Trono de odio,corona de engaño

Capítulo 39

El Trono de Cenizas
"La sangre llama a la sangre, incluso a través de las generaciones."
— Profecía olvidada

El sol se ocultaba tras el horizonte cuando el silencio se hizo absoluto en el campo de batalla. La sangre de Lira, la princesa que fue fuego y escudo, manchaba la tierra de Astereth, mezclándose con el barro y la desesperanza.
Kael la sostuvo en sus brazos, sintiendo cómo la vida se escapaba lentamente de aquel cuerpo que amó más allá de la traición y la guerra. Su rostro, una mezcla de dolor, furia y arrepentimiento, reflejaba la tormenta que rugía en su interior.

—No… no puede ser —murmuró, con la voz rota—. Tú eras la esperanza. La llama que encendía este reino.
Pero ella había cerrado los ojos para siempre, dejando a Kael solo con la oscuridad.
Las fuerzas de Velmor no tardaron en aprovechar la caída de su enemigo más grande. Sin Lira para guiar a Astereth, los ejércitos comenzaron a dispersarse. El caos y la confusión reinaban en la capital. El pueblo, destrozado por años de guerra, vio cómo las puertas de su castillo se abrían, no para defenderse, sino para entregar el poder al invasor.

El rey Azarion, triunfante pero exhausto, marchó hacia la fortaleza con la arrogancia del vencedor. Pero fue Kael quien, finalmente, entró al trono de Astereth.
Él, el hijo del enemigo, el príncipe traidor y espía, se alzó como nuevo soberano, no solo de Velmor, sino también de Astereth.
El trono de Astereth era frío, más frío que cualquier máscara que Lira hubiera llevado.
En la sala del trono, Kael se sentó, el peso de la corona aplastando su alma. La gloria se tornó en ceniza. Las victorias se teñían de sombras.

—¿Qué he ganado? —susurró, mirando la espada de Lira, ahora colgada en la pared—. ¿Un reino sin ella?

Lira… si las sombras pudieran devolverme tu voz, entregaría mil veces este reino.
Nadie celebraba. Los aliados de Astereth se mostraban temerosos y desconfiados. Velmor, aunque victorioso, reconocía en Kael una figura quebrada por la pérdida.
Theron, el amigo leal de Lira, se acercó en silencio.

—Ella no murió en vano —dijo con voz firme—. Su legado vive en cada alma que aún cree en Astereth.
Kael asintió, pero la sombra del vacío era profunda.

Gobernar todas las naciones es un triunfo vacío… porque ninguna de ellas sabe pronunciar tu nombre como lo hacían mis labios.

Los días que siguieron estuvieron marcados por purgas políticas, conspiraciones y traiciones veladas. Kael, consumido por el dolor, luchaba contra sí mismo. Su ambición y amor se entrelazaban en una batalla interna, una lucha más feroz que cualquier combate en el campo.
Su mano temblaba al firmar decretos de control y vigilancia, mientras buscaba desesperadamente alguna señal de que Lira aún vivía en el espíritu de su pueblo.
En noches sin luna, se retiraba a los jardines solitarios, tocando la máscara que alguna vez cubrió el rostro de Lira, recordando su fuerza y misterio.
Pero Velmor no descansaba. El rey Azarion, aunque apoderado del trono a través de Kael, mantenía una vigilancia férrea. Sabía que el hijo era débil, vulnerable al recuerdo de su amada y al amor imposible que no pudo consumar.

La guerra había terminado, pero la batalla por el alma de Astereth y Velmor recién comenzaba.
Kael era rey, sí. Pero a un precio inimaginable.
El trono de cenizas que ahora ocupaba brillaba con la promesa de un futuro incierto, teñido por el odio, la pérdida y un amor que ni siquiera la muerte pudo apagar.




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