Trono de odio,corona de engaño

Capítulo 37

Corazón en Llamas
"La traición no duele cuando la esperas… sino cuando viene de quien creías tu aliado."
— Lira

El sol se alzaba sobre la frontera teñido de rojo, como si el cielo mismo presintiera la sangre aún no derramada. El campo de batalla, inmóvil, era un altar esperando el próximo sacrificio. En medio de aquel silencio expectante, Lira y Kael se mantenían frente a frente, dos figuras cargadas de historia, duda y destino.
Entonces, la voz del rey Azarion retumbó desde la colina, como un trueno oscuro que rompía el cielo.

—¡Princesa Lira de Astereth! —gritó, su voz cargada de desprecio—. Antes de que decidas si enfrentas a mi hijo o te rindes como hizo tu padre… déjame iluminarte con una verdad que se te ha escapado entre las sombras.
Lira levantó la vista hacia él, el filo de su daga aún con la sangre de Valdrik. Sus ojos entrecerrados no mostraban miedo, solo una chispa de furia que se encendía.

—¿Qué otra mentira quieres escupir, Azarion?
El rey sonrió con burla. —No una mentira, princesa. Una revelación. Kael… tu valiente y silencioso aliado, tu confidente en las noches de traición, tu sombra constante… siempre ha sido mío.

Lira no reaccionó de inmediato. Sus ojos se clavaron en Kael, buscando una señal, una negación, una chispa de horror. Pero él… bajó la mirada.

—Dile la verdad, hijo —insistió Azarion—. Dile cómo te envié a Astereth con una sola misión: debilitar al rey desde dentro. Ganarte la confianza de su hija. Conocer sus secretos. Dile cómo me confesaste cada movimiento de sus planes, cada paso que daba hacia su independencia.

—Kael… —la voz de Lira era un susurro gélido, como el momento antes de una tormenta.
Él la miró, y en sus ojos había dolor, pero también resignación. —Es cierto.

El mundo de Lira se quebró como cristal. El aire le pesó en el pecho. La traición no era solo una palabra… era el eco de cada caricia, cada conversación en la penumbra, cada promesa no dicha.

—¿Desde el principio? —preguntó, sin moverse.

—Desde antes de conocerte siquiera —admitió Kael—. Pero no… no todo fue mentira.

—No me digas eso —su voz se alzó, rota y afilada—. No me digas que me amabas mientras le entregabas mi alma a tu padre.

Los soldados de Astereth ya se habían formado detrás de ella, tensos, como si presintieran que lo que se avecinaba no era una guerra entre reinos… sino entre corazones desgarrados.

—Lira, escúchame… —Kael dio un paso, pero ella desenvainó su espada con un solo movimiento.

—¡No te acerques! —rugió—. ¿Creíste que podrías jugar con mi confianza como tu padre juega con sus ejércitos? ¿Creíste que podrías tomar mi corazón y moldearlo como un arma para tu trono?

Kael no respondió. Porque no tenía defensa ante esas palabras. Solo un silencio culpable.

—¿También sabías que iba a matar a mi padre? —preguntó con una mueca amarga.

—No. Eso no. Me lo ocultaste… y por eso entendí que ya no eras la princesa que debía traicionar —su voz bajó, cargada de una tristeza casi insoportable—. Pero era tarde.
Lira lo miró, el filo de su espada temblando entre sus dedos.

—Tú eras mi única certeza en medio del caos. Mi único punto fijo cuando el mundo se venía abajo. Y ahora… ahora te miro y solo veo cenizas.

—Lira… —intentó, pero no pudo decir más.

—¡Yo confié en ti, Kael! —gritó, con los ojos brillando—. ¡Maldita sea, confié en ti incluso cuando supe que eras el príncipe de Velmor! ¡Quise pensar que aún podrías elegirnos! Que podías ser más que tu linaje… más que tu deber.

—Quise serlo… —susurró él.
Ella rió, amarga, rota. —Entonces debiste elegirme antes de entregarme.

El rey Azarion miraba desde la colina con satisfacción. Su plan estaba funcionando. Lira estaba aislada. Su ejército debilitado por la duda. Y su hijo, dividido por emociones que no podía controlar.

—¡Acaba con ella, Kael! —ordenó una vez más—. ¡Haz lo que te enseñé! ¡Sé el rey que Velmor necesita!
Kael no se movió. Su espada seguía envainada. Y eso lo decía todo.

Lira dio un paso al frente, ya sin lágrimas. Ya sin piedad.
—Tú no vas a matarme —dijo—. Pero no porque me ames… sino porque sabes que si alzas tu espada contra mí, ya no te reconocerás frente al espejo.
Kael apretó los dientes. Su corazón era un campo de batalla.
Y Lira, sin girarse hacia sus soldados, alzó su espada al cielo.

—¡Astereth no caerá mientras yo respire! ¡Y que el traidor que ose acercarse a mí… pruebe su lealtad con acero!
El viento sopló, levantando el polvo, girando entre ellos como un presagio.

Lira había perdido a su padre. Había perdido la paz. Y ahora, también había perdido al único hombre que creyó verla más allá de la máscara.

Pero lo que quedaba de ella no era debilidad.
Era fuego. Era una reina nacida de traiciones y odio, y ahora no quedaba más que una guerra final por decidir el destino de ambos reinos… y de los corazones rotos entre ellos.




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