Luz,Sombras y Penumbra
"¿Qué pesa más? ¿Una espada ensangrentada o un juramento vacío?"
— Reflexión de Theron
El crepúsculo descendía con una lentitud casi poética sobre Astereth, tiñendo los muros de piedra con tonos ámbar y carmesí. La jornada había sido tensa, pero Kael —aún bajo el nombre de Darian— se sentía sorprendentemente centrado. Había algo en esa tierra hostil que lo mantenía alerta, más aún, algo en ella.
Durante el banquete de la tarde, sus ojos la buscaron entre las figuras nobles, pero la princesa no estaba. Su ausencia era más elocuente que su presencia. La gente hablaba de ella en susurros respetuosos, temerosos o fascinados. La máscara, decían, era más que un símbolo: era un muro.
Esa noche, Kael decidió caminar por los jardines internos. Había escuchado de su belleza, pero no fue eso lo que lo empujó allí. Fue una corazonada, o quizás algo más primitivo: una intuición nacida del instinto de cazar a su oponente más fuerte.
Y entonces la vio. Entre las sombras de los arrayanes, bajo la tenue luz de una lámpara de aceite colgante, Lira estaba sentada sola. El cabello suelto, sus hombros rectos, la espalda erguida como si incluso en la soledad se negara a doblarse ante el peso de su historia.
Kael se detuvo entre la vegetación, sin atreverse a interrumpir. Lo que vio lo dejó sin aliento. Lira levantó ambas manos y, con movimientos lentos, retiró la máscara que siempre cubría su rostro. Fue como si el silencio mismo del jardín contuviera la respiración.
Su belleza era inquietante, casi dolorosa de observar. No era la perfección lo que impresionaba, sino la fuerza que emanaba de sus facciones. Su mirada estaba vacía, melancólica, como si hablara con fantasmas. Kael sintió un nudo en el estómago, un sentimiento que no supo cómo nombrar.
Ella no lloraba. Solo estaba allí, en su silencio, observando la luna con una expresión que mezclaba desafío y rendición.
—No deberías espiar a una dama sola —dijo Lira sin voltear, su voz firme como acero templado.
Kael dio un paso al frente, su fachada intacta. —No espiar, exactamente. Solo admirar. Aunque no sabía que admiraría tanto.
Lira giró su rostro lentamente hacia él, la máscara aún en su regazo, pero su rostro expuesto. No hizo gesto alguno por cubrirse.
—¿Qué haces en mis jardines, “Darian”? —preguntó, con un deje de curiosidad y desafío.
—Buscaba tranquilidad —respondió él—. Y algo de belleza. Me dijeron que estos jardines son famosos en Astereth. Me temo que subestimaron su mérito.
—Y sin embargo sigues usando halagos vacíos —dijo ella, colocándose la máscara con lentitud, devolviendo su rostro a las sombras—. Eso me dice más de ti que cualquier palabra.
—Tal vez no te doy razones para confiar —dijo Kael, acercándose apenas un paso—. Pero admito que me intrigas, princesa.
—Las cosas que intrigan suelen ser peligrosas —contestó ella—. Y tú, noble exiliado… caminas demasiado cerca de las llamas.
Hubo un silencio cargado entre ellos. El viento jugó con las hojas y el eco distante de las campanas del castillo marcó la hora. Lira se levantó, y durante un segundo, sus ojos se cruzaron con los de él con una intensidad casi eléctrica.
—No necesito que me sigas, Darian. Ni que busques verme sin máscara. Esta fue una excepción… y no se repetirá —dijo ella con dureza, pero sin rencor.
Kael asintió. No insistió. Solo la observó alejarse, su silueta erguida, marcada por la elegancia de alguien que ha aprendido a sobrevivir en soledad.
Cuando finalmente se quedó solo, el príncipe espía de Velmor se permitió exhalar. El plan seguía su curso, pero algo en él comenzaba a resquebrajarse. Tal vez no por ella, sino por lo que ella reflejaba: una llama que él había olvidado que existía.
Y aunque no lo admitiría, sintió miedo. No por Lira, sino por lo que su presencia despertaba en él.
La partida apenas comenzaba, y las piezas en el tablero comenzaban a moverse con voluntad propia.
Mientras tanto, dentro del castillo, nuevas figuras comenzaban a mostrarse en el tablero del destino. Lady Nyra, la tía del rey y vieja consejera de la corte, había comenzado a observar a Darian con una ceja levantada y preguntas no pronunciadas. Su inteligencia era punzante, y muchos la temían más que a cualquier espada.
Sir Eron, el capitán de la guardia real, veterano y leal hasta los huesos, empezó a notar los movimientos inusuales entre los pasillos. Aunque respetaba a Lira, no confiaba fácilmente en los forasteros, y Darian ya era un nombre que se repetía demasiado entre sus soldados.
Y en las sombras de los pasillos más olvidados, Elora, una doncella muda con ojos oscuros y memoria afilada, había visto más de lo que debía. Nadie reparaba en ella, pero era la portadora involuntaria de secretos que podrían desmoronar imperios.
Todo se movía, como piezas arrastradas por una marea invisible. Y Lira, aún sin saberlo, estaba en el centro de una red que amenazaba con cerrarse.
Pronto, las máscaras caerían… y no todos estarían listos para enfrentar lo que se ocultaba detrás.