Sangre de Reyes
"Un beso puede ser promesa, o sentencia."
— Crónicas de amantes caídos
El sol se alzaba como una sentencia sobre los campos silenciosos de la frontera. No había gritos, ni espadas, ni estandartes en movimiento. Solo un aire espeso, denso como antesala de tormenta, mientras dos comitivas reales se aproximaban desde extremos opuestos del valle.
Por un lado, el estandarte negro de Astereth se alzaba, flanqueado por las armaduras oscuras y el paso marcial de los guardias reales. En el centro, montando con la espalda erguida, iba el rey Valdrik, con la mirada endurecida por la humillación y la furia acumulada.
Desde el este, el estandarte plateado de Velmor cruzaba la llanura, precediendo al imponente rey Azarion, viejo, pero no vencido, su mirada astuta siempre escondiendo más de lo que revelaba.
En medio del campo, se había erigido un círculo neutral, marcado con banderas blancas. Allí, ante los ojos de sus respectivos séquitos, los dos monarcas se encontraron por última vez.
—Debemos acabar con esto —dijo Azarion, sin titubear—. Esta guerra ha drenado nuestras tierras, nuestras familias… nuestras almas.
Valdrik entrecerró los ojos, cada palabra del rey enemigo clavándose en su orgullo como un cuchillo mal afilado.
—La guerra terminará, sí —aceptó con voz grave—. Pero no con paz. Terminará con justicia.
—Entonces dejemos que nuestros herederos decidan el destino de estos reinos —dijo Azarion—. Que Lira y Kael se enfrenten. El vencedor sellará el destino de ambos reinos.
Un suspiro colectivo recorrió las filas. Lira, de pie tras su padre, no mostró sorpresa. Había anticipado algo así. Había sentido el veneno en las palabras del rey de Velmor desde antes de que se pronunciaran.
Kael, desde la línea de Velmor, clavó la mirada en ella. Su alma vaciló. No quería luchar. Pero ya no quedaba un lugar neutral en este juego.
Valdrik se giró brevemente hacia su hija. Su voz fue apenas un murmullo:
—Demuestra que mereces este trono. No por herencia… sino por sangre.
Lira asintió lentamente. Pero sus ojos no estaban clavados en Kael. Estaban fijos en la espalda de su padre.
Y entonces, sin previo aviso, sin palabra ni grito, sin siquiera un temblor de duda, Lira desenvainó una daga oculta en su túnica y la hundió con precisión letal en el costado del rey Valdrik.
Ese era su plan desde el principio, un plan que solo ella y esa máscara de acero conocían, ni siquiera el rey pudo con el poder que lira poseía. Esa daga traiga consigo magia tan pura como para sacudir el mundo.
El metal entró limpio, entre costillas, directo al corazón. El rey abrió los ojos, incrédulo. Una exhalación escapó de sus labios, mezcla de asombro y traición.
—Por Elyra… por mí… y por este reino que has devorado —susurró Lira mientras sostenía su peso.
Lo bajó lentamente, dejando que su cuerpo cayera sin estrépito, sin levantar alarma. El círculo neutral, enmudecido por la sorpresa, tardó segundos eternos en reaccionar.
—¡El rey! —gritaron finalmente algunos de los suyos— ¡El rey ha caído!
Lira se puso de pie, la sangre en sus manos, pero no en su rostro. La máscara aún cubría su expresión, impenetrable. Nadie vio lágrimas. Nadie vio remordimiento. Solo una figura firme, erguida entre el pasado que moría y el futuro que nacía con sangre.
—Mi padre… ha sucumbido a una antigua enfermedad —dijo, voz firme, para todos los presentes—. La guerra lo consumió. Pero su voluntad permanece viva… en mí.
Kael no podía apartar la vista de ella. No creía una palabra, pero tampoco podía moverse. Algo dentro de él se rompía.
“¿Lo mató por el trono… o por salvarnos? ¿A quién pertenece ahora su lealtad? ¿A Astereth… o a sí misma?”
Azarion, por su parte, se quedó inmóvil. Había esperado muchas cosas. Pero no aquello. Aun así, era un estratega. Y sabía que el juego había cambiado.
—Entonces tú reinas ahora —dijo, cruzando lentamente el círculo neutral—. ¿Y qué propones, reina Lira de Astereth?
Lira lo miró. La daga aún goteaba sangre.
—Propongo que esta guerra termine. Que los reinos vivan. Pero que sepáis esto, Azarion: no tengo miedo de matar reyes. Solo temo los que siguen vivos demasiado tiempo.
Kael dio un paso al frente, con los ojos clavados en ella, y por primera vez sintió verdadero temor. Lira ya no era la misma. Y lo que nacía en su lugar… era algo más grande. Más peligroso. Más justo, quizás. Pero también más oscuro.
El destino estaba en marcha. La guerra, al borde del fin. Pero las sombras del trono aún se movían.
Y el secreto que Lira guardaba —su plan oculto— apenas comenzaba a desplegar sus alas.