Trono de odio,corona de engaño

Capitulo 3

La niña que no ardió.

La mayoría recuerda su infancia como una niebla cálida, un susurro lleno de luces suaves y rostros queridos.

Lira no.

Ella la recordaba en tonos de rojo, gritos desgarrados, y un perfume ácido: el del miedo quemado.

Tenía ocho años cuando el ala norte del castillo ardió.

Era una noche de invierno.

Su madre la abrazaba mientras le peinaba el cabello frente al fuego. El mundo parecía seguro. Casi tierno. Casi. Y entonces, las paredes comenzaron a rugir.

El fuego no empezó desde fuera. Nació dentro. Como una traición. Las cortinas se encendieron como si fueran de papel. El humo llenó la garganta de Lira antes de que pudiera gritar.

Su madre intentó cubrirla, empujarla hacia una puerta secreta. Pero los pasillos ya estaban cerrados. Sellados. Desde dentro. Alguien los había encerrado allí.

La última imagen que conservó de su madre fue el rostro ardiendo con una sonrisa desesperada, empujándola hacia un hueco en la pared.

Un guardia le había prometido que vendría por ellas.

Mentía.

Nunca volvió.

Lira salió sola.

Y nunca volvió a llorar.

Después del incendio, los rumores comenzaron a crecer como hiedra venenosa.

“Una conspiración interna.”

“Magia prohibida.”

“Un mensaje para el rey.”

La niña sobreviviente fue sacada del ala norte cubierta de hollín, con quemaduras menores pero una herida invisible que no cerraría jamás.

A partir de ese día, nadie la volvió a ver sin su máscara.

Los sanadores quisieron tratarla.

Los consejeros quisieron controlarla.

El rey —su padre— se encerró en sí mismo, como si cada palabra de Lira fuera un recordatorio de su fracaso.

Y así, la niña se volvió estatua.

A los trece, comenzó su entrenamiento en diplomacia, política, táctica de guerra.

Pero su verdadera educación fue otra:

Aprender a no temblar.

Aprender a no creer.

Aprender a no amar.

Cada sirviente que la miraba demasiado era sustituido.

Cada maestro que intentaba consolarla era despedido.

Y cada vez que alguien hablaba de la reina muerta… el aire se volvía más frío.

A los dieciséis, ya era una sombra perfecta:

La princesa de hielo,

La doncella intocable,

La heredera maldita.

Pero debajo de todo eso…

Una belleza irreal seguía viva.

Una belleza que solo los espejos conocían.

Su cabello caía como seda oscura hasta la cintura.

Sus ojos, idénticos a los de su madre, eran de un violeta apagado, como el cielo justo antes de una tormenta.

Sus labios jamás se habían curvado en una risa desde aquel día.

Pero lo más impactante era su rostro sin máscara.

Perfecto. Sobrehumano. Inmóvil.

Las cicatrices del incendio no habían dejado huellas físicas. Solo marcas en el alma.

Pero para ella, eso era lo mismo.

Sentía que el mundo no merecía verla. Que si mostraba su rostro, alguien querría poseerlo… y luego destruirlo, como todo lo bello que había amado.

Por eso, ocultaba su rostro. No por fealdad. Por castigo.

Porque la belleza había traído muerte.

Y el deseo, traición.

Ahora, a los veintiún años, Lira observaba su reflejo en el lago helado del jardín interno. Había acudido allí sola, como siempre.

La máscara seguía sobre su rostro ,inmóvil y sereno

“¿Qué vería ese forastero si me viera de verdad?”, pensó.

Darian. Ese hombre de ojos oscuros que la había desafiado con una sonrisa que no pidió permiso.

Aunque aún no sabía su nombre, sentía que él también escondía algo.

No era como los demás cortesanos. No buscaba favores, ni matrimonio, ni poder…

Él buscaba grietas. Quería entrar en ella, romperla desde dentro.

Y eso la aterraba.

Porque ya no estaba segura de poder resistir.

Porque el hielo, cuando se quiebra, no se rompe. Estalla.

Esa noche, Lira regresó a su habitación y se quitó la máscara frente al espejo.

Miró su reflejo por varios minutos.

Y pensó:

“Algún día, alguien me verá. No por lo que escondo, sino por lo que sangro.”

“Y cuando llegue ese día, sabré si es redención… o ruina.”



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En el texto hay: romace, fantacia, romacejuvenil

Editado: 05.08.2025

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