Capítulo 26

La Orden de la Guerra

"Un padre puede dar la vida… o ser quien la arrebate." — Lira de Astereth

El amanecer en Astereth no trajo paz, sino un frío presagio. Los muros del castillo parecían encogerse bajo una sombra implacable, la misma que se había asentado en el trono desde que Valdrik reclamó su corona con manos de hierro.
En la gran sala del trono, Lira permanecía erguida frente a su padre, sus ojos ocultos tras la máscara que ya se había convertido en parte de su identidad.
Aquel día, el aire vibraba con una tensión insoportable, como si las paredes mismas contuvieran el aliento, esperando la sentencia.
El rey Valdrik la observaba desde su trono, su rostro endurecido por años de guerra y desconfianza. Sus dedos apretaban con fuerza el respaldo tallado de su asiento, y cuando finalmente habló, su voz retumbó con la autoridad que solo un monarca podía ostentar.
—Has sostenido este reino con uñas y dientes, Lira —dijo—, pero ya no basta.
La guerra con Velmor es inevitable. Y ha llegado el momento de que dejes de esconderte tras esa máscara y enfrentes el enemigo en el campo de batalla.
Un fuego interno comenzó a arder en el pecho de Lira. No solo por la orden, sino por el desprecio que sentía en la fría mirada de su padre.
—¿¡Quieres que yo sea la carne de cañón en tu ambición sin sentido!? —exclamó con voz firme, la ira vibrando en cada palabra—.
¿Después de todo lo que he hecho, esperas que simplemente camine al matadero sin cuestionar?
La sala quedó en silencio absoluto, sorprendida por la furia contenida de la princesa.
Valdrik no mostró debilidad, pero su expresión se tornó más dura.
—No es solo una batalla, hija mía —respondió con voz gélida—. Es la última oportunidad para salvar Astereth. No te envío para sacrificarte, sino para que seas la fuerza que este reino necesita.
Lira apretó los puños, luchando contra la tormenta que crecía dentro de ella.
En ese instante, una sombra se deslizó entre los nobles presentes.
Kael apareció, con su habitual sonrisa enigmática y los ojos brillando con una mezcla de arrogancia y un fuego que solo Lira alcanzaba a entender.
—Princesa —dijo Kael con voz baja pero firme, apartándola ligeramente del grupo—. La guerra que tu padre ha ordenado no es sino un juego para mantener su poder. Pero tú, Lira, puedes ser más que una pieza en su tablero.
Lira lo miró sorprendida y cautelosa. La presencia de Kael siempre agitaba en ella emociones contradictorias, pero esa vez había algo más: una determinación que no esperaba.
—¿Qué quieres decir? —preguntó, manteniendo la máscara inalterable.
Kael inclinó la cabeza, su tono más serio.
—Debes derrocar a Valdrik —susurró—. No solo por tu reino, sino por ti misma. Él no te protegerá, no te amará. Y su odio solo traerá destrucción. Yo puedo ayudarte, si estás dispuesta a aceptar que la verdadera batalla está aquí, dentro de estas paredes, antes que en el campo.
Lira sintió que su corazón se aceleraba, aunque su rostro permanecía frío e impenetrable. Esa oferta era peligrosa, pero también una chispa de esperanza.
Antes de que pudiera responder, Maerith apareció silenciosa junto a ella, con la mirada fija en Kael, calculadora y fría.
—Los tiempos cambian, princesa —dijo —. Pero también las alianzas. Decide bien en quién confiar.
Lira asintió lentamente, consciente de que estaba atrapada entre la espada de su padre y la sombra incierta de Kael.
Más tarde, en sus aposentos, la princesa repasaba en silencio las palabras de Kael mientras preparaba su equipo para la guerra.
Theron, entrando con cautela, la encontró absorta.
—¿Quién es Kael realmente? —preguntó con preocupación.
Lira apretó la mandíbula.
—No lo sé aún. Pero si quiero salvar este reino, y a mí misma, tendré que descubrirlo... y decidir si puedo confiar en él.
Y así, mientras la tormenta se extendía sobre Astereth, la guerra se acercaba no solo en el campo, sino en los corazones y alianzas ocultas que definirían el destino de todos.