Fuego entre sombras
Se puede vestir la piel de un cordero, pero el corazón del lobo aúlla en el silencio."
— Dicho popular de las tierras de Velmor
La quietud de Astereth era un espejismo. Bajo la aparente calma, las grietas crecían, y con ellas, la desconfianza y el peligro. Lira sentía la presión de su corona más que nunca, no solo por la amenaza externa que representaba Velmor, sino por la sombra que parecía deslizarse dentro de sus propios muros.
Kael, bajo la identidad de Darian, mantenía su fachada impecable, moviéndose con gracia entre la nobleza y ganando terreno poco a poco. Pero para Lira, cada gesto, cada palabra suya era una pieza del rompecabezas que no encajaba. La sospecha crecía como un fuego lento, imposible de apagar.
Los ecos de las conversaciones furtivas alcanzaban sus oídos en los corredores del castillo.
—¿Quién es realmente ese noble exiliado? —susurraban unas damas al pasar—. Hay algo en él que no encaja.
—Dicen que proviene de Velmor, pero nadie sabe sus verdaderas intenciones.
Lira, envuelta en su capa oscura, apretó los labios. No necesitaba rumores para desconfiar de Darian; su intuición era un filo que nunca fallaba.
Esa noche, sin anunciarlo, ordenó a dos guardias de confianza que siguieran discretamente los pasos de Darian. Desde la torre de vigilancia, observó cómo se encontraba con un grupo reducido en los jardines traseros, susurrando palabras cargadas de secretos.
No pudo escuchar, pero la intensidad de la reunión solo confirmó sus temores: Darian no era un simple noble caído en desgracia.
De regreso en sus aposentos, Lira buscó en Theron, su único confidente.
—Theron, no puedo ignorar la verdad que siento —dijo con voz firme—. Darian es un peligro disfrazado de aliado.
Theron la miró con preocupación.
—Sospechar es prudente, alteza, pero aislarse también puede ser fatal. ¿Quién más puede ayudarte?
Lira desvió la mirada, el peso de su soledad apretando su pecho.
—¿A quién puedo acudir cuando incluso mi propio padre me rechaza?
Theron apretó suavemente su mano.
—Tu fuerza reside en ti, pero incluso las más fuertes necesitan apoyo.
Los rayos del sol se colaban tímidos aquella tarde cuando Darian apareció junto a ella en el invernadero.
—No esperaba encontrar a la princesa en este lugar —dijo con una sonrisa calculada.
—Los jardines son refugios para los que no tienen otro —respondió Lira, sin mirarlo.
—Y tú, ¿no temes que alguien descubra lo que escondes tras esa máscara?
Sus palabras no fueron una amenaza, sino un desafío.
Lira sostuvo su mirada, firme.
—Mis secretos no son para que un espía los juzgue.
—Espía —musitó él, como si saboreara la palabra—. Quizás ambos llevamos máscaras, ¿no?
Un silencio tenso los envolvió, lleno de palabras no dichas.
Durante la siguiente reunión del consejo, Darian planteó con frialdad:
—Si Velmor no acepta la paz, tal vez sea momento de considerar acciones más decisivas.
Lira, erguida y desafiante, le respondió:
—¿Qué acciones propones, Darian? ¿Qué destruyamos lo que queda de nuestro pueblo para salvar nuestro orgullo?
El salón quedó en silencio; todos esperaban su respuesta.
Él simplemente sonrió con frialdad:
—Solo los que están dispuestos a pagar el precio del poder sobreviven.
Lira sintió un escalofrío. La amenaza ya no venía solo de Velmor, sino también del hombre que ocultaba su verdadero rostro a pasos de ella.
Aquella noche, en la soledad de su habitación, Lira se preguntaba si sus fuerzas serían suficientes para sostener un reino que se desmoronaba en sombras, y qué destino la esperaba cuando el velo cayera y los secretos y engaños salieran a la luz.