Trono de odio,corona de engaño

Capítulo 19

La Sangre de la Tierra

" guerras no se ganan con ejércitos, sino con el alma rota de quienes no pudieron negarse."
— Lira de Astereth

Astereth, el Reino de las Torres de Cristal, no era solo un castillo en el borde de la guerra. Era una tierra ancestral, fértil y vasta, surcada por ríos que parecían cantar con el viento, por montañas que guardaban secretos y por aldeas que veneraban tanto a los dioses antiguos como a los susurros de la princesa enmascarada.

Desde las alturas del Alcázar Solar, el corazón del reino, las tierras se extendían como un manto bordado en verde, oro y azul.

Pero la belleza de Astereth solo servía para acentuar la amenaza que se cernía sobre ella. Velmor la deseaba no solo por su posición estratégica, sino por la antigua magia que se decía dormía bajo sus suelos.

Kael comenzaba a comprenderlo. Desde su habitación en la torre este, observaba las tierras del reino con ojos más serios. Lo que al principio era una misión para debilitar y destruir, ahora se desdibujaba en una red compleja de emociones, política y revelaciones. Astereth no era débil. Estaba herida, sí, pero no rota. Y eso lo confundía. Lo perturbaba.

Aquella mañana, un evento cambió el ritmo de la fortaleza. La llegada de un convoy desde las Tierras Altas del Norte.

Tres nuevos aliados descendieron de los carruajes adornados con estandartes celestes: Sir Alvaren, un diplomático de voz pausada y lealtad ambigua; Maerith , maga enviada del círculo de la montaña, guardiana de los sellos mágicos que protegían a Astereth; y Lioren, un joven caballero, mestizo de sangre noble y campesina, cuya reputación como estratega lo precedía.

Lira los recibió en el Gran Salón con su habitual presencia imponente, su máscara tallada en plata y su voz serena.

—Bienvenidos. Astereth agradece su llegada en tiempos inciertos. Su deber no es solo proteger nuestras fronteras, sino también nuestra verdad —dijo, mirando especialmente a Maerith.

La maga asintió con solemnidad.

—Los sellos están debilitándose, princesa. La magia de Velmor los amenaza.

El rey Azarion no solo desea tu reino. Desea lo que duerme bajo él.

Lira no respondió, pero el temblor en su mano no pasó desapercibido para Theron, que estaba siempre a su derecha.

Más tarde, en una sala de mapas, Maerith, Theron, Lioren y Kael —que se mantenía siempre cerca de los centros de poder— discutían estrategias.

—Velmor ha incrementado su presencia en la frontera este. Azarion no espera solo vencer con fuerza militar.

Busca excavar el corazón del reino —dijo Lioren.
—¿La fuente? —preguntó Kael con falsa ingenuidad.

Maerith lo miró largamente antes de responder.

—La fuente es real. El Pozo de Sangre, bajo las criptas de Astereth. Protegido por la línea real desde hace siglos. Si cae, todo cae.

Kael guardó silencio. Sabía de ello. Era uno de los objetivos principales de su padre. Pero escucharlo de labios de una aliada le produjo una sensación extraña: miedo mezclado con un respeto oscuro.

En la noche, Lira se retiró al jardín interior, donde los sauces caían como lágrimas de los cielos. Allí, Theron la encontró, más pálida que nunca.

—No estás sola —le dijo.

—Pero me siento como si lo estuviera. Cada decisión puede destruirnos.

Theron quiso tocar su hombro, pero se detuvo. En cambio, preguntó:

—¿Aún confías?

—No. Pero tampoco puedo descartarlo. Tiene información. Tiene intenciones ocultas. Y tiene algo que odio admitir… coraje.

En los días siguientes, el castillo se transformó. Se reforzaron los muros, se entrenaron a nuevos soldados bajo la guía de Lioren. Maerith comenzó a revisar los sellos arcanos de protección.

Lady Nyra tejía alianzas con casas nobles. Y savia interpretaba señales. Kaeril reclutaba espías y exploradores. Astereth, lentamente, despertaba.
Kael se movía con cautela. Cada conversación era medida. Cada palabra, calculada. Pero no podía evitar la sensación de que su disfraz se agrietaba. Especialmente cuando veía a Lira.

Una tarde gélida, la encontró de nuevo en los jardines, sola. Esta vez, sin máscara. Ella no lo notó al principio. El rostro que escondía era más hermoso de lo que él imaginaba, pero también más triste.

—A veces deseo no ser la hija de un reino, sino solo una mujer con la libertad de elegir a quién amar y a quién odiar —susurró, sin saber que él escuchaba.

Kael se acercó con cautela.

—¿Y si fueras ambas cosas? Reina y mujer. Fuerte y libre.
Lira se volvió. El rostro, ahora visible, no mostraba sorpresa. Solo cansancio.

—Entonces tendría que decidir qué parte de mí debe morir para que la otra sobreviva.

Sus miradas se cruzaron. No había amor aún. Pero había fuego. Un fuego que anunciaba que todo estaba a punto de cambiar.

Y desde la torre más alta del castillo, Maerith observaba las estrellas.

—El destino se retuerce —murmuró—. Pronto, uno de ellos deberá caer. O ambos reinos lo harán con ellos.



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Editado: 21.08.2025

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