Prologo.
Washington, D.C.
26 de Enero, 2018
Seth observaba a Boneka sin ser capaz de despegar los ojos de ella ni un solo momento.
Un mes y una semana había pasado desde que le habían inducido el coma y cada día que pasaba era como darle una vuelta más a un tornillo en su cien.
Anhelaba verla despierta, necesitaba escucharla, estaba cansado de ser el único activo en la conversación, la imaginaba contándole cosas acerca de ella, lo que la hacia feliz, las cosas que le gustaba hacer cuando tenía tiempo libre o que le hablara acerca de las canciones que le habían parecido únicas. Quería saber más de ella.
Se inclinó hacia adelante reposando los codos en sus rodillas y quedando un poco más cerca de Boneka.
Su rostro le parecía la cosa más perfecta que había visto jamás, a pesar de lo pálida que se veía y las manchas alrededor de sus ojos, seguía viéndose hermosa para él.
A esas alturas, Seth sentía que ya conocía cada parte del rostro de la pequeña chica que había traído sus sentimientos del baúl del olvido.
Boneka tenía pequeñas pecas en la nariz y las mejillas, pero eran opacas, se podían ver claramente en ese momento por lo pálida que estaba, según recordaba, se notaban unos días más que otros. También tenía una cicatriz pequeña, una recta de al menos un centímetro en el lado izquierdo de su rostro, específicamente, comenzando la línea de su barbilla; se preguntaba dónde o cómo la había obtenido.
Más allá de ello, en su clavícula, Boneka tenía una cicatriz de una quemada, sin duda.
La puerta se abrió sin previo aviso, o quizás sí hubo pero no lo notó hasta que fue muy tarde.
Miró a quién entraba y de inmediato tuvo que colocarse de pie.
—Señor Presidente.
—Hola, Seth — respondió avanzando hasta él —. ¿Te ha hablado mucho hoy?
La voz del presidente le indicaba lo nostálgico que debía de sentirse, eso, sus hombros levemente caídos y su sonrisa melancólica.
Seth asintió.
—Sí, hoy no ha parado de hablar, me siento aturdido — bromeó de nuevo observando a la chica.
Su cabello estaba recogido en una trenza que Linav había hecho, como siempre solía hacerlo. Esta vez le había colocado un listón azul cielo.
—Lo sé, me encanta cuando cuenta tantas cosas que ni sabias que podían haber ocurrido o existido — respondió colocando una mano en el hombro de Seth —. Sabes que puedes ir a descansar, soldado. Ella está a salvo aquí.
Seth le miró sorprendido, de alguna manera, aún le seguía pareciendo algo difícil de creer que el presidente de los Estados Unidos le tratara tan amablemente y de forma cercana.
—Lo sé, Señor presidente. Pero con el debido respeto, ya le he dicho que no siento la necesidad de hacerlo — habló suave y cuidadosamente—. Sin embargo, saldré con todo gusto para que pueda estar a solas con ella.
Regalándole una leve sonrisa, Seth caminó pasando detrás del presidente para ir hacia la puerta.
—No, Seth, espera — lo detuvo antes que pudiera avanzar más de un metro.
—Sí, a su orden, Señor Presidente — respondió de inmediato girándose y colocándose derecho ante él.
Este hizo una mueca de desaprobación al tiempo en que negaba con la cabeza.
—Ya te he dicho que no es necesario tanto formalismo — expuso para luego acercarse más a Boneka —. Hola, princesa, aquí estoy — saludó para luego depositar un beso en su frente.
—Sí, Señor, le pido disculpas, es que debe entender que aún se me dificulta acostumbrarme a la idea de no ser tan formal con usted — explicó quizás más rápido de lo que debía.
Es que la verdad, a parte de que fuese el Presidente de la nación, era el padre de la chica que lo llevaba loco, que le gustaba más de lo que podía controlar o imaginar y a la que había besado una vez.
—Bueno, Seth, puedes sentarte, hoy quiero hablar contigo — indicó sentándose en la silla que antes ocupó Seth y señalándole la que estaba al otro lado de la cama.
No pudo evitar sentir un escalofrío en la nuca, que el padre de quién querría fuese su chica le dijese que quería hablar con él, no era necesariamente esperanzador.