Trono de odio,corona de engaño

Capítulo 16

La Sombra de Velmor

"Los juramentos no mueren con quien los olvida, sino con quien los quebranta."
— Theron, sanador
Al sur de Astereth, más allá de los ríos que marcaban las fronteras y de los bosques retorcidos por antiguas guerras, se alzaba la oscura magnificencia de Velmor. Su castillo de piedra negra parecía una extensión de la montaña que lo contenía, como si hubiera nacido con ella, forjado no por manos humanas sino por la voluntad de algo más ancestral.
Allí, en la Sala de los reyes caídos, el rey Azarion de Velmor observaba un mapa desplegado sobre una mesa tallada en obsidiana. Sus dedos recorrían las líneas del territorio enemigo, como si pudiera acariciar la victoria antes de poseerla.
Era un hombre imponente, de mirada roja como las ascuas y barba canosa trenzada con hilos de plata. Su porte era el de un dios guerrero, pero sus ojos eran los de un lobo hambriento. A su lado, de pie, silenciosa y letal, estaba la reina madrastra de Kael: Selena
—El tiempo se acorta —dijo ella, rompiendo el silencio con voz de seda afilada—. Si Kael no cumple su parte, la rebelión interna de Astereth podría sofocarse antes de que podamos tomar ventaja.
Azarion no levantó la vista.
—Kael no fallará. Lo he preparado desde niño para esta misión. Él no es simplemente un espía: es la semilla de Velmor en tierra enemiga.
Selena caminó hasta colocarse frente al mapa. Su vestido largo, de un azul profundo casi negro, arrastraba las sombras consigo. Se inclinó hacia el rey, estudiando los ojos que tanto la aterraban como la fascinaban.
—Y si empieza a sentir… simpatía por la princesa, ¿lo destruirás como hiciste con tu primer heredero?
Azarion levantó lentamente la cabeza. Sus pupilas se estrecharon.
—Kael no es su hermano. Él sabe lo que está en juego.
—A veces el corazón es un traidor más peligroso que el enemigo —susurró Selena—. Vigílalo. Hay grietas incluso en la piedra mejor cincelada.
Mientras tanto, en el ala este del castillo de Astereth, Kael escribía un informe que jamás enviaría. Sentado ante una vela casi consumida, pensaba en los últimos días. En la princesa. En su furia contenida. En su mirada, donde se mezclaban el hielo y el fuego. En la máscara que aún lo desafiaba.
Su habitación, aunque lujosa, era fría. Parecido al de Un reino que valoraba la eficiencia, la sangre noble y la supremacía. Aquí, la empatía era una debilidad castigada con el olvido.
Un golpe en la puerta lo devolvió al presente. Sir Alric toda la puerta con golpes en una especie de códigos. Kael lo reconoció y lo dejo pasar.
—¿la batalla esta comenzando? —dijo con burla, dejando caer una daga sobre la mesa—. El rey cree que comienzas a flaquear.
Kael no se inmutó.
—Padre debería confiar más en su arma predilecta.
—¿Y tú? ¿Confías en ti? —preguntó sir alric, ya con una ceja alzada—. Porque si fallas… no te quedará ni nombre, ni tumba, ni redención.
Kael lo fulminó con la mirada. En su interior, una duda crecía. No porque hubiera olvidado su objetivo. No porque no supiera que debía traer la caída de Astereth. Sino porque, en algún rincón envenenado de su alma, empezaba a temer que si Lira moría… parte de él también lo haría.
—Aún no hay nada decidido —dijo con voz baja.
Alric sonrió, malicioso.
—Exacto. Y eso es lo que más me divierte.
Esa noche, Azarion contempló los cielos desde su torre más alta. Las estrellas formaban constelaciones antiguas, y entre ellas, la figura del Draco Coronado, símbolo de conquista.
—La corona será mía —dijo en la lengua muerta de los conjuradores—. No por derecho, sino por fuego.
Y cuando sus palabras cayeron, una llama negra se encendió en el altar de sacrificios.
La guerra ya no era política. Era destino. Y el destino tenía sed de sangre.




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