Trono: Fuego y hielo

Capítulo 6. Encuentros del destino.

El tiempo pasó lento durante el primer mes luego del día sangriento en el reino, luego los rumores se hicieron correr y aseguraban que la reina Clarissa no había podido con la tragedia de perder a sus hijos a manos de uno de ellos, por lo que prefirió suicidarse, sin embargo, eso era solo lo que el mismo rey y el parlamento dijeron unas semanas antes de anunciarse las segundas nupcias del rey con lady Katerina, la madre de su hijo bastardo y antigua dama de la corte.

35 años más tarde.

El reino de Dáiren se expandió cada vez más hasta convertirse en el primer imperio más grande de todos y todo gracias al buen régimen que Augusto llevaba, y es que a pesar de no haber tenido la misma educación y crianza que el resto de nobles de alta clase, era un gran estratega y tomaba buenas decisiones gracias a que sabía controlar sus emociones, algo que tuvo que aprender cuando asumió el trono a sus veinte años.

— ¿Has visto a Azula?

— ¿Para qué la necesitas? —Alzó su ceja la mujer rubia de ojos azules sentada junto a él—. ¿Tiene que ver con su compromiso con el príncipe Dimitris?

Augusto besó la mano de su esposa y se rio.

—Lleva dos años posponiendo la boda, ¿no crees que ya debe dar una fecha oficial?

— ¿Te preocupa tu hija o que el ego del reino vecino se hiera?

Augusto suspiró y bebió de su copa.

—Oh, pobre Azula —dijo con una voz chillona que imitaba la lástima—, tendrás que casarte con un príncipe al que le ganas en una pelea de espadas cuando ni siquiera deberías saber pelear… ¡Qué estupidez!

Tirada en el pasto junto al río estaba Azula, una joven veinteañera de cabellera castaña clara que casi siempre llevaba en un recogido desaliñado por el ajetreo que pasaba siempre que se la pasaba cabalgando por el bosque o… corriendo de un lado a otro por el pueblo cuando fingía ser cualquier otra persona que no fuera la princesa y futura heredera de Dáiren, quien llevaba comprometida casi lo mismo que de vida con el príncipe de un reino vecino al este.

— ¿Un poco de paz es mucho pedir?

—Lo es si te la pasas gritando así. —Una voz ronca atrás la sobresaltó—. ¿No te enseñaron que es de mala educación?

Azula se levantó de golpe y con eso, todo su cabello se vino al frente de su cara para cubrírsela.

— ¡Como te atreves! —Se puso las manos en sus caderas—. Estás ante la princesa de Dáiren, muestra un poco de respeto ¿o es que no te enseñaron que es de mala educación hablarle así…?

—Perdone usted, su majestad. —Se inclinó ante ella con burla.

—Es su alteza —le corrigió fastidiada—. ¿Quién eres? No te había visto nunca por aquí, ¿no sabes que está prohibido estar cerca de la frontera?

El joven se sonrió pícaro y dejó que se le marcaran sus hoyuelos en las mejillas pecosas que tenía, se mantuvo así unos instantes, solo viéndola con sus ojos color miel puestos sobre ella.

—Si está prohibido, ¿por qué está usted aquí?

—Eso no le incumbe. Y si no va a decirme quien es, entonces no veo para que seguir esta conversación.

Tomó sus cosas del pasto y se dio vuelta para ir hacia su caballo, pero luego el joven se apresuró hasta ella para detenerla de la muñeca.

—Soy Kailen…

Suavizó su agarre y bajó su mano despacio hasta rozar solamente con sus yemas la mano de Azula.

— ¿Querría su alteza permitirle a este humilde caballero…?

—Me temo que no —espetó sin dejarlo acabar y subió al caballo—, por su bien debería conocer su lugar, joven Kailen.

Azula jaló la rienda del caballo negro y sin darle oportunidad de alegar, abandonó al joven en el bosque de la frontera.

—Vaya que lo conozco, princesa Azula de Dáiren. —Sonrió de lado.

Kailen llegó al comedor de donde vivía para cenar con sus padres, los emperadores de Dregary, el imperio que se formó en los últimos 35 años más allá de la frontera mediante conquistas de reinos más pequeños y débiles,  Dregary adoptó el respeto del resto de reinos y pueblos pequeños tras ser un imperio fuerte que usaba la magia de dragones, por lo cual muchos lo llamaban como “el imperio sur”, “el imperio dragón” o en formas más despectivas, “el imperio pagano” o “el imperio enemigo”. Su primer y único emperador hasta el momento era Malik Dregaria, quien anteriormente llevaba en su nombre el apellido real de Dáiren.

—Kailen, ¿en dónde estabas? —Le reclamó su madre, una pelirroja de ojos azules muy bella—. Llegaste tarde a la cena.

—Lo siento, madre. —Besó su palma y tomó asiento—. Me distraje un poco por la frontera.

Se quedó viendo perdido al recordar su encuentro con la princesa y su madre lo vio entusiasmada al verlo sonreír involuntariamente, no obstante, su padre parecía disgustado.

—Espero que esa distracción no entorpezca nuestros planes, Kailen —dijo amenazante.

—No, padre —respondió dudoso.

La servidumbre sirvió el plato para Kailen mientras los reyes esperaban el postre que la reina pidió especialmente por el aniversario con Malik.

Cuando terminaron de cenar, Malik llevó a su hijo al balcón principal del palacio para que admiraran su imperio.

—Creo que sabes cómo logré todo esto, ¿o no? —Lo miró de reojo y este asintió—. Entonces tenlo presente cada vez que quieras distraerte, hijo mío, porque luego serás tú quien deba protegerlo.

— ¿Si el plan de conquistar Dáiren falla?

—No lo hará, terminaremos de conquistar los pueblos bajos y seremos más fuertes para atacarlo por fin —aseguró con regocijo—. Dáiren volverá a la familia y asesinaremos a ese usurpador que tomó un trono que no era suyo.

Kailen lo escuchó callado, siempre ha conocido las intenciones de su padre, nunca le ha llevado la contraria y lo ha ayudado a conquistar otros reinos y pueblos desde que tuvo la edad suficiente para irse a las batallas para poner en práctica el poder de fuego que heredó de su padre.

—Los rumores dicen que el rey Augusto era un bastardo, ¿de verdad crees que es mentira?




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