Ecos de Alianzas y Sombras
"El silencio es el arma más afilada de la traición."
— Rey Azarion de Velmor
Un grito sacudió el alba.
No fue un grito humano, sino el aullido agónico de un cuerno de guerra, resonando desde las torres del este. El sonido heló la sangre en las venas de quienes lo oyeron. No era una llamada cotidiana, sino una advertencia: algo se movía más allá de los muros de Astereth.
Lira se encontraba en la torre de los mapas cuando lo oyó. En un instante, dejó caer el pergamino que estudiaba y se alzó, su silueta rígida, los ojos clavados en la ventana. Lo presentía desde hacía días. El enemigo avanzaba.
A su lado estaba Sir Eron, el capitán de la guardia real. Había servido bajo tres generaciones de la familia real y conocía los sonidos de guerra mejor que nadie.
—Velmor está probando nuestras defensas —dijo, sus ojos como cuchillas—. Envían escaramuzas. Quieren medirnos.
Lira asintió.
—¿Y qué mediremos nosotros?
—Nuestro temple —respondió Eron con firmeza.
El día avanzó entre gritos, carreras y sonidos metálicos. Informes comenzaron a llover sobre la torre: pequeños grupos de soldados de Velmor habían sido avistados al norte del valle, atacando caravanas, bloqueando rutas de suministro.
Esa misma mañana, la princesa convocó a su círculo más discreto. No podía confiar en la corte, plagada de oídos enemigos. Pero ahora, nuevas piezas comenzaban a encajar en su tablero.
Lady Nyra, fue la primera en responder al llamado. Había sido aislada por su lengua afilada y sus métodos poco ortodoxos, pero Lira la admiraba en secreto desde niña.
—Pensé que me dejarías morir entre libros —bromeó Nyra al llegar—. Es agradable ser recordada cuando el fuego amenaza con consumirlo todo.
—El fuego no distingue linajes —replicó Lira—. Y necesito mentes que piensen más allá del protocolo.
Nyra sonrió con satisfacción y tomó asiento, desplegando mapas con dedos temblorosos, pero mente despierta. Con voz grave, señaló rutas secundarias que podían ser usadas para emboscadas. Sugirió enviar emisarios no a los grandes señores —todos indecisos o cobardes—, sino a las aldeas del sur, que aún recordaban a la madre de Lira con respeto.
—Si apelamos a la memoria y no al oro, podrían levantarse por ti —dijo Nyra—. Pero hay que moverse ahora.
A su lado, Elora, la doncella muda, llegó sin ser llamada. Como una sombra silenciosa, colocó sobre la mesa un pañuelo ensangrentado con el emblema de Velmor.
—¿Dónde encontraste esto? —preguntó Lira, mirándola con sorpresa.
Elora respondió con una mirada directa y un leve gesto con la cabeza. Las cocinas. Había enemigos dentro.
Sir Eron, al ver la señal, ya estaba marchando órdenes a sus tenientes. El enemigo no solo golpeaba desde fuera: se infiltraba desde dentro, como veneno en una herida abierta.
Eron salió a inspeccionar con dos de sus mejores hombres, mientras Lira y Nyra compartían una mirada cargada de comprensión.
—La guerra será larga —murmuró Nyra—. Pero tú no estás sola.
En un rincón más oscuro del castillo, Kael, aún bajo su identidad como Darian, observaba el movimiento con una atención felina. Cada vez que oía el nombre “Velmor”, su pulso se tensaba, aunque su rostro permanecía impasible.
Había recibido su primer mensaje secreto escondido en una carta diplomática. “El momento se acerca. Gánate su confianza. La máscara caerá”.
No obstante, su mente no dejaba de volver al jardín. A Lira. No a la princesa, sino a la mujer bajo la máscara. A la forma en que sus ojos brillaban incluso en la sombra. La fuerza que ocultaba y la vulnerabilidad que había creído ver por un instante.
Y ese instante lo perturbaba. Porque no podía definirlo. Porque no se sentía en control.
—¿Te preguntas si estás haciendo lo correcto? —preguntó una voz a su espalda.
Era Sir Alric, su contacto dentro del castillo, otro espía de Velmor. Un hombre de rostro anodino y modales corteses.
—No —respondió Kael, rápido—. Estoy esperando el momento adecuado.
Alric lo miró con suspicacia.
—Ten cuidado. La corona de Velmor no tolera distracciones.
—Y yo no tolero errores —replicó Kael, con una sonrisa helada.
Alric se retiró, pero Kael no pudo quitarse el nombre de Lira de la mente. ¿Cómo podía una sola mujer poner en duda años de adoctrinamiento?
Esa misma noche, Lira caminó sola por el corredor que conducía a la antigua biblioteca. Las velas parpadeaban, proyectando sombras largas como sus pensamientos. Allí encontró a Elora, esperándola, con una flor negra entre las manos.
Lira la tomó sin preguntar. Sabía que venía del jardín donde su madre solía sentarse. Y en silencio, agradeció.
Horas después, en el jardín, mientras la luna llenaba de plata las estatuas rotas y los rosales dormidos, Kael la observó desde lejos. Ella se encontraba sentada, sin su escolta, sin su corte. Solo su sombra, su soledad… y la máscara.
Durante unos segundos, la vio llevarse la mano al rostro. No se la quitó, pero deslizó los dedos por su contorno como si quisiera recordar que aún la llevaba puesta.
Kael dio un paso hacia ella, sin ser visto, y luego se detuvo. El instante era demasiado frágil para romperlo.
Astereth no dormía esa noche. Ni lo haría en mucho tiempo.
Y mientras las fuerzas de Velmor se alzaban más allá del horizonte, dentro del castillo las verdaderas guerras se libraban con palabras no dichas, gestos ocultos, y máscaras que no eran de metal, sino de carne y alma.
Lira tenía aliados. Y Kael comenzaba a tener dudas.
Ambos lo ignoraban aún, pero ese sería el primer hilo que rompería el destino trazado por la sangre.