Las brujas no son como las pintan. Son unas ladronas terroristas, y su risa puede ser tan seductora o tan chillona como ellas quieran hacerla.
Ya tengo dieciséis años y mi instinto por ser alguien que lucha por la justicia, hace que vaya tras ellas.
Todo comenzó cuando vi a Viktor jugando con el hijo de un cliente, estaban chocando sus espadas en plena batalla a muerte, y mi hermano se movía con agilidad.
Después le pregunté si sabía manejar las espadas y con orgullo dijo que había sido campeón de esgrima al otro lado de la cueva, la que por fines prácticos le llamamos tierra de muggles. Nunca volvimos a verla, aunque tengo mi vida aquí, me hubiera encantando regresar, ver la Cueva de Waitomo de nuevo, y tomar tantos libros como pudiera.
Teniendo como maestro a un campeón de esgrima, aprendí rápido y practicaba por mí mismo, mi meta era ganarle una sola vez a Viktor, y si lo lograba, comenzaría a ir de pueblo en pueblo dándole lecciones de buena conducta a ladrones y abusadores.
En un principio caminábamos por los techos y mirábamos a la gente, no había nada raro en la noche, era bastante tranquila. En el día era cuando estaba la acción, pero Viktor y yo teníamos que estar trabajando en la tienda.
Un día llegaron cinco muchachas, muy bien vestidas, incluso eran adorables al vestirse cada una de un color distinto, un par pidió piedras preciosas y las otras tres fueron por frutas, les daba las que me pedían y les sugería si me preguntaban. Viktor bajaba las escaleras que unían el segundo piso de nuestro apartamento con la tienda, y vio a esas preciosidades.
Sus ojos se fijaron en una en especial, la que tenía un lindo vestido lila con encajes de flores en la cintura, ella escogía frutas y fue muy atento, hacía todo por ayudarle, de pronto se escuchó como se cerró la puerta de un solo golpe, casi se estallan las clavijas.
Las cinco chicas sacaron de abajo de sus faldas lo que parecía una escoba, y si, efectivamente eran brujas. Eran hermosas en un principio y luego su tez se volvió de los colores que traían. Viktor enseguida tomó a la chica lila por el cuello y las demás comenzaron a revolotear por todo el techo.
–¡Viktor!
Le grité lanzándole una espada, pero en estos momentos es cuando se necesita una ametralladora. Se movían rápido por el lugar, regaban todo y estallaban las frutas. No mucho tiempo después el señor Celestino llegó y enseguida oprimió un botón que estaba bajo los estantes.
Las brujas se reían y regaban todo, las piedras preciosas desaparecieron y la chica de lila se deslizó entre los dedos de Viktor, se reía en su cara y mostraba sus amarillentos dientes.
Todo estaba hecho un desastre y a los pocos segundos llegaron unos ángeles. Eran hermosos, alas blancas, pero no de plumas como usualmente dicen que son, sus alas eran extrañas, transparentes, de vidrio y parecían que brillaban, sus rostros eran delicados y finos, blancos y sin ninguna imperfección. Algunos rubios, otros de cabello tan oscuro que parecía azulado, sus ojos plateados eran tan hermosos que me avergonzó verlos tan detalladamente. Pero hubo uno en especial que llamó mi atención. Cabello plateado, largo hasta la cintura y la mirada tan lejana y dulce que... no pude evitar quedarme viéndolo como estúpido.
Las brujas comenzaron a gritar y fueron atrapadas una a una, los ángeles aparecían de la nada frente a ellas o detrás, como un relámpago de luz, sólo las atrapaban con un brazo, pero parecían que quedaban completamente apretadas, quedaban tan bien agarradas que desee ser una bruja en ese instante.
Regresando a la acción, vi que la chica lila de nuevo tenía su aspecto pulcro, hermoso y con esa sonrisa cálida del principio. Comenzó a llamar a Viktor y él comenzó a acercarse, me di cuenta que no importa de qué especie sean, los hombres son hombres, estaba a punto de tomar su mano cuando la escupió, bueno, la excepción asegura la regla.
La bruja comenzó a pelear y segundos después desapareció junto con esas perfectas criaturas. Nunca las había visto, ni a una bruja ni a un ángel, estos ocho años sólo había visto personas pequeñas con aspecto gruñón, que eran duendes según me dijo mi tío, pero aparte de pequeños y gruñones no tienen nada de raro, de hecho, trabajan igual que nosotros, son quienes nos venden las piedras preciosas.
–¡Ey! ¡Despierta! –me golpeó para traerme a tierra.
–¡No me pegues! –le devolví el golpe.
–Casi que muero y tú perdido mirando esas palomas mutantes.
–Sí claro, tú no me digas nada, estabas todo idiota detrás de esa bruja con dientes horrendos, no sabía que te gustaba tanto el marrón.
–No eran marrón, eran amarillos. –Cayó en la cuenta de la asquerosidad que acababa de decir e hizo un gesto de vómito.
El tío Celestino regresó después de haber hablado con alguien que parecía el capitán o jefe de los ángeles, aquel ser de cabellos plateados. Cerró la puerta y se quedó viendo todo el lugar. Ambos guardamos silencio mientras mirábamos como su rostro se entristecía y su pecho comenzaba a dar bocanadas de aire confusas, a veces lentas y otras rápidas, creo que iba a llorar e intentaba controlarse.