Sombras Sobre el Tablero
"El amor, cuando se disfraza de estrategia, siempre sangra dos veces."
— Fragmento del Códice de los Cuervos
Kael
El amanecer no traía consuelo, solo una tenue claridad que dibujaba los contornos de la culpa. Kael se apoyó en el alféizar de su ventana, el rostro endurecido, los ojos clavados en los muros de Astereth. El silencio pesaba más que las palabras no dichas.
Ella me vio.
No necesitaba confirmación. Lo sintió. Un cambio sutil en el aire, en la forma en que los guardias lo miraban, en la tensión que pendía sobre los pasillos como una cuerda tensa a punto de romperse.
Kael cerró los ojos.
Había cumplido con su deber. Había entregado la información que Azarion exigía. Pero lo había hecho a medias. Protegió más de lo que traicionó. Algo que su padre jamás entendería.
¿Desde cuándo me importas, Lira?
El nombre ardía en su mente como una maldición sagrada. No era amor —aún no—, pero sí algo igual de peligroso: respeto. Admiración. Fascinación. Y eso lo hacía débil. Lo hacía... humano. Algo que Velmor no toleraba en sus herederos.
Un golpe en la puerta lo sacó de sus pensamientos.
—Señor Darian —dijo una voz firme. Era Lioren—. Se requiere su presencia en el patio de entrenamiento. La princesa desea observar las habilidades de todos sus aliados.
¿Una prueba? ¿Una amenaza velada?
Kael asintió sin palabras, ocultando su inquietud bajo la máscara de siempre: la de un noble encantador y exiliado, leal hasta los huesos. Esa máscara, pensó con amargura, pesaba más que la de Lira.
Lira
—La red de mensajeros está lista, princesa —informó Maerith mientras ajustaba un sello mágico sobre un mapa extendido en la mesa.
Lira asintió, los dedos tamborileando sobre el cristal de su copa. Theron, a su izquierda, no decía nada. Su lealtad era tan firme como su silencio, y sus ojos no se apartaban de ella.
—Necesitamos un contraataque sin parecer ofensivos —dijo Lira al fin—. Velmor espera un enfrentamiento directo. Les daremos un golpe de sombra.
—¿Y Kael? —preguntó Theron—. ¿Lo apartamos ahora?
Lira lo pensó. En su interior, aún latía el dolor de lo que había visto. Kael no era un soldado. Era un arma forjada con mentiras, y ella había sostenido esa hoja sin darse cuenta.
—No todavía. Lo necesitamos confundido. Que crea que aún creemos en él. Cada palabra que diga ahora será vigilada. Cada paso, seguido.
Maerith sintió, su rostro sin emoción.
—Podemos activar las runas del Pozo de Sangre. Las que solo responden a sangre real. Están ocultas bajo la cripta norte. Si las reactivamos, ningún traidor podrá cruzar los umbrales sin que lo sepamos.
—Hazlo —ordenó Lira—. Y prepara a Lioren. Quiero que los nuevos reclutas sean entrenados con protocolos de defensa mágica. Y que los espías de kaeril se muevan en Velmor sin levantar sospechas.
La princesa se levantó. La capa ondeando como la sombra de un cuervo, el rostro oculto tras la máscara de plata. Pero en su interior, ya se había decidido: el juego se había vuelto mortal, y solo una mente fría y estratégica podría ganarlo.
Kael
Horas más tarde, en el patio de entrenamiento, Kael blandía su espada con la destreza de quien nació entre acero y sangre. Sus movimientos eran precisos, gráciles, peligrosos. A su alrededor, soldados y nobles observaban con interés. Pero sus ojos solo buscaban a uno: Lira.
Ella estaba allí, sentada en lo alto del balcón de piedra, como una reina de invierno.
La máscara seguía cubriendo su rostro, pero algo en su postura le pareció diferente: más rígida. Más distante.
Kael sabía que debía mantener la ilusión. No podía perder su lugar junto a ella. No aún.
—Princesa Lira —dijo, guardando su espada con un gesto exageradamente cortés—. ¿He aprobado su examen?
Ella lo miró. Durante unos segundos que se hicieron eternos, solo el silencio respondió. Luego:
—A veces, señor Darian, no se trata de pasar una prueba. Sino de evitar que otros descubran para qué la estás tomando.
Un murmullo sutil se alzó entre los espectadores. Kael tragó saliva, manteniendo la sonrisa en su rostro. Era oficial: Lira sabía. Pero no lo confrontaría todavía. Ella jugaba a largo plazo. Y ahora él debía decidir si seguir fingiendo… o cambiar de bando por completo.
Cuando se retiró al anochecer, Maerith y Theron se mantenían a ambos lados de la princesa, como guardianes que habían jurado que ningún error volvería a pasar inadvertido.
Esa noche, los corredores del castillo parecían respirar una tensión nueva. Los susurros entre criados, las miradas entre centinelas, el aleteo constante de los cuervos sobre las torres… todo anunciaba que algo grande se gestaba.
Kael caminó sin rumbo fijo, guiado por una inquietud que no lograba sofocar. Cuando giró en uno de los pasillos del ala norte, lo vio. Un hombre encapuchado que hablaba con un criado de Velmor.
—¿Estás loco? —susurraba el espía—. ¡Ella ya lo sabe!
Kael retrocedió. No por miedo a ser descubierto, sino por una ira visceral que lo consumió. ¿Tan mal creía Azarion en él que había enviado a otro espía a actuar a sus espaldas? ¿O era una prueba?
Esa noche, en su cuarto, Kael escribió una carta. Una que no selló ni envió aún. Una confesión a medias. La dejó en su escritorio, en caso de que algo ocurriera. En caso de que su máscara finalmente se quebrara.
Y mientras el castillo dormía, Lira caminaba sola por las criptas. Sus dedos encendieron los sellos dormidos de los ancestros, y una luz roja, como sangre vieja, iluminó las paredes. La protección de Astereth se reactivaba, pero el precio sería alto.
La guerra ya no era cuestión de espadas. Era de decisiones. De traiciones que aún no se consumaban y de verdades que dolían más que cualquier filo.