Canticos de Traición
"Hay despedidas que no duelen por lo que dejas… sino por lo que sabes que no regresará contigo."
— Theron
La lluvia había regresado a Astereth como un presagio. Caía silenciosa, como si el cielo no quisiera interrumpir lo que se gestaba en las entrañas del reino. La corte se movía con prisa contenida: espías detectados, rumores de emboscadas, y una creciente inquietud que pesaba sobre los muros del Alcázar Solar.
Lira no había dormido. Las palabras de Maerith resonaban en su mente como campanas rotas: “La fuente está en peligro. Velmor no espera. Atacará desde dentro.”
Ella se había vuelto más alerta, más suspicaz. Con cada paso por los pasillos, cada mirada evitada, crecía la sensación de que el verdadero enemigo ya caminaba entre ellos. Y esa noche, mientras cruzaba en silencio el ala norte del castillo, sus sospechas se materializaron.
Un leve destello de luz provenía de una antigua cámara de piedra, donde ya no se guardaban armas ni libros, sino ecos olvidados. Lira, envuelta en una capa oscura, se acercó con el sigilo aprendido en años de peligro. Lo que vio detrás de la puerta apenas entreabierta la paralizó.
Darian, con la capucha caída y el porte que tanto irritaba como fascinaba, hablaba en voz baja con un hombre vestido con ropajes de los clanes fronterizos. Uno de los desertores, uno que se creía desaparecido desde las últimas escaramuzas con Velmor.
—Dile a Azarion que la corte se está fragmentando. La princesa mantiene el control, pero no por mucho. Si aceleramos el ataque… —la voz de Kael era tensa, medida, pero clara.
—¿Y la fuente? —preguntó el otro hombre—. ¿Está protegida aún?
Kael vaciló. Fue apenas un segundo, pero suficiente para que Lira sintiera cómo el mundo se quebraba bajo sus pies.
—Sí. Pero no por mucho tiempo. Confía en mí. Yo abriré el camino.
Lira se retiró sin hacer ruido, el corazón golpeándole el pecho como un tambor de guerra. No gritó. No lloró. Solo caminó, rápido y sin rumbo, como si huir de esa escena pudiera borrar lo que había escuchado.
Kael es un traidor.
Pero en su interior, la certeza no era tan firme como debiera. Porque había duda, sí, pero también había… dolor. ¿Por qué dolía? ¿Por qué dolía más que cualquier traición anterior?
Horas después, en la cámara del consejo, Lira se presentó con una firmeza que desmentía su agitación. Theron la miró, preocupado. Maerith notó el temblor en sus manos.
—Ha comenzado —susurró la princesa—. Él… está con ellos.
Theron dio un paso al frente.
—¿Quién?
—Darian. No hay duda. Lo vi con mis propios ojos.
El silencio cayó como una daga. Elyra fue la primera en reaccionar.
—Debemos apresar al traidor antes de que informe más. Y antes de que descubra el acceso al Pozo.
Lira negó lentamente.
—No. Si lo apresamos ahora, actuará como mártir. Algunos de nuestros nobles aún lo ven como un aliado. Lo necesitamos vigilado. Necesitamos pruebas contundentes.
—¿Vas a dejarlo libre sabiendo lo que planea? —exigió Theron, visiblemente alterado.
—Lo voy a observar de cerca —respondió Lira, con un tono que congeló la habitación—. Y cuando llegue el momento… lo aplastaré con sus propias mentiras.
Mientras tanto, Kael regresaba a sus aposentos. No sabía que había sido visto. Pero una sombra de duda comenzaba a enredarse en su mente.
Había mentido. Sí. Pero no completamente. No había entregado la ubicación exacta de la fuente. No había mencionado los nuevos planes defensivos. Y lo que más le inquietaba: no había sentido la victoria habitual de un espía. Sino vergüenza. Y eso era peligroso.
Esa noche soñó con fuego. Con una máscara de plata fundiéndose en su palma. Y con una voz, la de Lira, repitiendo una y otra vez:
—Traición tiene muchos nombres… incluso el tuyo.