El Tambor de Guerra
"Ella no marchó con soldados, marchó con cicatrices que aún no se habían cerrado."
— Canto de las Hijas del Norte
El eco del tambor resonó a través del Salón de los Estandartes, un golpe seco, solemne y ensordecedor que hizo temblar hasta las columnas de mármol negro. La corte de Astereth se hallaba reunida en pleno, y en el centro del estrado mayor, el rey Valen, padre de Lira, aparecía como una sombra del hombre que una vez fue. Su rostro estaba marcado por la enfermedad y el rencor, pero su voz, amplificada por la magia de los heraldos, resonaba con una intensidad dura y antigua.
—La paciencia ha terminado —declaró el rey, con un ademán que hizo callar a los nobles—. Velmor ha cruzado la última línea. Han matado a nuestros exploradores en las fronteras de Tilvaron. Han profanado nuestros templos. Ahora, sentirán la fuerza de Astereth.
Un murmullo de aprobación recorrió la sala, pero Lira, de pie junto a los altos comandantes, no se movió. Sentía que el peso del mundo se agolpaba en su pecho. Su padre estaba ciego de ira. El odio lo guiaba, alimentado por años de traición, pérdidas personales y la amenaza constante de Velmor. No había consorte que lo aconsejara, no había susurros manipuladores: solo un corazón endurecido por la guerra.
Desde las sombras de una galería superior, Kael observaba con los ojos entrecerrados. Había aprendido a leer el lenguaje de la política desde niño, y lo que veía ahora no era una simple declaración de guerra. Era una trampa.
El rey no había planeado esto con aliados ocultos. Su decisión era cruda, visceral, nacida de un odio puro que crecía como una herida infectada.
Lira dio un paso al frente.
—Padre —dijo, con una reverencia respetuosa—. Velmor es un enemigo, sí, pero sus acciones pueden estar guiadas por provocadores. Si respondemos con violencia sin comprender sus motivos, caeremos en una guerra sin fin. Déjame enviar un emisario. Dame una semana para hallar una solución diplomática. Si fracasa, juro que estaré al frente del ejército yo misma.
La sala enmudeció.
El rey se inclinó hacia adelante, su rostro demacrado torcido en una sonrisa cruel.
—¿Dudas de mi juicio, hija?
—Dudo de la rapidez con la que estamos dispuestos a derramar sangre —respondió ella con valentía—. Si Velmor busca la fuente, si sus verdaderos objetivos están más allá de lo militar, podríamos ganar más desde la inteligencia que desde la fuerza.
Un bufido se oyó entre los comandantes. Algunos nobles intercambiaron miradas incómodas, pero ninguno alzó la voz.
El rey se puso en pie, con esfuerzo, pero firme.
—Tu voz ha sido escuchada, Lira. Pero no será obedecida. Esta noche, firmaremos las órdenes de movilización. Tus soldados marcharán al alba. Y por cuestionar mi decisión ante toda la corte… quedas relevada de tu papel en el Consejo de Guerra.
Lira palideció. El silencio se volvió más pesado. Incluso los nobles más afines a ella bajaron la mirada. No podían desafiar al rey.
Kael se apartó de las sombras antes de que su expresión lo delatara. Salió de la galería y descendió por los pasillos de piedra. Sentía rabia arderle bajo la piel. No porque su misión estuviera en peligro, sino porque… había sentido orgullo en Lira. Orgullo y respeto.
Y ahora la habían humillado.
Esa noche, en las celdas de la antigua torre del sur, Lira permanecía sentada sobre una banca de piedra, no prisionera, pero sí confinada. Su rostro seguía oculto tras la máscara, pero su alma estaba desnuda de toda protección.
—¿Ha valido la pena? —preguntó una voz desde las sombras.
Ella no se sorprendió al reconocer a Kael.
—Te gusta aparecer cuando nadie más puede verme —dijo con cansancio.
—Quizá es cuando más te veo —replicó él con suavidad.
Ella bajó la cabeza.
—He perdido influencia. Mi padre no me escucha. La guerra comenzará, y no tengo forma de detenerla.
Kael dio unos pasos, manteniendo cierta distancia. No podía revelarle su identidad aún, pero cada vez era más difícil mantener el muro entre ellos.
—Entonces no detengas la guerra —dijo—. Cámbiala. Desde adentro.
Lira lo miró.
—¿Y cómo harías eso, noble exiliado?
Kael sonrió de lado, pero no respondió.
Mientras tanto, en la sala de estrategia, Theron, Maerith y Lioren discutían en voz baja. Habían visto la injusticia del día, y sabían que Lira era su única esperanza para evitar la caída del reino en un abismo de fuego.
—No podemos permitir que marchemos sin un plan real —dijo Lioren—. Velmor tiene espías entre nosotros. Estoy seguro de que algunos generales le deben favores al pasado. Pero esta vez… el enemigo está en el campo.
—El rey está consumido por el odio —agregó Elyra—. Su juicio ya no es claro.
—Y Kael… —Theron frunció el ceño—. No confío en él. Pero no sé por qué.
—Quizá porque no puedes leerlo —dijo Maerith con ironía—. O porque él sí puede leerte a ti.
Al amanecer, Kael fue a buscar a Lira. Le entregó un rollo de pergamino.
—Es un mapa de los movimientos enemigos. Extraído de mi tiempo en las Tierras Negras. Úsalo.
Lira lo miró con desconfianza.
—¿Por qué me ayudas?
—Porque lo que viene… será peor que la guerra. Y porque, aunque no me creas, no deseo verte caer.
Ella guardó el pergamino. No le respondió. No podía confiar en él… pero ya no podía ignorarlo.
Y mientras los estandartes de guerra comenzaban a desplegarse sobre los muros de Astereth, y las forjas trabajaban sin descanso, la verdadera batalla se gestaba en los corazones de quienes aún no habían elegido de qué lado de la historia querían quedar.