Trono de odio,corona de engaño

Capitulo 24

La Guerra Silenciosa
"El rugido de un rey puede ser más peligroso que mil lanzas enemigas."
— Crónica de la Corte de Astereth

La noche sobre Astereth era espesa como el humo de las antiguas guerras. Las nubes ocultaban la luna, y el viento que silbaba entre las torres traía consigo un murmullo inquebrantable: la tormenta no venía solo desde Velmor, sino desde el trono mismo.
Lira lo sentía con cada paso que daba en los pasillos del Alcázar Solar. La piedra parecía oprimirla, los retratos de antiguos monarcas la juzgaban con ojos vacíos, y el eco de sus botas resonaba como una sentencia. Ya no era solo una princesa defendiendo un reino, era una hija enfrentándose al corazón podrido de su propia sangre.
El rey Valdrik se había vuelto más severo, más volátil, más cruel. Desde el último consejo, en el que Lira se atrevió a cuestionar abiertamente la estrategia de invasión, los ojos del rey la habían mirado con un odio apenas contenido, un odio viejo, ancestral, como si en ella viera reflejada a la reina muerta que una vez desafió su autoridad.
Y tal vez lo hacía.
En su cámara, iluminada apenas por la tenue luz de una lámpara de aceite, Lira repasaba documentos de espionaje, cartas interceptadas y mensajes cifrados. A su lado, Maerith la maga sostenía un pequeño orbe encantado con el que buscaba señales de movimiento mágico cerca de las fronteras.
—El poder de Velmor crece, pero no es lo único que deberías temer —murmuró Maerith, con voz baja y casi temblorosa.
—Lo sé —respondió Lira, sin apartar los ojos de la misiva que sostenía—. Hay traidores en la corte. Algunos responden al oro, otros al miedo. Pero hay uno que responde al odio… y ese está en el trono.
Maerith la miró con una mezcla de compasión y advertencia.
—No debes decir eso, ni siquiera aquí.
—No lo digo. Lo acepto —respondió con firmeza—. Valdrik no busca solo derrotar a Velmor. Busca destruir todo aquello que no controla. Y yo… yo soy lo que nunca ha podido dominar.
El silencio cayó entre ambas como un cuchillo.
Mientras tanto, en las sombras de la torre norte, Kael observaba. Se había vuelto experto en caminar sin dejar rastro, en fundirse con los muros. Su oído estaba afinado para los susurros, y su instinto le decía que el verdadero enemigo de Astereth no llevaba una corona extranjera, sino una forjada en casa.
Había visto al rey Valdrik ordenar ejecuciones de consejeros que se habían atrevido a advertir sobre el desgaste del ejército. Había escuchado gritos en los salones ocultos. Y, sobre todo, había visto a Lira temblar no de miedo, sino de contención. La furia en ella era fuego contenido. Un incendio esperando el menor soplo para liberarse.
Aquella noche, Lira caminó hacia las criptas reales, donde estaban enterrados los antiguos monarcas. Allí, en medio de tumbas de piedra y placas cubiertas de polvo, se arrodilló frente al sepulcro de su madre.
—Me estoy quedando sola —susurró—. Sola entre traidores, entre espectros, entre hombres que juegan a la guerra mientras su hija sostiene un reino a punto de quebrarse. ¿Qué harías tú, madre? ¿Levantarías la espada? ¿O seguirías besando la mano que empuña el látigo?
Kael, desde las sombras, la escuchaba. Y por primera vez, sintió algo quebrarse dentro de él. El engaño que lo había traído comenzaba a erosionarse bajo el peso de la verdad.
Esa noche, el rey Valdrik ordenó el arresto de dos nobles cercanos a Lira, acusándolos de conspiración. No hubo pruebas. Solo excusas. Pero la intención era clara: aislarla, acorralarla, silenciarla.
En la reunión del consejo, Valdrik habló con voz helada:
—Desde ahora, todas las decisiones pasarán por mi sello. La princesa podrá aconsejar, pero no decidir. Su espíritu impetuoso ya ha costado demasiado.
Lira, de pie ante los ojos de la corte, no dijo nada. No se defendió. Solo lo miró.
Y en su mirada había fuego. El tipo de fuego que no pide permiso para arder.
Theron, su fiel sanador y aliado, se acercó a ella después de la sesión.
—Tienes enemigos en todas direcciones, pero ninguno como tu propio padre.
—Lo sé. Y no pretendo vencerlo en su juego. Voy a cambiar las reglas.
Esa misma noche, en la vieja biblioteca subterránea, Lira se reunió en secreto con Maerith, Theron y Ardan, antiguo comandante desterrado por Valdrik, exiliado por negarse a atacar a aldeas que se negaron a pagar tributo.
—Si queremos que Astereth sobreviva, tenemos que recuperar algo que perdimos hace tiempo —dijo Lira—. La voluntad de resistir no a un enemigo externo, sino al tirano interno.
Kael apareció desde una puerta lateral, sorprendiendo a todos.
—Entonces quizás deberías saber que no estás sola —dijo con calma—. Hay otros que también creen que Valdrik ha envenenado su propio reino.
—¿Tú? —preguntó Theron, con evidente desconfianza.
Kael no respondió directamente. En cambio, miró a Lira.
—No soy quien dices que soy. Pero tampoco soy quien crees que vine a destruirte.
Un largo silencio.
Maerith fue la primera en romperlo:
—El enemigo está más cerca de lo que imaginábamos. Pero también… la alianza que puede salvarnos.
Lira miró a Kael fijamente, su rostro aún cubierto por la máscara. Su voz fue un susurro cargado de tormenta:
—El odio de mi padre ha cubierto estas tierras por demasiado tiempo. Y aunque la sangre que corre en mis venas lleve su nombre… mi guerra, ahora, también es contra él.
Y en ese instante, en esa cripta olvidada, nació una rebelión.
No contra Velmor.
Sino contra el rey de Astereth.



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Editado: 03.09.2025

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