que no había previsto era la mirada de Lira.

Fría como el hielo. Insondable como la muerte. Y sin embargo, debajo de esa máscara de plata, Kael sintió una grieta... mínima, pero real. Una curiosidad mutua. Un roce invisible.

El eco de las palabras del joven se desvaneció en los altos muros del salón.

"Una causa que valga mi lealtad", había dicho. Demasiado pulido. Demasiado exacto.

Lira apoyó una mano enguantada sobre el brazo del trono. Su máscara centelleó bajo la luz de las antorchas, y por un instante, el silencio fue absoluto. Solo su mirada hablaba, analizando cada línea de su cuerpo, cada inflexión en su voz.

—Erahil cayó hace seis inviernos —dijo ella al fin—. ¿Por qué esperaste tanto para pedir asilo?

Kael, o Darian, se inclinó sutilmente hacia ella.

—Porque los enemigos de mi casa me buscaron más allá de las montañas. Mi vida no valía el riesgo... hasta ahora.

Mentira. Cada palabra una mentira, tejida con el hilo del cálculo.

Pero Lira no se movió. No asintió. No creyó.
Ella había crecido entre traidores. Su madre había muerto por confiar.
Su reino colgaba de un hilo, y la última herencia que le quedaba era desconfiar de todo.

—Y sin embargo, estás aquí —dijo con frialdad—. Sin heridas, sin marcas, sin miedo. Qué extraño refugiado pareces.

Los cortesanos intercambiaron miradas inquietas. La tensión se volvió visible, como vapor antes de una tormenta. Pero Kael no se inmutó.

—Mi fortuna ha sido, hasta ahora, sobrevivir. La apariencia no revela las batallas internas, alteza —respondió suavemente, con esa voz baja que sugería control... y peligro.

Lira se levantó entonces.

No era alta, pero su presencia llenaba la sala como una ola helada. Bajó un escalón del trono, su vestido arrastrando como niebla oscura, hasta estar apenas a unos pasos de él. La diferencia de altura era mínima, pero Kael sintió el peso de su autoridad como si lo observara desde una torre.

—Entonces, noble Darian —susurró ella—, si lo que dices es verdad… te quedarás aquí, bajo mi vigilancia. Y si es mentira, si una sola palabra es falsa… te convertiré en estatua de sal frente a las puertas del palacio. Para que cada visitante sepa lo que ocurre con los que intentan engañar a Astereth.

El desafío era claro. No le creía. Pero no lo expulsaba.

Lo mantenía cerca.

Kael bajó la mirada en un gesto de respeto fingido.

—Acepto su hospitalidad… y su vigilancia.

—Bien. —Lira giró lentamente, volviendo a su trono—. A las serpientes, se las estudia antes de cortarlas.

Las puertas del salón se abrieron al fondo, y un capitán de la guardia hizo una señal para escoltar al huésped.

Kael se marchó sin volver la vista atrás. Pero incluso cuando la puerta se cerró, podía sentir la quemadura helada de aquella mirada aún clavada en su espalda.

Y Lira…
Lira se sentó de nuevo en su trono, y por debajo de su máscara, por debajo de su hielo, algo palpitaba.

No confianza.
No miedo.
Pero sí una intuición antigua: ese hombre traía ruina.
Y tal vez, también, algo peor.
Ella era una corona sellada con hielo.
Él, un trono oculto entre mentiras

El juego había comenzado, y ninguno
de los dos tenía permitido perder.



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En el texto hay: romace, fantacia, romacejuvenil

Editado: 20.07.2025

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