Cantos en la niebla
"Hay palabras que no se gritan… porque están destinadas a destruir reinos en voz baja."
— Crónica Velmoria, Año 879
El amanecer rompió sobre Astereth como una daga de luz. Pero el resplandor no trajo alivio. Dentro del castillo, el corazón de Lira latía con un peso insoportable. La noche anterior había soñado con fuego. No con el incendio que mató a su madre, sino con uno nuevo: avanzando, hambriento, consumiéndolo todo.
Sentada frente a la mesa del consejo vacío, Lira giraba entre los dedos un anillo de plata: el único recuerdo que conservaba de su madre. Su rostro seguía oculto bajo la máscara, pero sus pensamientos eran más vulnerables que nunca.
La guerra ya no era una posibilidad: era un eco que se acercaba con pasos ensordecedores.
Theron, su sanador y confidente, la observaba desde una esquina. Había sido testigo de sus luchas internas desde la infancia, pero nunca la había visto así: quebrada, dudando.
—¿Qué ves cuando miras el horizonte? —preguntó él con suavidad.
Lira tardó en responder.
—Veo ruinas… o veo un reino. Pero no puedo distinguir cuál es real.
—La guerra se acerca. ¿Tienes aliados reales?
—Tengo fragmentos —murmuró ella—. Nyra, Eron, Elora… Y Darian. Aunque no sé qué es realmente.
Theron bajó la vista. No confiaba en ese hombre, pero no era su lugar cuestionarla ahora.
Mientras tanto, en el ala opuesta del castillo, Kael se encontraba solo frente a un mapa extendido. No el de Astereth, sino uno oculto traído desde Velmor. Allí estaban marcadas las rutas de invasión, los puntos débiles del castillo, y los nombres de nobles que podrían traicionarla.
Apretó los puños. Tenía una misión. Desde niño había sido criado para cumplirla: debilitar a Astereth, destruir su legado, y entregar su corazón —si era necesario— para que Velmor se alzara como el único reino dominante en el oeste.
Pero el rostro de Lira, su silencio ensordecedor, su dolor escondido… todo comenzaba a resquebrajar la lealtad que sentía hacia Velmor.
Velmor, su reino natal, era opulento, alimentado por el comercio de minerales, especias exóticas y barcos mercantes que surcaban los mares del sur. Sus nobles eran crueles y sofisticados. Los ejércitos estaban bien armados, bien entrenados y guiados por una aristocracia con hambre de conquista. El Consejo de Sangre, liderado por su padre, el rey Azarion de Velmor, había ordenado el asalto a Astereth hace meses.
Astereth, por su parte, era tierra de valles fértiles, tradiciones antiguas y conocimiento perdido. Aunque no tenía los recursos de Velmor, su poder residía en la lealtad de su pueblo, la fortaleza natural de sus montañas y una magia ancestral que muchos creían extinta. Pero su rey, enfermo y ausente, había dejado a Lira con un reino al borde del colapso.
En el salón de las armas, Lira fue llamada a consejo. Nyra, Eron y varios nuevos aliados de los territorios del sur se reunían. Habían llegado tras el llamado de Nyra: un joven líder tribal llamado Kaeril, feroz y leal, y Savia, una sanadora y guerrera que afirmaba haber soñado con la máscara de Lira antes de conocerla.
—El sur está contigo —dijo Kaeril, firme—. Pero necesitas decidir. ¿Esperamos el asalto o golpeamos primero?
Lira paseó la mirada por los rostros en la sala. Pensó en su madre. En la sangre derramada. En las noches sin dormir. Su corazón ardía de rabia, pero también de algo más profundo: un deseo de proteger, no solo de vencer.
—Golpearemos primero —declaró—. Pero no desde el frente. Usaremos la red de túneles olvidados bajo la fortaleza. Golpearemos desde las sombras, como ellos.
Hubo murmullos de aprobación. Nyra asintió con orgullo.
Horas más tarde, Lira se encontró a solas en la sala de los espejos. Un salón cubierto por cristales opacos, donde los reyes de Astereth buscaban sabiduría en los reflejos. Se quitó la máscara por primera vez en días. Su rostro estaba cansado, pálido. Pero en sus ojos había fuego.
—¿Qué ves? —preguntó Kael, entrando en silencio.
Ella no se inmutó. Solo volvió a colocar la máscara lentamente.
—Una mujer que debe convertirse en algo más.
Kael se acercó.
—¿Y qué quiere esa mujer?
—Que su gente viva. Aunque yo no lo haga.
Hubo un silencio cargado. Kael sintió un nudo en el pecho. No podía seguir así. No sin perder algo que ya no sabía nombrar.
—Lira… —empezó, pero se interrumpió—. ¿Confiarías en alguien que te ha mentido?
Ella se giró, mirándolo con dureza.
—Dependería de por qué mintió. Y si está dispuesto a sangrar por redimirse.
Kael no respondió. Solo la observó mientras ella se alejaba por el pasillo de cristal. Cada paso que daba lo alejaba de su deber, y lo acercaba al abismo de una elección que aún no se atrevía a hacer.
La guerra venía. Las decisiones estaban tomadas. Pero los corazones… los corazones aún luchaban en silencio.
Y en ese silencio, el destino de ambos reinos comenzaba a escribirse.