Sombras en la Frontera
Un beso puede ser promesa, o sentencia."
— Crónicas de amantes caídos
La frontera entre Astereth y Velmor era un terreno agreste y frío, donde la tierra parecía beberse el sol y el viento aullaba como un presagio funesto. Era la línea invisible que dividía no solo dos reinos, sino dos destinos enfrentados.
Kael cabalgaba con sigilo bajo el manto de la noche, su figura envuelta en la oscuridad de la capa que lo ocultaba. Sus pensamientos eran un torbellino; no podía permitirse vacilar. Sabía que cada paso, cada palabra, tenía consecuencias que resonarían más allá de los muros de ambos reinos.
Al llegar a un punto oculto tras unos roquedales, Kael desmontó y desapareció entre las sombras, internándose en un sendero estrecho que conducía al campamento real de Velmor. Allí, en un gran pabellón adornado con los emblemas de su familia, esperaba su padre, el rey Azarion, un hombre cuyo porte majestuoso escondía una mente fría y calculadora.
—Has tardado —dijo Azarion, sin perder tiempo en saludos formales—. ¿Traes noticias?
Kael inclinó la cabeza, consciente del peligro que representaba cada palabra.
—El ejército avanza según lo planeado —respondió—. Pero hay algo que debes saber.
El rey Azarion frunció el ceño, mostrando por primera vez una sombra de inquietud.
—Habla —ordenó.
Kael respiró hondo y dejó escapar la verdad con un tono mesurado.
—Lira, la princesa de Astereth, no es solo una líder valiente. Es la mente que dirige la defensa, la estratega detrás de cada movimiento. Si la eliminamos, la caída del reino será inminente.
Azarion sonrió con una mezcla de orgullo y malicia.
—Entonces la guerra es aún más nuestra si podemos quebrar esa voluntad. ¿Y tú? —miró a su hijo con ojos penetrantes—. ¿Estás listo para cumplir con tu deber como heredero?
Kael asintió, aunque su corazón latía con fuerza por una mezcla de lealtad y un sentimiento más oscuro, más personal.
Mientras hablaban, en la lejanía, el viento llevaba el nombre de Lira como un susurro helado. Kael sabía que ella desconfiaba de él, que aún veía en él al enemigo envuelto en nobleza falsa. Esa desconfianza era la cadena que los mantenía cautivos en una danza peligrosa, donde cualquier paso en falso podía ser fatal.
El rey Azarion se levantó y colocó una mano firme sobre el hombro de Kael.
—Recuerda, hijo —dijo con voz grave—, en esta guerra no hay lugar para debilidades. Si quieres reclamar Velmor algún día, primero debes asegurarte de que Astereth caiga.
Kael asintió, pero en lo profundo de su ser, un conflicto aún no resuelto palpitaba con fuerza.
Al caer la noche, Kael se despidió con una reverencia breve y se escabulló de vuelta hacia la frontera, sus pasos silenciosos y su mente envuelta en sombras de traición y duda.
Mientras tanto, en Astereth, Lira seguía sin confiar completamente en Kael, aunque algo en su mirada y sus acciones la mantenía atrapada en una intrincada red de emociones.
La guerra, la traición y el amor se enredaban en un destino incierto, donde la verdad y la mentira serían armas tan letales como la espada.