Trono de odio,corona de engaño

Capitulo 12

La ofensiva
"Entre el deber y el deseo, no siempre vence lo justo."
— Kael de Velmor

La sala del consejo olía a incienso y a tensión. Las velas ardían con llamas temblorosas, como si la piedra misma del castillo de Astereth palpitara al ritmo de lo que se estaba gestando. Lira permanecía de pie frente a la gran mesa circular de madera negra. La máscara aún cubría su rostro, pero sus manos —cerradas con fuerza— revelaban la guerra interna que libraba.
—¿Y si Velmor ya sabe que atacaremos? —preguntó Nyra, con la voz serena pero cargada de pragmatismo.
—Entonces, debemos actuar antes de que ellos lo esperen —respondió Kaeril, con los brazos cruzados y el ceño fruncido.
Savia, sentada al lado de Theron, apoyó suavemente una mano sobre la mesa.
—No subestimemos a su red de espías. Hay rumores de que un noble exiliado de sangre mezclada fue enviado a infiltrarnos…
El silencio se hizo como una puñalada. Kael, a unos pasos de distancia, sintió el calor ascender por su espalda. Apretó los labios y no dijo nada. Nadie lo señaló, pero la mención fue como una advertencia disfrazada.
Lira se mantuvo firme. No lo miró, pero su mente giraba con precisión afilada. Todo encajaba demasiado bien. Y sin embargo, parte de ella —la más humana, la más herida— aún buscaba una razón para no creerlo.
—Si hay un traidor, lo descubriremos —dijo con frialdad—. Pero ahora debemos hablar del este. El barón de Ternos se niega a unirse al pacto.
Nyra entrecerró los ojos.
—¿Sigue aferrado a su neutralidad?
—No. Está esperando una oferta mejor —dijo Lira—. Y Velmor está dispuesto a dársela.
Theron alzó la voz por primera vez.
—Entonces tenemos que movernos políticamente. Fortalecer nuestros lazos con los reinos menores. El pueblo aún cree en ti, Lira, pero los nobles quieren oro o miedo.
—No les daré ninguno —respondió ella con dureza.
—Entonces dales esperanza —susurró Savia—. O al menos, una razón para morir contigo.
Esa noche, los corredores del castillo se llenaron de susurros. Las cocinas ardían de rumores, y los soldados se entrenaban más allá de la media noche. Todos sentían que algo se acercaba. La tormenta aún no había caído, pero su sombra ya cubría el cielo.
Kael observaba el movimiento desde los balcones altos. Lo que comenzó como una misión ahora se desmoronaba entre emociones que no sabía cómo contener. Vio a Lira cruzar el jardín, sola como cada noche. Sin la máscara. Su rostro era una contradicción: tan perfecto como una estatua tallada en mármol, pero con grietas profundas, humanas.
Se aproximó en silencio, con cuidado de no hacer ruido. Ella lo sintió antes de oírlo.
—¿Te parece justo observarme sin ser invitado? —preguntó ella sin girarse.
—No —admitió—. Pero no pude evitarlo. Pareces más real cuando estás sola.
Ella lo miró por sobre el hombro, luego volvió la vista al cielo.
—Estoy siempre sola.
—Eso no debería ser una condena.
—No lo es. Es un refugio. La traición siempre viene de la cercanía.
Kael dio un paso más cerca, y por primera vez, no hubo rechazo inmediato. Solo un silencio que temblaba.
—¿Y si no todo el que se acerca busca herirte?
—Entonces ese será el que más daño me cause —dijo Lira con una voz que parecía un hilo de aire.
Por un instante, se sintieron al borde de algo: una confesión, una guerra, un abismo. Pero se mantuvieron ahí, suspendidos.
Esa misma madrugada, un cuervo negro llegó a los portones del castillo. Llevaba el sello de Velmor. Lira lo recibió en sus aposentos, rodeada por su círculo más cercano. Kael permaneció al fondo, invisible, como un espectro.
El mensaje era claro: “El príncipe Kael de Velmor ha desaparecido. Si ha sido recibido por Astereth, consideraremos esto un acto de guerra abierta.”
Theron giró hacia ella con una mirada que lo decía todo.
—Kael... —empezó Nyra, pero Lira alzó la mano.
—No ahora. Reuniré al consejo esta noche. Y luego... decidiré.
Kael huyó antes de que lo confrontaran. Se encerró en sus habitaciones, la culpa apretándole el pecho como un puño de hierro. Quiso escribir una carta. Un aviso. Algo. Pero nada salía de su mano.
Mientras tanto, en Velmor, el rey Azarion sostenía una reunión secreta con su hijo bastardo, el príncipe theren, espía letal y heredero, también iba a ser enviado a Astereth bajo una identidad falsa. Su llegada aún no había sido revelada.
—Lira no debe morir todavía —dijo Azarion—. Hay más valor en su caída que en su sangre.
Y así, el tablero seguía moviéndose. Lira debía tomar decisiones que podían destruirla o convertirla en leyenda. Y Kael... Kael debía elegir entre su reino y la única mujer que había desafiado su destino.
En Astereth, la luna subía alta. Y la ofendida, por fin, alzaba su espada, no solo contra sus enemigos… sino contra sus propios sentimientos.
La guerra ya no era inminente. Era inevitable.




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