Trono de odio,corona de engaño

Capitulo 8

Espadas Desenvainadas

"El trono no teme a quien lo hereda, sino a quien lo desafía sin miedo a caer."
— Kael, en una carta jamás enviada
El amanecer cayó con una delicadeza silenciosa sobre Astereth, pero el día trajo consigo una electricidad latente. El clima era templado, aunque los aires en el castillo estaban cargados de orgullo, sospechas y algo más primitivo: el deseo de demostrar dominio.
Kael —aún disfrazado como Darian— caminaba con la arrogancia de un noble que se sentía invencible. Su fama entre los soldados había crecido después de un par de exhibiciones con la espada, y su ego exigía más. Aquel día, en el patio de entrenamiento, empuñó su hoja con soltura mientras lanzaba miradas desafiantes a los guardias.
—¿Esto es lo mejor que puede ofrecer Astereth? —exclamó con una sonrisa burlona mientras desarmaba a un joven espadachín con facilidad—. Supongo que las leyendas sobre su fuerza estaban infladas.
Un murmullo incómodo recorrió el patio. Los soldados se miraban entre sí, pero ninguno tenía el rango ni la osadía para responderle. Entonces, con paso firme y rostro imperturbable, Lira cruzó el umbral del patio.
Vestía una túnica sencilla de entrenamiento. Su máscara, como siempre, cubría por completo su rostro: una obra tallada con filigranas oscuras, elegante y fantasmal. Era imposible leer sus emociones detrás de ella, y eso a Kael le resultaba tan desconcertante como intrigante. En su cinto descansaba su espada: larga, de empuñadura oscura y perfectamente equilibrada.
—¿Buscas al mejor espadachín del reino, Darian? —preguntó con voz clara.
Kael se giró, sorprendido. La sonrisa en sus labios era un intento de ocultar la genuina intriga que le despertaba esa mujer. Había visto belleza antes, pero la de Lira tenía una cualidad espectral. No era de este mundo. Como una flor que creció entre las ruinas.
—¿Tú? —preguntó, con tono socarrón—. ¿También bailas con espadas, princesa?
—Yo las domino —respondió ella.
Antes de que pudiera cuestionarla de nuevo, ella desenvainó. Su movimiento fue tan limpio que el silencio se impuso en el lugar. Los soldados se apartaron de inmediato, reconociendo la gravedad del momento.
Kael giró su espada entre los dedos, como si aún creyera tener la ventaja. Pero su expresión cambió apenas cruzó hoja con ella.
Fue un duelo que hablaba más de lo que cualquier palabra podría decir. Ella era precisa, letal, fluida. Cada paso estaba calculado, cada golpe dirigido con una intención que superaba el orgullo: lo hacía por convicción, por una fuerza interna que venía de heridas viejas.
Kael resistió, jadeando, sintiendo la presión de ser superado y la extraña sensación de ser visto… y al mismo tiempo, no poder ver. La máscara de Lira lo desarmaba más que su espada. Era como pelear contra un secreto. ¿Qué ocultaba? ¿Desfiguración? ¿Dolor? ¿O simplemente su verdadero yo?
—¿Quién te entrenó así? —logró decir en medio de una pausa.
—Mi madre murió en un incendio. Nadie me entrenó. Sobreviví. Eso fue suficiente —contestó Lira, atacando de nuevo.
Cuando finalmente se separaron, ambos sin aliento, sin un claro vencedor, la multitud contuvo el aliento. Kael bajó su espada y se inclinó levemente.
—Princesa… he sido injusto con mi juicio.
—No —dijo ella, con un dejo de dureza—. Has sido tú mismo.
Ella guardó su arma y se marchó. Kael la siguió con la mirada, su mente girando con posibilidades y advertencias. La había subestimado, y ahora comprendía que Lira no era una pieza más en el tablero: era la reina del juego.
No podía apartar su atención de esa máscara. Jamás la había visto sin ella, ni siquiera en las reuniones privadas del consejo, ni en las celebraciones. Había algo ritual en cómo la usaba, como si no fuera un disfraz, sino una armadura. ¿Qué pasaría si lograba verla sin ella? ¿Sería su victoria… o su ruina?
Más tarde, en sus aposentos, Lira recibió la visita de Theron, su confidente y sanador, con quien siempre podía hablar sin máscaras —aunque, incluso con él, no se la quitaba.
—Te vi en el patio —dijo él mientras le entregaba una infusión calmante—. Has vuelto a pelear. Pensé que habías dejado la espada.
—La dejé. Pero a veces es ella quien me llama —respondió ella, sosteniendo la taza entre las manos—. Ese hombre… Darian… no es quien dice ser. Sus movimientos, su postura… son los de alguien entrenado para matar.
Theron asintió con gravedad.
—Los rumores sobre el príncipe de Velmor dicen que fue criado como un arma. Astuto, encantador… y letal. Pero nadie sabe cómo luce realmente.
—¿Y si ya está entre nosotros? —preguntó Lira en voz baja.
Theron la miró, comprendiendo.
—Entonces tú eres lo único que se interpone entre Astereth y su caída.
Ella no respondió. Solo miró por la ventana, hacia las torres que cortaban el cielo. Aun en la incertidumbre, Lira sabía que su batalla había comenzado.
Y no pensaba perderla



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Editado: 05.08.2025

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