Trono de odio,corona de engaño

Capítulo 36

Cenizas del Juicio
"Entre el amor y el poder, pocos eligen lo que no brilla." — Rey Azarion de Velmor

El cuerpo del rey Valdrik aún yacía en el suelo ensangrentado, su corona caída entre el barro de la frontera, como un símbolo roto de un imperio que se había resquebrajado desde adentro. El silencio que lo siguió fue denso, casi sobrenatural. Las tropas de Astereth, acostumbradas al temor, no supieron si clamar venganza o hincarse ante la nueva reina nacida del filo de una daga.

Lira permanecía de pie frente al cadáver de su padre. Su respiración era agitada, pero su mano no temblaba. Aún sostenía la hoja que le había quitado la vida al hombre que la había moldeado con odio, temor y fuego. No lloró. No gritó. Sólo bajó lentamente la mano y miró al cielo encapotado, como si buscara algo entre las nubes grises: perdón, tal vez. O fuerza para lo que vendría.

Del otro de la frontera , el rey Azarion de Velmor observaba todo. Su rostro curtido por años de guerra no mostraba horror, sino una mueca torcida de sorpresa… y una súbita incomodidad.

—Lo ha hecho —murmuró con voz grave—. Ha matado al rey. A su propio padre.

A su lado, Kael, vestido con la armadura negra de los herederos de Velmor, no apartaba los ojos de Lira. El impacto lo había golpeado como un rayo. No porque lamentara la muerte del tirano, sino porque no la vio venir. Lira siempre había sido un enigma para él, una máscara impenetrable. Pero esto… esto era fuego bajo el hielo.

—¿Qué ordenamos, majestad? —preguntó uno de los generales de Velmor, ansioso.
Azarion no respondió de inmediato. Luego giró hacia Kael y le habló con voz baja y firme, sin permitir réplica:

—Acaba con ella.

Kael parpadeó. —¿Qué…?

—Lo que oíste. Acaba con ella antes de que tome ese trono. Ya no tiene padre, ni respaldo político. Es débil. Emocional. Idealista. Si tomas su cabeza, el reino de Astereth se inclinará ante ti por miedo, no por lealtad. Como debe ser.

Kael sintió una punzada en el pecho. No era culpa. No del todo. Era algo más confuso.

Había deseado ese momento. La oportunidad de reinar. De acabar con la guerra con su espada. De ceñirse una corona. Pero no así. No contra ella.

—Y si… negociamos. Podríamos usarla —insinuó.

—¿Negociar? —el rey se volvió hacia él con furia contenida—. ¿Después de que ha asesinado a su padre en público? ¡Es una serpiente impredecible! Puede cortarte la garganta mientras duermes si le das poder.

Kael tragó saliva. Su corazón estaba dividido, desgarrado entre el deseo de cumplir con su deber como príncipe de Velmor y el ardor silencioso que lo empujaba hacia Lira desde el primer momento en que la vio atravesar los pasillos del castillo con su máscara y su silencio estoico.

Tú no eres una pieza del tablero, Kael,” le había dicho ella una noche.

Eres el fuego que se oculta en las sombras. Solo decides si quemas o iluminas.”
Pero el fuego también podía consumir.
Lira alzó la vista cuando los cuernos de guerra de Velmor resonaron. Sabía que su momento había llegado.
Su guardia personal se había acercado, desconcertada. Theron estaba pálido, observando el cadáver del rey con labios apretados.

—¿Lo hiciste… por Astereth? —preguntó él, sus ojos miel buscando una verdad que pudiera sanar la grieta que se abría entre ellos.

—Lo hice por mí —respondió ella con voz gélida—. Porque si no lo hacía, él iba a seguir destruyendo todo. Iba a destruirnos a todos.

Theron asintió lentamente. No aprobaba, pero comprendía. Su lealtad se mantenía, porque su amor por Lira era silencioso, incondicional. Maerith, la maga, se acercó detrás de ella. Sus ojos centelleaban con una mezcla de temor y admiración.

—Los hechiceros antiguos no predijeron esto —dijo, en voz baja—. Pero tú… tú siempre has estado fuera del destino, Lira.

—¿Y el destino ahora? —susurró la princesa, mientras divisaba a Kael descendiendo por la colina, montado en su caballo oscuro, envuelto en un silencio mortal.

—Ahora el destino tiembla —respondió Maerith —. Porque no sabe si lo que hiciste salvará el reino… o lo condenará.
Kael desmontó frente a ella. Las tropas de ambos bandos habían dejado de moverse. A la espera. Como si el campo de batalla se hubiera transformado en un teatro de decisiones.

—¿Por qué lo hiciste? —preguntó Kael. No había ira en su voz. Solo un cansancio brutal.

—Porque era la única forma de poner fin a su reinado sin entregar Astereth a los buitres —dijo Lira. No mostró emoción, pero en sus ojos había una tormenta.

Kael caminó hacia ella. La miró por largos segundos, como si intentara grabar en su memoria cada sombra de su rostro tras la máscara. Y luego, habló sin rodeos.

—Mi padre quiere que te mate.

—Lo imaginé.

—Y yo no sé qué demonios hacer.
Por un instante, el mundo pareció detenerse. Lira bajó la mirada. Luego dio un paso adelante, quedando a unos centímetros de él.

—Entonces decide, Kael. ¿Eres un hijo fiel… o un hombre libre?

Kael no respondió. Porque en ese momento, su corazón se encontraba en guerra consigo mismo. Sabía lo que debía hacer. Lo que el deber exigía. Pero el deber no conocía el rostro de Lira bajo la máscara. No conocía la herida que compartían, ni la batalla silenciosa que había librado en cada mirada, en cada roce de palabras no dichas.

Y mientras el viento barría el campo, levantando el polvo entre los cadáveres y los estandartes, Kael supo que el próximo paso que diera decidiría no sólo el futuro de dos reinos… sino el suyo propio.




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